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Déficit energético y fuga de renta nacional

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El año 2024 cerró con un déficit energético de 30.442 millones de euros, representando el 75,6% del déficit comercial y un 1,91% del PIB, un nivel que la economía española no veía desde 2003. Esta reducción se debe, en parte, a la caída en el volumen de importaciones de combustibles fósiles, especialmente gas natural, gracias al avance de las energías renovables. Sin embargo, el factor determinante ha sido la evolución de los precios internacionales de la energía. A primera vista, este nivel de déficit podría considerarse asumible, dado que el coste medio de la deuda española se sitúa en el 2,27%. No obstante, la elevada dependencia de España de las importaciones energéticas introduce una considerable volatilidad en su equilibrio exterior, tal como se evidenció durante la crisis energética de 2022-2023.

La guerra en Ucrania y la disrupción en los mercados energéticos dispararon los precios del gas y el petróleo a niveles superiores a 120 dólares por barril en varios momentos de 2022. Como consecuencia, el déficit energético alcanzó un máximo histórico en términos absolutos de 56.391 millones de euros, lo que supuso un 4,11% del PIB, el segundo mayor registro tras el 4,35% de 2012. Este episodio puso de manifiesto la vulnerabilidad estructural de la economía española ante las fluctuaciones del precio de la energía, un problema recurrente en las últimas décadas.

Desde 1995, el déficit energético ha sido una constante en la economía española, con períodos de crisis que coinciden con alzas en los precios del petróleo y crisis económicas globales. Durante la segunda mitad de los noventa y principios de los 2000, el saldo energético negativo se mantuvo en niveles relativamente estables, oscilando entre 10.000 y 20.000 millones de euros. No obstante, a partir de 2005, en pleno auge del ciclo inmobiliario, comenzó a deteriorarse hasta superar los 40.000 millones de euros en 2008-2009. Este aumento coincidió con la escalada del precio del petróleo, que alcanzó su máximo histórico de más de 140 dólares por barril en julio de 2008, impulsado por una combinación de fuerte demanda global y especulación financiera.

A partir de 2015, el déficit energético se estabilizó entre 20.000 y 30.000 millones de euros, en un contexto de precios del crudo moderados, que oscilaron entre 40 y 80 dólares por barril. Sin embargo, en 2019 y 2020, el saldo mejoró significativamente debido a la caída del valor de las importaciones y, posteriormente, a la drástica reducción del consumo energético provocada por la crisis de la COVID-19. Esta tendencia se revirtió en 2021, cuando el déficit energético volvió a crecer, alcanzando su máximo en 2022.

Hasta 2011 el déficit energético siempre fue inferior al déficit comercial. Sin embargo, entre 2012 y 2016, y nuevamente en 2020, el déficit energético llegó a superar al comercial. Desde 2021, la caída en las importaciones de energía y el aumento de otras importaciones vinculadas al ciclo expansivo de la economía española han vuelto a colocar el saldo comercial por encima del energético. 

A pesar de la reciente reducción del déficit, los 30.442 millones de euros de 2024 representan un importante drenaje de renta nacional en favor de los países exportadores de combustibles fósiles. Estos, a su vez, reinvierten parte de su saldo positivo en la compra de activos productivos e inmobiliarios en España, lo que genera una salida continua de divisas, incluso en un escenario en el que el país lograra reducir su déficit energético a cero. Mientras España mantenga su fuerte dependencia de las importaciones energéticas, su equilibrio exterior seguirá condicionado por la evolución de los precios del petróleo y el gas natural, así como por la geopolítica de la energía. La posibilidad de que el precio del crudo vuelva a situarse en torno a los 120 dólares por barril sigue siendo plausible. De no reducirse drásticamente el consumo de combustibles fósiles, la economía española podría enfrentarse nuevamente a episodios de estrés financiero de gran magnitud.

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