Que se vayan de vacaciones, por Dios
No esperen encontrar en estas líneas indignación porque la llamada clase política se vaya de vacaciones sin haber resuelto la cuestión de la falta de gobierno, esa misma que, hasta ayer, había que despejar con urgencia porque “España no puede permitirse un minuto más de incertidumbre” y “el futuro no espera a que nos pongamos de acuerdo”. A diferencia de Santiago Abascal, no les voy a exigir que renuncien a cobrar su sueldo por no hacer el único trabajo que ha tenido el líder de Vox donde, al menos, sabemos en qué consiste y qué tiene que hacer. En lo que a mí respecta, honestamente, creo que deberían haberse ido antes. Todos necesitamos un descanso, sobre todo nosotros, los votantes.
Cuanto más lejos se vayan de la nube tóxica de rencor de telenovela, maquiavelismo de puticlub y oportunismo de garrafón en que se ha convertido la política en la capital, mejor para la gobernabilidad de un país que no puede permitirse el lujo de desgastar más a sus instituciones.
Cuanto más desconecten y se olviden de los retuits que seguramente da alguien en Lituania, los likes a tanto el kilo, los grupos de desocupados con demasiados gigas y tiempo libre y las stories de arte y ensayo de las redes sociales, más cerca estaremos de deshacer este bloqueo que ya nos está quedando demasiado largo.
Cuanto menos hablen y se comuniquen con esos asesores y gurús que siempre ven ganadas las elecciones a las que nunca se presentan, más posibilidades habrá de encontrar una salida y un gobierno y poder volver a ocuparnos de las cosas que realmente nos importan y nos afectan.
Cuanto más se alejen de la versión cañí de House of Cards, en la que todos han decidido instalarse, y más se acerquen a la gente que les vota, no únicamente a aquella que cobra por estar cerca de ellos, más oportunidades tendrán para encontrar respuestas a la pregunta que más debiera inquietarles a todos: por qué la política y los políticos se han convertido en el segundo problema más grave para cuatro de cada diez españolas y españoles; sólo superado por el paro.
Dicen que la distancia es el olvido y si algo necesita la política española para salir del día de la marmota y ponerse en marcha, es bastante distancia y mucho olvido. Distancia para no convertir todo en un melodrama donde todos compitan contra todos por ver quién se hace con la plaza de Drama Queen residente. Olvido para no entender la política como un interminable ajuste de cuentas donde no se halla reposo ni consuelo hasta que el otro muerda el polvo.