El arrastre
El efecto de arrastre de una victoria política o electoral, las caras nuevas, las medidas anunciadas... todo ello tiene un valor en la opinión pública y en el presunto favor de los votantes. El efecto puede ser pasajero, algunos lo llaman incluso luna de miel, y no siempre se manifiesta igual (a veces no se da, todo hay que decirlo). Los especialistas discuten las causas -los perdedores se silencian, la gente cambia de opinión, los poco alineados se movilizan “verbalmente” para sumarse al carro ganador... Otros se rasgan las vestiduras cuando el viento hincha las velas de un ganador que nos es antipático -manipulación, inutilidad de las encuestas, análisis oportunista, estupidez del público... A primera vista, debería llamar la atención hasta de los más partidistas que el fenómeno principal que describe la encuesta es el hundimiento del PP. Lo razonable es atribuirlo al deterioro político de la corrupción, que la sentencia del caso Gürtel y la moción de censura llevaron a la altura de lo insoslayable para la mirada pública. El 17% de los ciudadanos en esta encuesta recuerdan haber votado al PP -lo hizo el 23% del censo- y solo la mitad de ellos piensan -pensaban a comienzos de junio- en volver a votar a ese partido. (*)
Pero eso hoy no nos importa tanto, pues lo que interesa es comparar la magnitud del fenómeno del arrastre de opinión en distintos momentos. Una buena forma de medirlo es comparar la intención directa de voto a los partidos antes y después del evento: el periodo electoral o, en el caso del último gobierno, la victoria de la moción de censura en el Congreso. Con la intención directa nos podemos olvidar de la llamada cocina de los votos (sobre esto, más al final), pues es el resultado de sumar lo que una muestra representativa de ciudadanos responde a una pregunta abierta sobre a quién votarían si se celebrasen elecciones al día siguiente, sin más. Aunque la medida no sea perfecta, seguramente sea la mejor que tenemos para estudiar la variación en el tiempo (1).
Para el PSOE de Pedro Sánchez el efecto vale, de momento, algo más de diez puntos. Es mucho, pero quizás sea todavía más importante el hecho de que se produce a la vez que la caída de sus rivales, más bien que por la movilización de personas que no se alineaban en el periodo precedente El número de los “indecisos” (personas que no saben o no contestan) varía muy poco, al contrario de lo que suele suceder cuando el efecto de arrastre es posterior a una victoria electoral, que se nutre mucho de esa categoría de votantes. De hecho, si miramos con detalle los flujos de votantes que describe la encuesta (p 56 aquí), se puede apreciar que el saldo neto de nuevos votantes del PSOE proviene de votantes de otros partidos: más o menos la mitad vienen de Podemos y sus confluencias y aliados, la otra mitad vienen de Ciudadanos y del PP. Los antiguos votantes socialistas que se desmovilizan son tantos como los votantes no alineados que ahora revelan la intención de votar a los socialistas, es decir, simplemente se cancelan unos a otros, en una circulación normal en las encuestas (2).
Es cierto que los encuestados todavía no podían saber que el nuevo líder del PP sería Casado, pero está por ver cuánto puede esto afectar a la cuestión cualitativa, ya que el nuevo líder del PP no parece tener el perfil preferido por votantes cuya simpatía pueda oscilar entre el PSOE y el PP, sean estos antiguos votantes del PP o antiguos votantes de Ciudadanos.
El caso de rebote postelectoral más llamativo fue la vertiginosa subida de la intención directa de voto al PSOE tras la formación del primer gobierno de Zapatero: subió 23 puntos. Esto puede explicarse, tal vez, por las dramáticas circunstancias de la campaña, pero, sobre todo, por la gran efecto de arrastre de la victoria sobre aquellas personas que antes de las elecciones se decían indecisas. La crecida de Pedro Sánchez ha producido una caída mayor en sus rivales (y más repartida, lo que puede ser una ventaja). El efecto de arrastre tras las segundas elecciones de Zapatero fue de 6 puntos, lo que debe de estar próximo a un resultado “normal” o medio para el partido socialista. No hay datos comparables para los gobiernos de Felipe González, por lo que no sabemos mucho más.
Para el Partido Popular el fenómeno ha sido siempre mucho más modesto: un máximo de 3,5 puntos de crecimiento en la intención directa de voto tras la mayoría absoluta del año 2000, casi igualado en 2015, en las últimas elecciones. En estas, quien realmente creció en las expectativas fue la suma de Podemos y sus aliados. En 2011 no se registró ningún cambio en la intención directa de voto al PP después de las elecciones, pese a ganarlas con mayoría absoluta en el Congreso. Esto se explica, en parte, porque esta vez pasaron dos meses entre las elecciones (noviembre) y el barómetro (enero). En 1996 el PP incluso descendió en intención de voto tras haber ganado las elecciones. La historia es aquí muy particular: se esperaba una victoria contundente, pero se ganó por la mínima, tras haber retrocedido en algunas encuestas durante la campaña; y se formó un gobierno de minoría con el apoyo de los nacionalistas catalanes y vascos. Felipe González dijo que le había faltado una semana para ganar, y es posible que fuera cierto.
