El agua crecía y se hinchaba sobre la tierra, hasta cubrir las montañas más altas bajo el cielo"
No es momento de tirarse los muertos y la destrucción a la cabeza. No lo es. Probablemente los políticos deberían entender que no lo es ahora ni nunca, aunque algunos ya lo hayan intentado. No hay forma humana de contener lo que ha sucedido ni tampoco capacidad suficiente para hacer frente a los efectos de una fuerza de la naturaleza de tal magnitud de forma inmediata. A todos les hubiera superado. Por eso es un buen momento para darse cuenta de que esos muertos, ¡tantos muertos!, son los muertos de todos y que entre esos muertos, ¡tantísimos muertos!, había de unos y de otros porque ante la tragedia todos somos no sólo seres humanos sino hermanos en el peligro y la desgracia.
El futuro nos está alcanzando. No seamos narcisos, nunca hemos logrado cumplir el mandato divino, nunca hemos podido domeñar la tierra ni a sus fuerzas desatadas. Sólo hemos sido capaces de lastimarla, de volverla hostil, de hacerla más peligrosa. Tampoco eso tiene demasiado remedio, como no sea intentar que la amenaza no crezca tan deprisa y nos respete el mayor tiempo posible. En eso han de trabajar los responsables públicos de todo pelo: en salvar las próximas vidas porque habrá más catástrofes y cada vez más mortíferas. No pretendo ser apocalíptica sino realista.
La escala de colores se les acaba a los científicos. La de la AEMET se acaba en los 300 litros por metro cuadrado, pero el martes cayeron hasta 500 litros por metro cuadrado en ocho horas. Alerta máxima. Alerta roja. ¿Qué palabra usamos cuando el rojo se queda pequeño? ¿Cómo alertamos a autoridades, empresarios, sociedad y ciudadanos de la brutalidad a la que la naturaleza nos va a someter? Es preciso buscar la palabra tras el rojo porque, por desgracia, la tendremos que pronunciar más veces.
Hay que consensuar colores y protocolos que obliguen, no sólo sugieran, y eso lo pueden hacer solamente nuestros representantes. Es cierto que se trata de alertar, pero no solo. No teman usar los métodos a su alcance y no teman ser criticados por usarlos si luego la indomeñable naturaleza nos burla y vira y no descarga lo pensado o nos ahorra el dolor más fuerte. Alertar y concretar la alerta. Usar la palabra tras el rojo tiene que servir para que inmediatamente se entienda, sin decirlo, que la circunstancia es tan excepcional que merece medidas excepcionales. Debe quedar claro que la palabra tras el rojo obliga a cerrar los centros educativos y también los centros de trabajo que no resulten imprescindibles para las emergencias. Causa no sólo rebozo sino dolor encontrarse con que tras recibir la alerta ni los empresarios mandaron a casa a los trabajadores ni alguno se privó de espolear a los que faltaban para que se incorporaran, dejándolos al albur de los peligros. Los avisos científicos deben estar directamente relacionados con indicaciones administrativas. No se trata solo de avisar, sino de lograr que se protejan las vidas humanas más allá de la avaricia, la incredulidad, la temeridad y la estulticia. Regúlenlo, páctenlo, cúmplanlo.
Siendo los fenómenos previsiblemente más extremos y violentos debido a nuestra desgraciada acción sobre el planeta, cada zona debe estar específicamente preparada y entrenada para aquellos que puedan producirse con más probabilidad en su territorio (danas, terremotos, erupciones, huracanes, temporales, nevadas...). Eso significa que los habitantes de la zona deben conocer las mecánicas más apropiadas para ponerse a salvo en caso de alerta grave. No sirve de mucho explicarle a la gente cómo abandonar un coche que es arrastrado o que se inunda, cuando centenares de personas ya han tenido que hacer frente a la situación en algunas ocasiones con consecuencias desastrosas. Entrénese a la población, háganse simulacros, dese formación de protección civil también en las pequeñas localidades que tienen más lejos los servicios de salvamento y que en la mayoría de los casos deben apañárselas por si solas hasta la llegada de los refuerzos. Un paisano de Almería o Granada tiene que saber dónde ponerse a salvo de un temblor, un canario como actuar en una erupción, un mesetario cómo desenvolverse ante una nevada como Filomena, los de la ribera en caso de crecidas y así, lugar por lugar.
Tampoco estará de más que se inste a la población a constituir una especie de mochila de emergencia en la que estén presentes esas cosas que la tecnología ha sacado de nuestras vidas: radio, pilas, linternas, velas, cerillas... No soy quién para completar la lista más no ocupa lugar y puede ser importante para atravesar circunstancias adversas. Ahora que todo lo llevamos en el móvil, si este se queda sin batería y la electricidad se ha cortado, se nos puede venir el mundo encima hasta que las autoridades y los servicios de emergencia nos saquen del apuro.
Hablemos de la población, que también tenemos lo nuestro. No puede ser que se increpe o se acuse a los meteorólogos y a las autoridades de alertarnos para nada. La naturaleza es movimiento. Miren Florida, si el tornado al final se desvía un poco y tienes la fortuna de que no te arrase tanto como previste, ¿tiene sentido quejarte porque las autoridades te instaran a clavar las puertas y las ventanas o te evacuaran? ¿Recordamos la cantidad de idioteces que se dijeron cuando nos vibraron a todos los móviles hace un par de años? Colaboremos a nuestra propia protección, no hagamos de Pedro y si el lobo no llega pues demos gracias al cielo si sigue siendo protector.
De todo esto debieran ocuparse y no de tantas otras cosas. Por eso no me sorprende que hayan decidido no hacer declaraciones políticas durante los días de luto oficial, porque son conscientes de que la mayoría de las veces lo que dicen, lo que se gritan, no se parece en nada al servicio de la política y sí demasiado a la lucha por el poder. Hemos de buscar la palabra que venga tras el rojo para que ésta no sea el negro. Son casi un centenar de víctimas. Una catástrofe en términos humanos de enormes proporciones para un país europeo. Desde los mortíferos atentados del 11-M no se había vivido una jornada tan luctuosa en nuestro país.
No vamos a evitar que la naturaleza se enerve contra nuestro maltrato, intentemos pues minimizar su coste en lo más valioso que tenemos: las vidas.
In memoriam.