Trump ya tiene un chivo expiatorio si pierde las elecciones
Donald Trump está muy, pero que muy, molesto. No entiende por qué la inmensa mayoría de los judíos de Estados Unidos no lo venera ni prevé votar por él en las elecciones de noviembre. Él ha sido generoso con los judíos –mucho dinero a Israel cuando fue presidente, apoyo contra las protestas pro-palestinas de los campus, los pactos de Abraham con varios países árabes, traslado a Jerusalén de la capital de Israel…–, pero su magnanimidad no es correspondida con la gratitud que se merece. En una delirante intervención este jueves ante el Consejo Americano Israelí, ha advertido de que, si pierde los comicios, los judíos “tendrán mucho que ver en la derrota”. “En las encuestas estoy rondando el 40%, lo que significa que los judíos van a votar por Kamala o un demócrata, y sinceramente deberían mirarse la cabeza”, soltó.
Desde las elecciones de 1952, las primeras en que se recogió el comportamiento del voto de los judíos en EEUU, entre el 70% y el 75% de ellos ha votado al Partido Demócrata, según recordaba en un reciente análisis el diario israelí Haaretz. Los mayores apoyos han sido hasta el momento los que dieron a Clinton en 1992 (80%) y a Obama en 2008 (78%). La votación más baja hasta la fecha la recibió Jimmy Carter (50%) en las elecciones de 1980, que ganó Ronald Reagan, por quien votó un 40%. Dicen algunos estudios que el respaldo judío a Franklin Delano Roosevelt en las cuatro elecciones que el demócrata ganó entre 1932 y 1944 habría llegado al 90%.
Históricamente –sigo citando a Haaretz– los judíos han sido, después de la comunidad afrodescendiente, el grupo étnico o racial más fiel en las urnas al Partido Demócrata. De modo que, por el mero hecho de ser un candidato republicano, Trump ya lo tiene muy difícil para conquistar el voto mayoritario judío, por mucho que se emperre como un crío en que él se merece eso y mucho más. En las elecciones de 2020 que perdió ante Biden (que llevaba de ticket a Harris), solo obtuvo el 25-26% del voto judío.
La pregunta es qué pasará en noviembre. Esas serán unas elecciones excepcionales para los judíos estadounidenses, porque estarán inevitablemente presentes los acontecimientos en Oriente Próximo: la barbarie terrorista de Hamás del 7 de octubre de 2023, la brutal respuesta del ejército israelí y la incipiente escalada en Líbano. Para la mayoría de los judíos de Estados Unidos, Israel suele ser un elemento más a tener cuenta, no el central, a la hora de decidir el voto. Su apoyo tradicional a los demócratas debe leerse sobre todo en clave interna, por su sintonía con los valores progresistas y liberales que encarna ese partido y que entroncan con la cultura política que trajeron los judíos europeos en las grandes oleadas migratorias de finales del siglo XIX y comienzos del XX.
Sin embargo, en estas elecciones, muchos judíos demócratas se sienten distanciados de ciertos sectores progresistas al interpretar que estos no se han limitado a condenar legítimamente al Gobierno de extrema derecha de Netanyahu, sino que han dado un paso más poniendo en entredicho el derecho de Israel a la existencia con eslóganes como “desde el río hasta el mar” y estableciendo símiles permanentes entre la acción del ejército israelí y el nazismo cuyo objetivo último, según esos votantes, es desnaturalizar el Holocausto y relativizar la condición de víctimas de los judíos en la historia de los exterminios. La mayoría de los judíos de EEUU son muy críticos con Netanyahu, defienden el alto el fuego en Gaza y son firmes partidarios de la solución de dos Estados. Pero declaran al mismo tiempo tener una conexión emocional con Israel, que no les crea ningún tipo de dualidad con su patriotismo estadounidense. Lo que está por ver es cómo se reflejará en las urnas esa tensión que les está produciendo el conflicto actual en Oriente Próximo.
De momento, las encuestas más recientes revelan que Trump no se saldrá con la suya: en la más favorable a él, solo el 35% de los judíos dice que le votará. En casi todas las demás, la cifra baja al 25%. Los potentados judíos que lo arropan y aplauden –entre ellos la viuda de Sheldon Adelson, ¿lo recuerdan?, el del proyecto del megacasino en Madrid– son una minoría en la comunidad judía estadounidense. Pero tienen mucho dinero. Y están promoviendo campañas para indisponer a sus correligionarios con Harris acusándola de ser tolerante con los antisemitas (pese a que su esposo, Douglas Emhoff, es judío).
Quien sí tiene devaneos con el antisemitismo es Trump (pese a que su yerno, Jared Kushner, es judío y su hija Ivanka se convirtió al judaísmo): una de las estrellas mediáticas del trumpismo es el extremista Tucker Carlson –¿lo recuerdan?, el que acompañó a Santiago Abascal en uno de los aquelarres ultras frente a la sede del PSOE en Ferraz–, que no tiene reparos en acoger en su muy exitoso podcast a negacionistas del Holocausto, como ocurrió recientemente con el pseudo historiador Darry Cooper. Otra de las figuras rutilantes del trumpismo, el magnate Elon Musk, recomendó ese podcast a sus casi 200 millones de seguidores en su cuenta de X con comentarios como “muy interesante” o “vale la pena mirar”.
A este tipo de supremacistas ya los dibujó hace 20 años Philip Roth en su novela 'La conjura contra América', en la que el célebre piloto y filonazi Charles Lindberg crea un partido llamado América Primero, se hace con el Partido Republicano y derrota al demócrata Roosevelt en las elecciones de 1944. Ya pueden imaginar qué sucedió después. Con decirles que para ministro de Economía nombró al fabricante de automóviles y admirador de Hitler Henry Ford. Si la mayoría de judíos de EEUU no vota por tradición a republicanos, sería asombroso que justo Trump fuera la excepción.
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