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Opinión - ¡Nos comerán! Por Esther Palomera

Allí estaba, al pie del avión, disfrutando de la escena. Hacía ya cinco años que era alcalde de Almaty, pero no sabía que a esa región, donde las montañas custodian imponentes la ciudad, acuden cada año cientos de cazadores atraídos por los trofeos locales. Lo descubrió esa tarde, mirando cómo introducían por la puerta trasera del avión español las cabezas con cuernos descomunales de las cabras salvajes que habitan esa zona del continente. Las más preciadas, por su tamaño, de la familia de bóvidos a la que pertenece la cabra montesa española. También vio una decena de ejemplares de aves que no supo identificar. En el Gobierno de Kazajistán el experto en animales y en cómo abatirlos era el presidente, Nursultan Nazarbayev. De hecho, por eso estaba allí ese avión y él, firme, diplomático pero divertido, junto al aparato.

Fue una orden de Nazarbáyev. Su buen amigo el rey de España, Juan Carlos, viajaba a Kazajistán y él, como alcalde de Almaty, debía recibirlo, con todos los honores pero perfil bajo, en el aeropuerto. No se trataba de un viaje oficial, sino de uno privado del monarca. Era octubre de 2002, hacía casi una década que don Juan Carlos y Nazarbáyev se habían conocido, durante la primera visita oficial del presidente kazajo a España en 1994, y ambos habían sintonizado y presumían públicamente de su amistad. Hasta 2007 don Juan Carlos, acompañado entonces de la reina Sofía, no programó su primer viaje oficial al país asiático, pero antes ya había hecho tres privados. Tres viajes de esos que nunca figuraban en la agenda y sobre los que jamás, durante todo su reinado, informó la Casa Real.

“Fueron apenas tres días. Pero Nazarbáyev quería que resultara muy especial. Había invitado al rey a cazar con él y me pidió que yo lo recibiera”, recuerda ahora Victor Khrapunov, a quien este periódico localiza en Ginebra. Fue durante años un hombre fuerte del Gobierno de Nazarbáyev, ministro y gobernador, entre otros cargos, además de alcalde, hasta que empezó a enfrentarse a él por el poder político que acaparaba y se exilió del país. Desde entonces, tanto él como otros opositores mantienen una pugna con el Gobierno kazajo. A Khrapunov se le acusa de corrupción, de haberse enriquecido ilícitamente y haber huido con la fortuna amasada. Khrapunov, como otros antiguos hombres fuertes del régimen y oligarcas hoy exiliados y perseguidos, sostiene que es una persecución política por enfrentarse al todopoderoso Nazarbáyev. El presidente acaparó el poder desde la independencia del país en 1991 hasta que renunció al mismo en marzo del año pasado. Khrapunov vive hoy escondido en Suiza. Allí, a finales del año pasado, la fiscalía helvética desestimó una de las demandas interpuestas por el Gobierno kazajo contra él por lavado de dinero. Khrapunov habla en ruso pero traduce al inglés su hijo, Iliyas.

Tras recibirlo en el aeropuerto, cuenta a este periódico sobre aquel viaje de 2002, llevó al rey Juan Carlos y a su comitiva, formada por cuatro hombres, a recorrer la ciudad. Visitaron el museo nacional, subieron a conocer una famosa pista de patinaje sobre hielo desde la que se divisa toda la ciudad, el monarca español firmó en el libro de visitas y todos se fueron a almorzar. Khrapunov remite a este diario la foto de aquel almuerzo. En ella se ve al rey, con traje y corbata, sentado a la mesa. A su lado, aunque se trataba de un viaje privado, el entonces embajador español en el país, Francisco Pascual de la Parte. Terminada la comida los coches regresaron al aeropuerto. Allí esperaba al rey el avión del presidente para llevarlo hasta la residencia de caza privada de su anfitrión. Khrapunov se despidió de él. No volvería a verlo hasta que, dos días después, regresó al aeropuerto para despedir, igual que le había dado la bienvenida, al rey de España.

“Fue entonces cuando lo vi”, recuerda Khrapunov. “Por la puerta trasera del avión introducían los cuerpos de aquellos animales que habían cazado y por la delantera, al mismo tiempo, subían los guardaespaldas del presidente portando cuatro o cinco maletines negros y bajaban sin ellos”, describe la escena. Minutos después, mientras el avión despegaba, Nazarbáyev, a su lado, que había acudido también a despedir a su amigo español, viéndolo partir, se lo dijo.