En resolución, si algo tiene de bueno ese viento que hincha las encuestas, aunque al final sea solo aire, parece claro que el gobierno de Pedro Sánchez ha conseguido un crecimiento de popularidad para su partido casi tan notable como el que más, comparado con los gobiernos anteriores que se han formado a partir de victorias electorales. Mucho mayor que casi todos ellos, en realidad, sobre todo si tenemos en cuenta que la competición entre cuatro esquinas reduce los márgenes.
Lo que vaya a durar ese crédito no lo sabemos y no está claro que los precedentes nos sirvan. Zapatero perdió cinco puntos en su primer trimestre de gobierno y otros cuatro en el segundo. Tal vez fueran ciudadanos de opiniones volátiles, quién sabe. Pero Sánchez no tiene que aguantar una legislatura, solo el tiempo suficiente para convencer a sus nuevos simpatizantes de que necesita seguir en el gobierno para cumplir su programa, mientras que los demás quieren impedir que lo lleve a cabo. En un ciclo tan corto, la oposición se puede desgastar más que el gobierno. Si es así, ahí está la ventaja que, al parecer, solo él había visto.
La cocina
Atención, esto es importante. Señoras y señores, profesionales de las encuestas, informadores, analistas y aficionadas: por primera vez el CIS incluye una (breve) explicación sobre la traída y llevada “cocina de los datos” en la presentación de sus estimaciones, a propósito de la intención de voto en el último barómetro. Creo que estamos de enhorabuena. Dice el CIS:
En la estimación de voto se ha empleado el modelo aplicado por el CIS en sus últimos estudios, dando continuidad a la serie. En este anexo se recogen los resultados de un modelo de estimación a partir de los datos directos de opinión proporcionados por la encuesta. El modelo aplicado es el basado en la ponderación de los datos por recuerdo de voto, imputando la variable simpatía a los entrevistados que no han expresado una preferencia de voto por ningún partido. La aplicación a los mismos datos de otros modelos daría lugar a estimaciones diferentes.se ha empleadoel modelo aplicado por el CIS en sus últimos estudiosEl modelo aplicado es el basado en la ponderación de los datos por recuerdo de voto, imputando la variable simpatía a los entrevistados que no han expresado una preferencia de voto por ningún partido.
Hoy no tenemos tiempo de repasar los métodos, pero hay que comenzar por celebrar este paso en la buena dirección: la de aumentar la transparencia. Que el modelo se basaba, grosso modo, en la intención directa más la simpatía, ponderado por recuerdo de voto, era algo que se podía apreciar mirando los datos con paciencia. Además, se trata de un método más bien común en el oficio; podría ser incorrecto, pero no es polémico. Tratarlo como un secreto no contribuía a mantener la confianza que la institución necesita. Puesto que hay más de una forma de llevar a cabo esa proyección y los técnicos tienen, necesariamente, algunos grados de libertad, no pasa nada por hablar de ello sin necesidad de entrar en los detalles.
Hay que repetir una y mil veces que lo que más vale del CIS -pues tiene un valor incalculable- son sus datos, y estos son públicos: cualquiera puede utilizarlos para hacer sus análisis y proyecciones. Lo ideal sería que el CIS no tuviera que publicar de oficio las estimaciones que hace y, simplemente, diera su opinión responsable a quien le preguntara: -miren, teniendo en cuenta esto y esto, que nos parece lo más razonable, las cuentas resultan en esto otro; a ustedes ¿que les parece?- Lo que sucede es que si le das una encuesta cruda a los leones, sin interpretarla en absoluto, el resultado puede que sea aún peor que el de exponerse a la polémica por hacer una lectura concreta de los datos.
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(*) En una primera versión se decía, equivocadamente, que el recuerdo de voto en la encuesta correspondía al 20% de la muestra.
(1) La medida tiene sus problemas, pues no hay siempre la misma distancia temporal entre el evento y la realización de la encuesta, pero, por un feliz azar, salvo en una ocasión, ha estado siempre en torno a un mes. Otro problema es que, debido a la cercanía de las elecciones y a la maldita manía de publicar los resultados en la prensa, el CIS “se come” el barómetro anterior a las elecciones, pues es seguro que nunca daría exactamente el mismo resultado que la macro-encuesta electoral que se hace en esas fechas. Como resultado, comparamos un barómetro posterior a las elecciones con una encuesta parecida, pero no igual, sino de más muestra y más preguntas. Por lo demás, al tratarse de la misma pregunta y de la misma metodología de muestreo y trabajo de campo, antes y después del evento, la diferencia debería medir aceptablemente bien la fuerza del mismo en la opinión pública.
(2) Esto se debe en parte a que el recuerdo de antiguos votantes del PSOE está inflado, pero discutir esto nos lleva lejos y no cambia lo esencial.