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El que rompe, paga

Santamaría empieza a hablar con 'barones' y cargos territoriales del PP para llegar al congreso con una lista única

Antón Losada

Los barones ya no controlan sus territorios como antes. Es la evidencia más clara que ha dejado la primera vuelta de las primarias populares. Ninguno estaba en condiciones de garantizar con su apoyo una victoria aplastante en su baronía, ni siquiera Núñez Feijóo en Galicia. Ninguno parece estar tampoco en condiciones de garantizar el control de sus compromisarios territoriales durante el congreso de julio. Todo está abierto. Los porcentajes obtenidos por los diferentes candidatos ni pueden ni van a traducirse en porcentajes simétricos de compromisarios. Ambos supervivientes, Sáenz de Santamaría y Pablo Casado, pueden ganar y cada uno tiene sus posibilidades.

De aquí al congreso popular arranca una segunda vuelta donde la aparente igualdad de fuerzas y posibilidades entre ambos aspirantes puede tentar a no pocos compromisarios a buscar negociar particularmente el sentido de su voto, conscientes de que ha multiplicado exponencialmente su valor porque ahora sí puede resultar decisivo y liberados por la división y la falta de control del aparato.

Qué votarán los compromisarios no electos, los cargos y miembros del aparato, tampoco parece una incógnita fácil de despejar, especialmente cuando no se anticipa un ganador claro y posicionarse implica asumir el riesgo de perder el cargo o la jerarquía en el aparato si se elige mal y se apuesta por el candidato perdedor.

Sáenz de Santamaría arranca con las ventajas de haber ganado la votación entre la militancia, aunque fuera por mil quinientos votos, y las sombras del currículo académico de su oponente, una herida mal cerrada que puede reabrirse con un par de golpes medidos. Pablo Casado parte con la ventaja de disponer de más espacio para tejer alianzas; no necesita convencer para sumar, le basta con utilizar el reclamo de construir un frente antiSoraya. Ambos aspirantes afrontan, sin embargo, un riesgo común. Tras las dos décadas de cainismo y fracturas que costó alcanzar la unidad de la derecha, nada se castiga tanto en el PP como la división interna; quién la provoca o parezca provocarla acaba pagando por ello y muy caro.

Sáenz de Santamaría lo entendió la misma noche de las primarias y ya ha empezado a hacerle el traje de culpable a su rival, con su hábil oferta de integración y su envenenada apelación a la doctrina de dejar gobernar al más votado y no cambiar en los despachos lo decidido por las urnas. Casado ha respondido atolondradamente apelando a las reglas de juego y presentando su acercamiento a María Dolores de Cospedal, la clave de bóveda de cualquier integración, como un paso hacia el deseado reencuentro entre militancia y aparato en una nueva etapa y nueva mayoría que solo obstaculizaría la ambición de su rival. El juego solo acaba de empezar.

Todos los barones y jerarcas populares que aún tienen voz y cierta apariencia de control sobre sus territorios han comenzado a desfilar para pedir lo mismo: integración y unidad, que los aspirantes se esfuercen por presentar una única lista. Pero también van aprovechando para lanzar un aviso: desde hoy todos se van a pensar qué hacer con su voto. La traducción del mensaje para Sáenz de Santamaría y Pablo Casado no puede ser más clara: resuélvannos el problema de a quién tenemos que votar buscando la integración, no nos lo compliquen más forzándonos a elegir porque no queremos hacerlo. Quién se quede la bandera de la integración, ganará. Quién parezca que únicamente le vale imponerse a cualquier precio, lo acabará pagando.

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