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La información no es (sólo) un post de Instagram

Un usuario de Instagram le hace una foto a su postre

María Ramírez

Esta semana el Reuters Institute de la Universidad de Oxford, un instituto independiente para el estudio del periodismo global, publicó una investigación sobre cómo se informan los jóvenes en Estados Unidos y Reino Unido. Se trata de un análisis “cualitativo”. Es decir, basado en entrevistas intensivas y seguimiento técnico de unas pocas personas, en este caso 20 jóvenes de entre 18 y 35 años. Sus conclusiones sobre la escasa atención a la información coinciden con las de la encuesta con miles de entrevistas para el informe anual del Reuters Institute, que también se hace en España.

Los entrevistados pasan entre cuatro y seis horas enganchados al móvil, pero la mayoría de ese tiempo se lo dedican a Instagram, Snapchat o YouTube.

Lo más interesante de lo publicado ahora son los comentarios de los jóvenes elegidos. Los medios podemos extraer conclusiones valiosas en particular mirando a los ejemplos de quién se está adaptando con éxito al reto de informar bien en esta nueva era de atención breve que exige satisfacción inmediata y personalizada.

Se repiten los elogios al Espresso del Economist, un resumen diario, mañanero y eficaz de la información esencial porque “cubre mucho en un espacio corto de tiempo”, o a los podcast informativos como Up First de NPR, la radio pública americana, por el tono cercano y porque “a diferencia de la radio se pueden controlar”. Ambos dan al lector u oyente la satisfacción de haber terminado algo y sentirse informado.

Siguiendo las sugerencias de los entrevistados, los medios deberíamos estructurar los ritmos previsibles de publicación pensando más en las rutinas diarias de los lectores y esforzarnos por explicar en cada pieza los asuntos sin dar información por supuesta. “Si alguien no hubiera leído nada del Brexit hasta ahora e intentara enterarse no tendría ni idea de qué pasa. Tendrías que buscar todo desde el principio y sería mucho trabajo”, dice una de las entrevistadas.

Algo esperanzador es que los jóvenes analizados son críticos con los titulares gancho que prometen mucho y dan poco, y son escépticos sobre la información de fuentes dudosas que les llega por WhatsApp y otras redes (de hecho, otro estudio del Pew Research Center también apunta a que los jóvenes son los más duchos que sus padres o abuelos a la hora de identificar falsedades y bulos).

Ahora bien, otras conclusiones de este estudio son tan inquietantes como peligrosas si los medios las siguen, arrastrados por la última moda y la presión de las plataformas, como ha sucedido en los últimos años del boom digital (¡todos al vídeo! ¡todos al Facebook Live!)

Algunos de los jóvenes entrevistados quieren más entretenimiento y “noticias positivas” que les conecten con sus amigos, rellenen su tiempo, les den una respuesta fácil, “visual” y personalizada para su pequeño mundo, siguiendo los ejemplos de Netflix, Facebook e Instagram.

Los medios podemos aprender de las plataformas buenas prácticas de tecnología o de diseño -cómo cargar rápido las páginas, presentar de manera fácil las opciones de suscripción o encajar las noticias para que se lean mejor en el móvil-, pero si caemos en la trampa de imitar su contenido e incluso el tono que impulsan, acabaremos con el valor único que tiene la información. Ese valor de servicio público que sobrevive pese a las presiones, los fallos y los despidos y que no han conseguido replicar las plataformas globales de las que todos dependemos.

El servicio público que prestamos depende del trabajo rudimentario, imperfecto y único de nuestros reporteros con un fin en sí mismo, que es informar de las grandes historias de nuestro tiempo y controlar a los políticos y los empresarios para que no se salten las reglas. A menudo se trata de noticias preocupantes, no entretenidas, a veces largas, que no te conectan de manera personal con tus amigos y que están llenas de contradicciones y matices. Pero esas noticias son esenciales para parar los abusos de poder, controlar a los gobernantes y en último término mejorar la sociedad donde viven esos lectores (o no lectores) que prefieren ser entretenidos con noticias cortas, visuales y “positivas”.

Una de las paradojas de los medios es que es uno de los pocos sectores donde a menudo la misión puede ser contraria a los intereses económicos de la empresa que sustenta esa misión. El equilibrio es difícil y por eso nos esforzamos en buscar formas variadas de financiar lo que hacemos sin que eso comprometa nuestro trabajo.

Y pese a lo que dicen o lo que hacen, los lectores no aprecian tanto algunos de los formatos que supuestamente deberían triunfar. Los intentos de hacer trocitos de información visual, personalizada, de consumo rápido, poco valor y supuestamente orientadas a los jóvenes han salido regular, como demuestran las experiencias de Mic, Playground, Fusion, Vice y, en parte, BuzzFeed.

Todos los esfuerzos para que las historias más duras, o en apariencia menos entretenidas, lleguen al máximo número posible de lectores son buenos, pero la información nunca será tan agradable como una foto de tu amigo en la playa ni tan divertida como tu serie favorita. Vamos a intentar contártela mejor, pero, querido centennial, millennial, generationx-er o babyboomer, la información no es ni debe ser (sólo) un post de Instagram.

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