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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Himnos, lenguas y banderas: cuando las derechas agitan las emociones

Mariano Rajoy firma en una bandera española a su llegada a la segunda jornada del XVIII Congreso nacional del PP en la Caja Mágica.

Andrés Gil

Que la guerra de banderas ha beneficiado más a Ciudadanos que al PP en las elecciones catalanas; pues se recurre a la cadena perpetua rebautizada como prisión permanente revisable. Que los casos de corrupción vuelven a estar de actualidad; pues se saca del cajón la amenaza de acabar con la inmersión lingüística en Catalunya aprovechando que el 155 sigue vigente mientras no haya Gobierno catalán. Que los plenos en el Congreso son estériles por la nula iniciativa legislativa del Gobierno hasta el punto de estar dispuesto a posponer sine die los presupuestos, pues se recupera la idea de una letra para el himno de España.

“La política funciona por emociones y no por razones”, afirmaba el líder de Podemos, Pablo Iglesias, en una entrevista en eldiario.es.

Los principales dirigentes de Podemos, incluido Iglesias, a menudo han reivindicado que “no se podía regalar a la derecha” los conceptos ni los símbolos de la patria y de España. El propio Rafael Mayoral juró como diputado en enero de 2016 con un “viva España, viva el pueblo, vivan los trabajadores”, y con frecuencia denuncian el “patriotismo de pulserita de quienes pagan sus impuestos en Suiza” frente “al patriotismo de los pequeños empresarios y autónomos” o el “patriotismo plurinacional” como proyecto de país. Iglesias, en un acto el 23 de septiembre en Alcorcón (Madrid), proclamó: “Visca Catalunya, viva España”.

Incluso Pedro Sánchez proyectó una rojigualda gigante en el acto de su proclamación como candidato a la presidencia del Gobierno en el 20D: “No decimos que esa bandera no pueda pertenecer y sentirse por parte de otras opciones ideológicas, pero que es tan nuestra como del resto”, aseguró Sánchez en declaraciones a la Cadena SER.

“Cuando las preguntas son sobre la cuestión social”, continúa Iglesias, “nosotros podemos hacer compatibles las emociones con las soluciones más sensatas. Nosotros somos la fuerza que representa esa emoción política frente a las élites. Cuando entramos en el tema territorial nosotros estamos fuera de la geografía de las emociones. Ahí emocionan otras cosas, como la identidad 'Catalunya' o la identidad 'España' que se expresan a través de unos significantes muy concretos como son las banderas”.

“Nuestro himno no tiene letra, ya está”, ha zanjado este lunes la dirigente socialista Carmen Calvo, quien también ha lamentado que se “haga política constantemente con elementos simbólicos que no resuelven nuestras vidas, nuestro salario, el estado de bienestar o la igualdad de los españoles”.

Y a eso están jugando el PP y Ciudadanos: a emocionar con las identidades, nacionales, con el a por ellos; con una reedición del “Pujol, enano, habla castellano”; y con la última versión de lo que en su día llamó José María Aznar patriotismo constitucional -disputando el concepto al PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero, que bebía de Jürgen Habermas- y que este lunes ha llamado Pablo Casado “patriotismo desacomplejado” e Inés Arrimadas, “patriotismo civil”. Es decir, la letra de Marta Sánchez al himno de España:



"Vuelvo a casa, a mi amada tierra,
la que vio nacer un corazón aquí.

Hoy te canto, para decirte cuanto orgullo hay en mi,
por eso resistí.

Crece mi amor cada vez que me voy,
pero no olvides que sin ti no se vivir.

Rojo, amarillo, colores que brillan en mi corazón
y no pido perdón.

Grande España, a Dios le doy las gracias por nacer aquí,
honrarte hasta el fin.

Como tu hija llevaré ese honor,
llenar cada rincón con tus rayos de sol.

Y si algún día no puedo volver,
guárdame un sitio para descansar al fin"

La propia Marta Sánchez, quien ha reconocido que le ha llamado el ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, ha dado medida de la importancia emocional del asunto: “Si se acepta mi letra, podré irme tranquila a la tumba”. Cuando se invoca hasta a la muerte, poco recorrido le queda a la razón.

Y en ese campo emocional, opera la memoria individual y colectiva, esas cicatrices que pasan de generación en generación. La de quienes durante cuarenta años de dictadura franquista cultivaron una idea de España vinculada a la uniformidad territorial, a la unidad lingüística y territorial; heteropatriarcal; homófoba; católica; el partido único y su caudillo; con su rey jurando los principios fundamentales del régimen; “grande y libre”; con la Marcha Real como himno y la rojigualda como bandera.

Esa España no sólo se edificó como la España verdadera y única, sino que construyó lo que denominó antiespaña: la de los estatutos de autonomía y el plurilingüismo; la república; la Institución Libre de Enseñanza; la que aprobó el divorcio, el aborto y el voto femenino; la que adoptó la tricolor y el himno de Riego –por mucho que transigiera el PCE en la Transición–.

Y ahí, cuando se ponen en juego emociones nacionales, parece que las derechas aún se desenvuelven mejor que las izquierdas.

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