Instrucciones para hacer una pregunta trampa
Hace unos días, en el programa de La Sexta Salvados, el periodista Gonzo le hacía la siguiente pregunta a la ministra Yolanda Díaz a raíz de un supuesto desencuentro dentro del Consejo de Ministros:
Gonzo: ¿Por qué se levantó el equipo del Ministerio de Trabajo de esa reunión que hubo en Moncloa?
Yolanda Díaz: Yo no debo hablar de esas cosas, Gonzo.
Ante la evasiva de la ministra, Gonzo repregunta (¿Entonces confirma que se levantó de la mesa…?), pero la ministra sigue sin soltar prenda.
Este intercambio entre el periodista y la ministra es interesante porque es un ejemplo perfecto de lo que en Lingüística se conoce como presuposición.
Una presuposición es una información que, aunque no está necesariamente explícita, subyace a lo que decimos y que los participantes de una conversación dan por buena. Por ejemplo, en Mario ha vuelto al pueblo, el verbo volver presupone que Mario ya estuvo anteriormente en el pueblo. En Me olvidé de cerrar con llave, el verbo olvidar no solo conlleva que no eché la llave, sino que presupone que yo sabía que debía echarla (pero no lo hice). Si decimos No fui yo quien llamó por teléfono, se presupone que hubo alguien que llamó por teléfono. Incluso una palabra tan aparentemente anodina como ya en Ya no me quieres presupone un pasado en el que nuestro interlocutor nos quiso.
Las presuposiciones se parecen a la implicación lógica, en cuanto a que nos permiten derivar conocimiento implícito a partir de lo dicho. Ante una frase como El rey ha sido asesinado, la implicación lógica es que el rey ha muerto, porque haber sido asesinado conlleva necesariamente morirse. Sin embargo, las presuposiciones se distinguen de las implicaciones lógicas en un aspecto fundamental, y es que las presuposiciones son inmunes a la negación, es decir, aunque neguemos una frase que lleva una presuposición, la presuposición seguirá siendo válida. Pensemos en las frases Luisa ha dejado de fumar y Luisa no ha dejado de fumar. A pesar de que una es la negación de la otra, ambas frases presuponen que Luisa fuma (o ha fumado, al menos), sin que la negación de la frase anule la presuposición.
Esta inmunidad a la negación que tienen las presuposiciones es lo que las hace idóneas para formular preguntas trampa: basta con trufar una pregunta con una presuposición falsa o dudosa para hacerle una encerrona a nuestro interlocutor. A fin de cuentas, será irrelevante lo que conteste: tanto si responde que sí como si responde que no, el interlocutor estará indirectamente dando por buena la presuposición. Ante una pregunta como ¿Te arrepientes de haberme mentido?, respondamos lo que respondamos estaremos dando por buena la presuposición de que hemos mentido.
Nuestras conversaciones diarias están repletas de presuposiciones. Si bien no siempre todas son compartidas, por lo general, aquellas que no forman parte de nuestro conocimiento previo las integramos sin demasiado problema. Al fin y al cabo, sería francamente engorroso andar sorprendiéndose a cada paso con cada presuposición que nos topásemos. Si nuestro interlocutor nos dice He aparcado el coche en esta calle, pareceremos un poco taraditos si nos da por asombrarnos y señalar todas las presuposiciones que de esa frase se derivan (¡Has venido en coche! ¡Tienes un coche! ¡Tu coche existe!). En principio, siempre que las presuposiciones sean plausibles y no especialmente reseñables, nuestra competencia lingüística se encargará de acomodarlas sin más en la conversación y pasarán a formar parte del conocimiento compartido entre interlocutores. Pero ante una presuposición que se salga mucho de madre (No pude ir al concierto porque mi mapache tenía hepatitis), nuestras expectativas se verán desbordadas y no nos quedará más remedio que preguntar (¿Tienes un mapache?).
Como son ubicuas y las tenemos tan interiorizadas, puede parecernos que las presuposiciones son una perogrullada sin importancia. Pero cuando interactuamos con interlocutores que no tienen esa capacidad comunicativa se revela hasta qué punto el manejo de la presuposición es un aspecto sofisticado y esencial de nuestra competencia lingüística. Esto es precisamente lo que ilustra el hilo de preguntas que ha publicado estos días el dibujante Randall Munroe en su cuenta de Twitter. En ellas, Munroe (conocido por sus viñetas xkcd) comparte las respuestas automáticas que proporciona Google cuando se le formulan preguntas descabelladas como ¿En qué año llegó Tom Hanks a la luna?, ¿En qué río se ahogó Abraham Lincoln? o ¿Cuál de los astronautas del Apolo 13 explotó?
Lo que nos resulta gracioso no es solo lo disparatado de estas preguntas en sí (que también), sino la candidez y convicción con la que Google parece intentar responder a un sinsentido como ¿En qué año escribió Alexander Graham Bell la canción 'Call me maybe'? Un hablante competente es capaz de discernir que estas preguntas no tienen sentido porque preguntan por acontecimientos que nunca tuvieron lugar. Es decir, bajo la pregunta subyace una presuposición que no es cierta (que Graham Bell escribió la canción Call me maybe), por lo que la pregunta resulta improcedente. Pero un pobre sistema automático suficiente tiene con comprender lo que se le pregunta y con intentar dar una respuesta mínimamente satisfactoria, y no dispone de la competencia lingüística ni del conocimiento del mundo necesarios para impugnar la pregunta por tramposa.
Volviendo al intercambio entre Gonzo y Yolanda Díaz, la ministra fue astuta e hizo lo único que se puede hacer ante una pregunta trampa: negarse a responder para evitar caer en la trampa de la presuposición.
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