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Quemados

Jess Bower, centro, se manifiesta durante la huelga del 4 de septiembre en un restaurante de McDonalds en Crayford, al sureste de Londres.

Miguel Roig

Hasta ahora la fatiga crónica o surmenage era una de las causas por el exceso de trabajo, pero se ha detectado una nueva patología, el burnout o síndrome del trabajador quemado, enfermedad que la Organización Mundial de la Salud califica como un problema asociado al empleo o, aclara la OMS, el desempleo.

Un 10% de los trabajadores activos padece esta enfermedad y hay sentencias judiciales que la califican como accidente laboral. Los trabajos de máxima tensión emocional, como pueden ser los entornos financieros, los cargos ejecutivos o las tareas de seguridad, están entre las diez actividades más estresantes. Ahora bien, ¿hasta que punto el burnout prolifera en contextos en los que el trabajo está fuera de un marco mínimo de estabilidad? Es decir, el trabajo sin pautas temporales, por ejemplo, como ocurre con los zero-hour contract (contrato cero horas) británicos, que no garantizan un número de horas al mes trabajadas o, por ejemplo, los talleres textiles que operan clandestinamente en Europa con trabajadores chinos sometidos a salarios paupérrimos y jornadas laborales de extensión extrema.

En el Reino Unido, McDonalds es una de las empresas que funcionan con los zero-hour contract. En 2017 los trabajadores vinculados a estos restaurantes mediante estos contratos alcanzaban el 90% de sus empleados, quienes están disponibles las 24 horas al día, lo cual, como es obvio les impide tener otra actividad laboral. El rechazo a concurrir a trabajar cuando se les indica puede costar la pérdida del puesto.

Como la mayoría de los contratos basura o los mini jobs alemanes, contratos de unas 15 horas semanales con un remuneración de unos 400 euros, cuya modalidad surgió para mantener bajas las tasas de desempleo en Alemania y que llegaron a comprometer a casi siete millones de trabajadores al principio de la crisis, los 'contratos cero horas' son producto de la flexibilidad laboral y si bien, oficialmente, se argumentó que nacían para dar trabajo a estudiantes o a quienes buscaran un trabajo de tiempo parcial, se convirtieron en una salida de emergencia para desocupados. En 2017, el 34% de los contratos se destinó a jóvenes cuya edad oscilaba entre los 16 y 24 años, pero el 21% fue para personas de entre 35 y 49 años, y el 21% a trabajadores de 50 a 64 años.

¿Quiénes son esas personas que deben estar atentas a un llamado que puede producirse o no durante el día? Según los sindicatos, se trata de mujeres jóvenes e inmigrantes que tienen un salario que ronda las 300 libras (unos 340 euros) menos a la semana que si trabajaran con un contrato estándar con un promedio de 25 horas semanales.

Prato, un tradicional centro de fabricación y diseño de moda situado en la Toscana, se ha convertido no sólo en centro de importación de ropa desde China, sino en un centro de producción. Inmigrantes clandestinos chinos llegan a Italia para trabajar en los miles de talleres de la ciudad –regenteados también por empresarios chinos–, que permiten producir primeras marcas Made in Italy con salarios asiáticos. Según un informe de la BBC, en Prato hay hoy alrededor de 25.000 personas de origen chino trabajando por salarios muy por debajo de sus homólogos italianos. A tres dólares la hora, o unos 200 dólares por la producción de veinte vestidos, los estándares de calidad de los artículos, por supuesto, son mínimos y están lejos de los exigibles a un buen trabajo artesanal, aunque la etiqueta los identifique con una marca y una denominación de origen Premium. ¿Qué opinará de esta situación Matteo Salvini, ministro del Interior italiano, que acaba de ganar las elecciones europeas con la promesa de un continente blanco, católico y enemigo de migrantes?

Tener un trabajo es, hoy por hoy, cualquiera sea este, un motivo de éxito. El éxito se mide en el mercado en función del nivel del fracaso del otro. Entre estos empleos, que muestran solo una parte del deterioro laboral en general y que son signos patentes de la desigualdad, y el desempleo, no es sencillo determinar en cuál de las dos posiciones está el fracaso. Mientras tanto, patologías como el burnout en el campo laboral son nuevos síntomas del fracaso social.

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