Estamos hablando de plazos, márgenes presupuestarios y porcentajes: términos asépticos. Pero en realidad hablamos de armas, soldados y guerra. No es nada nuevo, hay asuntos que sólo se abordan desde el eufemismo. Y este es un asunto literalmente explosivo.
Parece evidente que Estados Unidos ya no es el aliado protector que fue, parece más que evidente que Rusia quiere reconstruir el imperio soviético y parece evidentísimo que ciertas cosas, en este mundo, no se resuelven con buenas palabras y resistencia pacífica. Ahí está Ucrania.
Conviene, sin embargo, que sepamos lo que hacemos. La Unión Europea ha decidido armarse. Y eso no es simplemente cosa de gastar dinero. Al abandonar la (relativa) cultura de la paz sobre la que ha venido construyéndose Europa desde 1951, gracias al paraguas de la OTAN, adoptamos una (de momento relativa) cultura de la guerra. Se trata de un gran cambio.
Se da por supuesto que la gran amenaza es Rusia, una potencia nuclear que además de invadir Ucrania lleva tiempo librando batallas propagandísticas y de desinformación contra la Unión Europea. Ignoramos si los planes de Vladimir Putin van más allá de la Gran Rusia (que incluiría a Ucrania) y de los territorios eslavos. De momento no hay ninguna señal clara en ese sentido. Pero el continente ha decidido lanzarse a la carrera armamentística, lo que, como su propio nombre indica, consiste en armarse más y mejor que el presunto enemigo, obligado a su vez a participar en la competición.
Resulta curioso, por no decir alarmante, que en España y otros países se emprenda ese camino sin un gran debate parlamentario y sin apenas repercusión pública. La coalición de Pedro Sánchez está dividida y el PP, esencialmente de acuerdo con el PSOE en lo que concierne al rearme, prefiere mantenerse en la oposición incluso en contra de sus propios intereses. Cosas que pasan. Y así, entre el silencio y las cumbres comunitarias, el futuro de Europa (la famosa Agenda 2030) cambia de rumbo.
Bruselas insiste en que cada país miembro (asombrosamente, no existe proyecto en común) desista de adquirir armamento estadounidense, lo que mantendría la dependencia, y elija material europeo. Eso favorecerá a la industria armamentista francesa, la más potente de la Unión, y también a la de España (noveno exportador mundial de armas), y probablemente se traducirá en más empleos. Los gobiernos insistirán en ese punto, el de la “creación de riqueza”.
Insistirán mucho menos en la lógica final del plan de rearme. Los grandes arsenales sirven, en teoría, para disuadir a los potenciales enemigos. En la práctica, sirven de poco sin un cierto belicismo colectivo. Estados Unidos y Rusia poseen poder disuasorio porque cada dos por tres demuestran de la manera más drástica su voluntad de hacer la guerra: haciéndola. ¿Se percibe algún tipo de ardor guerrero en las sociedades europeas occidentales? Personalmente, no lo noto. Ese ardor se fabrica con propaganda. Ya nos llegará.
La industria de la guerra implica secretos, espionaje y corrupción. El rearme, que no es cosa de un año, sino un proceso sin final y enormemente caro, implica cambios rotundos en el orden de prioridades. La Unión Europea ha decidido modificar su identidad. Y aquí estamos nosotros, discutiendo sobre si el otro pie de Julián Álvarez tocó o no el balón.