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De conflictos y patrones de género

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La guerra de Ucrania, que a veces se nos olvida comenzó hace años, es un catálogo de imágenes de terribles que muestran lo peor y lo mejor del ser humano, como dice el dicho facilón. La ayuda y la entrega, por un lado, la violencia sangrienta, por otro. Las guerras también describen los roles de género en los que se divide a la sociedad. Tú, aquí; tú, para allá. Y poco más. Que los días previos a los ataques las imágenes noticiables fueran de señores sentados en sillas decidiendo el devenir de una posible invasión es lo habitual. Echad un vistazo a la sección de internacional de cualquier medio: si es raro ver a mujeres en las noticias (solo el 26 por ciento de los sujetos que aparecen en radio, prensa y televisión son mujeres, según datos de 2020 del último Monitoreo Global de Medios) es más raro aún verlas cuando se habla de temas de geopolítica (los datos del mismo estudio centrados en los medios transnacionales, es decir, esos que hacen información internacional de manera generalizada, bajan hasta el 13%). Y, menos, ahora que Angela Merkel ha dejado la presidencia de Alemania después de 16 años. Su salida de la primera línea ha modificado las fotos que ilustran eso que se llama internacional, es decir, lo que no pasa en casa. Que normalmente los hombres blancos deciden lo que pasa en el mundo no es noticia, aunque debería serlo: unas pocas personas, cortadas por el mismo patrón, dibujan eso que se llama orden (o desorden) mundial. Y que muchas veces los medios replican sin cuestión.

Para un taller que no viene al caso puse de ejemplo la sección de Internacional de un medio que tampoco viene al caso. Porque lo importante del ejemplo no es excepción, sino regla. El patrón. Era un día de noviembre de 2021, y las cinco primeras noticias de la sección eran de hombres y con imágenes de hombres. El titular de la sexta decía ‘Una constituyente chilena muestra su torso tras el cáncer de mama en la Asamblea: “La culpa la sentí desde el diagnóstico”’, y había foto. Es decir, las mujeres aparecen como anécdota, como víctimas y para la foto.

Una vez lanzadas las bombas (y aquí no me atrevo a hacer un análisis sobre el papel de la masculinidad tradicional en esto de hacer guerras) son, sobre todo, soldados los que nutren los ejércitos. Que alistarse sea algo voluntario debería llevar a preguntas que ayuden a entender por qué hay más hombres que mujeres en los ejércitos del mundo. Seguramente tenga que ver con la masculinidad tradicional y también con los roles de género. Los hombres a guerrear y las mujeres a sostener. Y eso es tremendamente injusto. Porque es injusto que los hombres no puedan salir de Ucrania para estar a disposición de una llamada obligatoria a empuñar un arma, y es igual de injusto que ante esa obligación sean las mujeres las que, mayoritariamente, se tengan que encargar del cuidado de las niñas y los niños. Y sé que hay excepciones, que hay mujeres que están empuñando las armas y que se están quedando. También sé que hay hombres que se quieren quedar y otros que están yendo exclusivamente a eso, a la guerra.

Pero la pregunta debería ser por qué los hombres nutren los ejércitos (los datos de España recogen que los hombres representan el 87,1% del personal del Ejército y cuerpos comunes y las mujeres el 12,8; si subimos escalafones un porcentaje disminuye y el otro aumenta) y por qué las mujeres se tienen que encargar de cuidar a la ciudadanía más pequeña y, por tanto, vulnerable. Hablar de los roles de género es también esto. Porque en situaciones tan extremas como una guerra, quedan bien lustrosos. Daría para otro reportaje ver en qué situación están las personas trans en Ucrania.

La lectura con enfoque de género (o feminista) de un conflicto armado siempre saca a la luz el uso del cuerpo de las mujeres como arma de guerra, no se olvide. Las violaciones de las mujeres, incluso por parte de eso que llaman fuerzas de paz como los cascos azules de la ONU, son también un elemento que juega un papel fundamental en los conflictos armados. Aunque nadie quiera verlo, aunque nadie quiera asumirlo. En Colombia, por ejemplo, no se ha conseguido meter la violencia sexual en la Jurisdicción Especial para la Paz, creada con los Acuerdos de Paz, porque no hay problema en admitir asesinatos, pero sí violaciones. Nadie viola, parece.

Las dinámicas sociales que están participando en el conflicto de Ucrania son prácticamente universales. Ya hay varias informaciones sobre el peligro de que las mujeres que salen como refugiadas caigan en manos de redes de trata, muchas con fines de explotación sexual. Y entonces la mirada se va a la frontera sur de Europa. “El trayecto migratorio de las mujeres y niñas está profundamente atravesado por la violencia física y sexual. La trata es, en muchos casos, la única manera de alcanzar Europa”, recoge un informe de Zehar (antigua CEAR Euskadi). Sin olvidar que “las mujeres huimos por causas que ni siquiera están aún contempladas en el derecho internacional”. ¿Son la violencia de género y la violencia sexual causas para huir de un país? ¿Informan de eso las secciones de Internacional?, ¿cuántas violencias se reproducen en los conflictos bélicos?

Las guerras son un espejo de la condición humana y también de la culturización de género. Narrarlas debe implicar cuestionar esos patrones.

La guerra de Ucrania, que a veces se nos olvida comenzó hace años, es un catálogo de imágenes de terribles que muestran lo peor y lo mejor del ser humano, como dice el dicho facilón. La ayuda y la entrega, por un lado, la violencia sangrienta, por otro. Las guerras también describen los roles de género en los que se divide a la sociedad. Tú, aquí; tú, para allá. Y poco más. Que los días previos a los ataques las imágenes noticiables fueran de señores sentados en sillas decidiendo el devenir de una posible invasión es lo habitual. Echad un vistazo a la sección de internacional de cualquier medio: si es raro ver a mujeres en las noticias (solo el 26 por ciento de los sujetos que aparecen en radio, prensa y televisión son mujeres, según datos de 2020 del último Monitoreo Global de Medios) es más raro aún verlas cuando se habla de temas de geopolítica (los datos del mismo estudio centrados en los medios transnacionales, es decir, esos que hacen información internacional de manera generalizada, bajan hasta el 13%). Y, menos, ahora que Angela Merkel ha dejado la presidencia de Alemania después de 16 años. Su salida de la primera línea ha modificado las fotos que ilustran eso que se llama internacional, es decir, lo que no pasa en casa. Que normalmente los hombres blancos deciden lo que pasa en el mundo no es noticia, aunque debería serlo: unas pocas personas, cortadas por el mismo patrón, dibujan eso que se llama orden (o desorden) mundial. Y que muchas veces los medios replican sin cuestión.

Para un taller que no viene al caso puse de ejemplo la sección de Internacional de un medio que tampoco viene al caso. Porque lo importante del ejemplo no es excepción, sino regla. El patrón. Era un día de noviembre de 2021, y las cinco primeras noticias de la sección eran de hombres y con imágenes de hombres. El titular de la sexta decía ‘Una constituyente chilena muestra su torso tras el cáncer de mama en la Asamblea: “La culpa la sentí desde el diagnóstico”’, y había foto. Es decir, las mujeres aparecen como anécdota, como víctimas y para la foto.