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Opinión - España: una democracia atascada. Por Rosa María Artal

Sánchez aleja la coalición con Iglesias, las derechas se enzarzan y Abascal hace xenofobia en prime time

Los cinco candidatos se dirigen a sus atriles antes del arranque del debate.

José Precedo

En el capítulo anterior -la campaña electoral permanente siempre tiene un capítulo anterior- los dos debates televisados de abril hicieron cambiar de papeleta a un 7% de españoles según el CIS. El duelo a ida y vuelta en TVE y Atresmedia agitó, durante aquella última semana de abril, el tablero político de manera decisiva, según todos los expertos en demoscopia.

Los partidos tomaron nota de entonces, sabían que anoche era el momento crucial de una campaña oficialmente más corta: con un tercio de los electores indecisos, una abstención por las nubes que algunos sondeos sitúan por encima del 30% y, peleando por todo eso, dos bloques ideológicos muy lejos de la mayoría absoluta. Por citar el caso más dramático: la mitad de los cuatro millones votos de Ciudadanos estaban en el aire a la hora en que Vicente Vallés y Ana Blanco pusieron en marcha la cuenta atrás en el primero de los cinco bloques: cohesión de España. Traducido a la España de 2019: Catalunya.

Sánchez comparecía a la cita líder destacado en las encuestas igual que en abril. Y como entonces ejerció más de presidente en funciones que como candidato a repetir en La Moncloa. Consciente de por dónde iban a venir los ataques, anunció en el primer bloque un paquete de medidas duras para Catalunya: modificación del Código Penal para castigar referendums (una medida que fue retirada en la época de Zapatero y contra la que los socialistas votaron en el Congreso hace solo unos meses), reformas en las leyes que rigen los medios públicos para que su dirección sea nombrada con dos tercios del Parlamento -algo que ya rige en el Parlament- y “evitar el sectarismo de TV3”, según dijo Sánchez, que añadió una asignatura de concordia para estudiar en toda España la Constitución, medida que incluye el programa socialista para la repetición electoral.

Enfundado en el traje de presidente que no aparca desde la moción de censura ni para los debates, adelantó la creación de un ministerio para combatir la despoblación, de una vicepresidencia económica para gestionar la crisis que viene en manos de Nadia Calviño, uno de esos perfiles de orden que no asustan ni a la patronal ni en Bruselas, y más cambios en el Código Penal, esta vez para castigar la exaltación del franquismo y disolver la Fundación Franco.

El aspirante socialista propuso además un pacto para dejar gobernar a la lista más votada, como el que defendía el PP no hace tanto, y al que no replicó nadie en la derecha. Sí lo hizo desde el otro flanco, Pablo Iglesias, quien recordó que España es una democracia parlamentaria donde gobierna el que convence a la mayoría de diputados.

Durante los cinco bloques temáticos, el líder de Unidas Podemos defendió la necesidad de un gobierno de coalición con el PSOE para girar hacia la izquierda y alertó de que una abstención del PP, que Casado negó varias veces, no saldrá gratis al Partido Socialista ni “a los españoles”. Pablo Iglesias recitó de nuevo, como había hecho en abril, esos artículos de la Constitución que rara vez salen en los telediarios y todavía menos se cumplen: el derecho universal a la vivienda o al trabajo y el párrafo que dice que “toda la riqueza nacional en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general”.

El líder de Unidas Podemos, que rehuyó el enfrentamiento brusco con Sánchez esta vez, retomó la oferta del gobierno conjunto que no fructificó en julio, cuando desechó la oferta de una vicepresidencia y tres ministerios, que el PSOE ya no volvió a negociar. Sánchez, entretanto, se esforzó en subrayar las diferencias que le separan de Unidas Podemos en asuntos como el catalán y hasta discrepó “rotundamente de la forma que tiene de entender al empresario”. Lo dijo a propósito de las críticas de Unidas Podemos a las donaciones a la sanidad de Amancio Ortega.

Iglesias, con un tono muy suave, replicó que pese a esas diferencias, socialistas y Unidas Podemos gobiernan juntos en muchas autonomías e incluso en la ciudad de Barcelona con Ada Colau como alcaldesa. Y utilizó las primeras salidas de tono de Abascal para insistir a Sánchez: “Usted y yo no nos tenemos que achicar ante esta derecha ignorante y agresiva”.

Sánchez no dio ninguna pista de ir a cambiar de opinión y se limitó a pedir la papeleta del PSOE para lograr el desbloqueo, a reprochar a PP y Ciudadanos no haberse abstenido para facilitar su gobierno y a insistir en que se debe dejar gobernar a la lista más votada. Iglesias respondió: “Mucha gente socialista está perpleja viéndole queriendo pactar con la derecha”.

Desde el PP, Pablo Casado insistía en la misma pregunta, pero para saber si Sánchez va a aceptar los votos de los partidos independentistas y al no recibir respuesta concluyó que el socialista no está capacitado para ser presidente. El líder del Partido Popular se presentó con su nueva imagen -la barba de tres días es para siempre, la moderación depende de la semana-, la esperanza de que los votantes pródigos regresen a la casa común de la derecha y una promesa repetida: no habrá abstención que valga ante Sánchez. Con las encuestas esta vez de su lado, apeló al voto útil, matizó el tono en Catalunya, donde evitó pedir el 155 aunque reprochó al Gobierno que no haya aplicado la ley de seguridad nacional para atajar los disturbios. Y dejó ver que las papeletas de Vox o Ciudadanos pueden ser votos perdidos el domingo por la noche.

