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Un sistema de salud tóxico

Gema Zunzunegui

16 de noviembre de 2022 06:01 h

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Trabajo en el campo de la psicología clínica desde hace doce años y, en estos últimos, en general, observo un repunte claro en la demanda, dándose una descompensación clara con la oferta de profesionales que estamos trabajando. Si eso es así en el ámbito privado, imaginemos el desborde que pueden estar viviendo las profesionales que trabajan en el sistema público de salud. Aunque, después de la manifestación de Madrid, no hace falta imaginar demasiado, pero sí recordar que también pasa en otras comunidades.

La salud podemos definirla, de una manera simple, como un estado de bienestar físico y mental. Este llega de la mano de los cuidados, que son las acciones llevadas a cabo de manera intencional para preservar la vida en las mejores condiciones posibles. Los cuidados implican atención, responsabilidad y tiempo.

Esos cuidados pueden ser físicos o emocionales. Como somos mamíferas, tan importantes son unos como los otros; necesitamos de alguien que nos dé calor y comida para poder crecer, pero también necesitamos de alguien con quien vincularnos, alguien con quien cultivar un necesario sentimiento de seguridad y de pertenencia. Sentirnos parte de un todo es un factor fundamental predictor de la salud.

Puesto que no somos seres aislados, todo está interrelacionado; somos sistemas que conformamos sistemas más grandes. Como si fuésemos matrioskas. Por lo tanto, este macrosistema en el que vivimos, que no gobierna y legisla desde los cuidados, hace que cuidar pueda llegar a ser una responsabilidad titánica. Y, por eso, nombrar la importancia de los autocuidados es fundamental. Pero funcionar desde ahí es como estar en rebeldía constante. Escuchar las propias necesidades y así poder reivindicarlas casi suena, por desgracia, a película de ciencia ficción.

Como decía, veo en esos autocuidados la base de los cuidados. Si no estamos bien, no podemos proyectar bienestar y mucho menos preservar o garantizar el bienestar de las otras del grupo, sea cual sea la vinculación que tengamos con ellas. De manera personal y profesional, lo veo en el día a día. Hace solamente unos meses que conseguí dar un paso más en mi aprendizaje para tratarme mejor y así, también, poder acompañar mejor a las personas que vienen a la consulta. Si estoy cansada y saturada, mi atención y mi presencia tendrán una calidad fácilmente cuestionable, sobre todo por mí misma. Me costó, pero empecé a ver los límites como una manera de cuidar de mí, de las otras y de mi trabajo.

Veo en consulta mujeres que forman parte del sistema público de salud que están absolutamente desbordadas, cansadas, frustradas, desencantadas, desmotivadas… Desde médicas de atención primaria que tienen cupos de 1.700 pacientes y que tienen que desdoblarse para cubrir los cupos de las compañeras si están de baja o de vacaciones. Hasta las que, además de tener que cumplir con la gestión de la agenda diaria, son la única profesional para atender las urgencias, porque hay una franja de la tarde en la que el Punto de Atención Continuada (PAC) está sin personal propio para la atención. ¿Para qué cubrir esos puestos si podemos explotar a quien ya está dentro?

Si pienso en los testimonios de las enfermeras siento auténticos escalofríos dignos de película de terror: enlazar contratos temporales por días, entrar a trabajar en una unidad y hacer hasta tres cambios en una misma jornada, no poder planificar días libres o de vacaciones porque rechazar una vacante puede estar penalizado.

Y no nombro la situación de auxiliares de enfermería, celadoras, servicio de limpieza y otras profesionales, porque no lo conozco de cerca, pero puedo intuir que en un sistema tan jerarquizado como es el sistema de salud, cuanto más bajemos en la escala menor será el respeto por el bienestar y los derechos de las personas que lo conforman.

Con cada una de las personas que tengo en cabeza al escribir estas líneas veo que el manejo de la frustración y la rabia van de la mano. Todas y cada una de ellas sienten que están dentro de un sistema (¿de salud?) tóxico, que las maltrata, las menosprecia y les falta al respeto de manera constante. Muchas de ellas se manejan en un estrés crónico, en un estado de ansiedad generalizada, con baja autoestima por no poder hacer bien su trabajo. Es fácil que nos encontremos con el miedo de frente; son conscientes de que muchas veces se ven en el deber, bajo la presión de la falta de tiempo, de tener que pasar por las situaciones de manera poco profunda, por lo que el miedo a equivocarse, a que se les escape algo importante que lleve a consecuencias graves, las acompaña todo el tiempo. En ese nivel de presión, con un tic-tac constante en la nuca, se hace difícil prestar atención de calidad a la persona que tienen delante, se hace complicado ejercer una escucha activa y tener presencia en el aquí y en el ahora. Con menos de diez minutos por paciente (siendo generosa) nos da una idea del bajo nivel de conexión al que se puede llegar con este.

Desde ahí, de la mano del miedo, aparece la culpa por no estar cuidando bien: un error, un olvido, una mala cara, una mala contestación. La culpa siempre se nos plantea como una losa que limita el movimiento y minimiza nuestro bienestar de base. Entorpece y dificulta el buen funcionamiento.

Las profesionales que están en primera línea son las que, además, están expuestas a las quejas de las usuarias. Con ellas muestran su descontento por los retrasos o por los tiempos largos de espera entre prueba y prueba.

Ellas son las que, con sudor y lágrimas y horas extras, sostienen un sistema que los de arriba se están encargando de dinamitar. Son ellas las que haciendo todo lo que pueden (y un poco más), logran que el sistema no se hunda. Son ellas las que, por convencimiento y valores, apuestan porque el sistema público de salud siga funcionando y siga siendo un derecho básico y universal. Porque creen en la necesidad del sistema más que quienes legislan y tienen el poder, que están decididos a boicotearlo. Para ello, recurren a violencias sutiles y perversas, intentando desgastar y deslegitimar a las bases. Pregunto yo: ¿dónde quedan aquellos aplausos de reconocimiento a las ocho de cada tarde? Si las palabras no son acompañadas de hechos, se las lleva el viento.

Como dice una de las reivindicaciones del colectivo creado en Galicia, Enfermeiras eventuais en loita: “La vocación no justifica la explotación”. Pues eso, verbalicemos bien claro y alto la necesidad, el deber, de cuidar de quien cuida.

Trabajo en el campo de la psicología clínica desde hace doce años y, en estos últimos, en general, observo un repunte claro en la demanda, dándose una descompensación clara con la oferta de profesionales que estamos trabajando. Si eso es así en el ámbito privado, imaginemos el desborde que pueden estar viviendo las profesionales que trabajan en el sistema público de salud. Aunque, después de la manifestación de Madrid, no hace falta imaginar demasiado, pero sí recordar que también pasa en otras comunidades.

La salud podemos definirla, de una manera simple, como un estado de bienestar físico y mental. Este llega de la mano de los cuidados, que son las acciones llevadas a cabo de manera intencional para preservar la vida en las mejores condiciones posibles. Los cuidados implican atención, responsabilidad y tiempo.