En el apartado económico, Casado recurrió al viejo mantra que culpa a los socialistas de crear crisis económicas cada vez que llegan a La Moncloa, anticipó bajadas de impuestos generalizadas y trató de desvincularse de la corrupción del PP. Ahí se enzarzó con Albert Rivera, que se había apuntado a aplicar la misma receta fiscal pero añadió una medida, “el ICB, el impuesto de la corrupción del bipartidismo”. 48.000 millones de euros el año, según calculó el candidato de Ciudadanos: “1.000 por español cada año”. Ese ataque indignó a Casado, que mencionó escándalos de Ciudadanos en un par de ayuntamientos madrileños, los únicos donde gobernó la pasada legislatura. “No seas cutre”, replicó Rivera citando Gürtel.

Fue el momento más tenso entre ambos, dos minutos de reproches que el líder del PP zanjó pidiendo a su socio en Andalucía, Madrid, Castilla y León y Murcia que no se equivocase de enemigo y mejor hablase de empleo. La cosa no fue a más y el presidente del PP regresó pronto a las apelaciones al voto útil.

Rivera demostró durante los 160 minutos de debate que era el que llegaba al plató con más urgencias. En la cita de abril había peleado por superar al PP, al que meses después entregó todo el poder municipal y autonómico en unas coaliciones que precisaron de Vox como muleta, y, ahora -los sorpasos en España los carga el diablo- trata de sobrevivir como quinta fuerza con llamadas desesperadas al voto. En la primera cita sobre Catalunya esgrimió en la mano un trozo de baldosa, como los que grupos de violentos lanzaron a las fuerzas de seguridad en las protestas de Barcelona. Según Rivera, ese pedazo de acera con el símbolo de la ciudad “representa la amenaza a la democracia española”. El líder de Ciudadanos repasó las competencias cedidas a Cataluña con los gobiernos socialistas pero también con el PP y pidió el voto para aplicar el artículo 155, además de otras medidas excepcionales. Pero todo se quedó cortó porque la novedad de la noche iba a ser Santiago Abascal.

El líder de la extrema derecha que tras encontrar hueco primero en los medios, luego en las instituciones, por fin estrenaba atril en un debate electoral, dispuesto a convertir a Vox en la tercera fuerza del Congreso. Su partido había calentado la jornada con una visita de Rocío Monasterio a un centro de menores no acompañados en Sevilla, en el que residen 20 jóvenes inmigrantes sin familia en el país, para, según dijo la portavoz de Abascal, cumplir con su deber: “La protección del españolito de a pie a caminar con tranquilidad sin ser asaltado por una manada de menas”. Algunos vecinos habían recibido a la comitiva de Vox con gritos de “Fuera fascistas del barrio”.

Al caer la noche Abascal tampoco decepcionó. Cargó contra la inmigración y el Estado de las Autonomías en todos y cada uno de los bloques temáticos del debate. Pidió dejar sin sanidad a los sin papeles. Preguntó a Sánchez si atenderlos cuesta “1.000 millones, 2.000 millones o 3.000 millones”, pese a que durante los años en que el Gobierno de Rajoy retiró esa prestación no se pudo concluir ningún ahorro. Vinculó a la población extranjera directamente con la delincuencia y las violaciones de mujeres tirando de otra leyenda urbana: que siete de cada diez imputados son inmigrantes. Lo dijo desafiante sin que nadie le llevara la contraria. Y cuando al salir del plató un periodista le preguntó de dónde salía el dato, Abascal titubeó, aludió a supuestas informaciones de prensa y acabó diciendo que si hay algún error no le importará rectificar.

En su largo mitin sin apenas interrupción abogó por el desmantelamiento del Estado de las Autonomías, al que causó de los otros males que no causan los extranjeros. Un apunte para espectadores despistados: según el CIS los españoles que consideran que la inmigración es uno de los tres principales problemas no llega al 3%.

Tal y como viene haciendo desde hace un año, Vox desplegó su agenda en el escaparate que da el prime time, sin que ninguno de los socios en los gobiernos autonómicos osara corregirlo en nada. Solo Rivera le reprochó que Abascal hablase de chiringuitos tras haber vivido de ellos en la Comunidad de Madrid cuando gobernaba Esperanza Aguirre. El líder de la extrema derecha ni siquiera lo negó, presumió de defender lo que defiende sabiendo de lo que habla. “¿Hace falta cobrar 300.000 euros para comprobarlo”, preguntó Rivera y la duda se quedó en el aire.

Para la agenda política que ha desplegado el PP y Ciudadanos durante meses, Abascal tiene recetas más sencillas: acabar con el autogobierno no solo en Catalunya, también en otras autonomías, culpar a los inmigrantes y, en caso de duda, agitar la bandera española. Incluso se atrevió a cargar contra la exhumación de Franco y a equiparar a represores y represaliados de la dictadura.

El sexto candidato en liza, Íñigo Errejón, compareció en otro plató distinto. Como Más País no tiene representación y tampoco atril en el debate, dedicó la noche a comentar la jugada en la tertulia de La Sexta. Desde allí, apeló a los votantes a no repetir errores, a hacer algo distinto para conseguir resultados distintos: básicamente votarlo a él para evitar un nuevo bloqueo. También reprochó a Unidas Podemos y el PSOE haber dejado “esa autopista por la que Abascal discurre ahora a toda velocidad”. Y alentó el temor a unas terceras elecciones, si se vota como en abril.

Está por ver cuántos votos habrá movido este debate. Aunque hay cosas que difícilmente podrán cambiar: 300.000 votantes de abril ya han decidido quedarse en casa. Con el plazo cerrado la semana pasada, las solicitudes en Correos han caído por debajo del millón, después de que en abril llegasen 1,3 millones de papeletas por carta. Los partidos disponen de cuatro días para intentar que esa proporción no se repita en las urnas.

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