-¡Míralo! Es el rey de un país pero no tiene nada... Yo le ayudo como puedo…

Khrapunov, confiesa, no sabía entonces qué cantidad de dinero había en esos maletines. Lo supo tiempo después, hablando con otro hombre del régimen, Rakhat Aliyev. Este le contó que el rey Juan Carlos se había llevado de vuelta cinco millones de dólares en metálico. Aliyev no solo era entonces uno de los hombres más próximos al presidente. También era su yerno. Estaba casado con Dariga Nazarbayeva, su hija mayor. Hasta que en 2007, tras haber sido nombrado embajador en Austria, fue acusado por su propio Gobierno de perseguir a la oposición política y de haber ordenado el asesinato de uno de los opositores. Aliyev falleció en 2015 en una cárcel austriaca a la espera de ser juzgado. Supuestamente, se suicidó, se ahorcó en la celda pocos días antes de que comenzara el juicio. Hasta el final mantuvo que la suya era una persecución política de su antiguo suegro. Incluso hubo, tras su muerte, la sospecha de que podría haber sido asesinado, asfixiado, en la prisión donde estaba, desmentidos por las autoridades austriacas.

Dos años antes de morir, Aliyev publicó un libro, 'Godfather in law', un juego de palabras, en inglés, con las palabra padrino, en referencia a la mafia, y suegro, en el que expone su visión del presidente y de su régimen. En uno de los capítulos él también cuenta aquel viaje de don Juan Carlos. “El presidente, impactado de que el rey no fuera un multimillonario, mostró su naturaleza humanista: 'Le he dado un poco', dijo”. Además de repetir la misma frase de su todavía suegro a Khrapunov, narra cómo ambos mandatorios compartieron cacería, era temporada alta para la caza del íbice, en las montañas kazajas y después celebraron las piezas cobradas en el banya, la sauna tradicional rusa. “Bebieron whisky escocés y saltaron juntos al río. Chicas de compañía del país esperaban cerca para repartir total relajación”, añade. También desvela cómo el rey aprovechó los descansos entre tiros, copas y vapor para “hacer lobby por los intereses españoles de Repsol y Talgo”. Ambas compañías llevan ya más de dos décadas trabajando en el país asiático, uno de los grandes productores de gas y petróleo y uno de los mejores socios españoles en la región. Los trenes de alta velocidad de Talgo unen Astaná y Almaty desde 2001. Además, se han extendido también allí empresas españolas de otros sectores, como el de la moda, con Inditex o Mango.

Nazarbáyev fue uno de los 15 jefes de Estado invitados a la boda de Felipe VI

“No entiendo por qué le gustaba al rey el presidente de un lejano país asiático, pero entiendo por qué le gustaba el rey a mi suegro: hubiera deseado transformarse en un monarca, libre de restricciones constitucionales”, remata Aliyev, en su libro, la narración del viaje. “Nazarbáyev necesitaba aceptación en la comunidad de líderes y presidentes. Y alguien como Juan Carlos le proporcionaba acceso y notoriedad. Cuando Felipe y Letizia se casaron acudió invitado a la boda. Su foto allí, acompañado por su hija Aliya, se difundió en todos los periódicos de Kazajistán”, recuerda Khrapunov. Un año y medio después de la cacería, Nazarbáyev fue uno de los 15 jefes de Estado que asistieron al enlace entre los príncipes de Asturias. La noche previa a la boda, durante la cena de gala que celebró la Casa Real, el presidente kazajo y su hija compartieron la mesa que presidía don Juan Carlos, junto a Paloma Rocasolano, la madre de doña Letizia, la reina Beatriz o Johannes Rau, el presidente de Alemania, entre otros.

¿Qué sucedió con aquel dinero? ¿Por qué lo aceptó don Juan Carlos? ¿Ese regalo condicionó la invitación a la boda real? Trasladamos estas mismas preguntas a la Casa Real. “La función de la Casa de Su Majestad el Rey, también en nuestro ámbito, está circunscrita a las actividades oficiales estrictamente”, responde el director de comunicación, Jordi Gutiérrez. En Zarzuela siempre se guardó silencio sobre los viajes privados de don Juan Carlos. Se sigue haciendo. Aquel era un viaje privado pero el rey era jefe de Estado e incluso estaba presente el embajador en el país. 

Tampoco el embajador entonces, Pascual de la Parte, hoy cónsul en Múnich, responde a las preguntas de este diario. Su equipo en el consulado contesta por él pero invita a trasladar esas preguntas a la Casa Real. Tampoco hay suerte con Javier Sánchez-Junco, el abogado designado por el rey para representarle en las investigaciones judiciales abiertas en Suiza y España que han puesto en entredicho a don Juan Carlos. El abogado responde amablemente diciendo que desconoce los hechos y que no puede hacer ningún comentario.

La buena relación personal de don Juan Carlos con Nazarbáyev, hoy retirado de la presidencia del país pero convertido en un líder omnipresente y en una figura de culto, y cuyo portavoz oficial no ha respondido a los mensajes enviados por este periódico, propició durante años, “numerosos contactos entre autoridades de los dos países”, como ensalzaba el Gobierno de Rajoy, en 2013, durante la última visita del dirigente kazajo a España. Pero los viajes privados de don Juan Carlos forman parte de esa zona de sombras de su reinado hoy iluminada abruptamente. Decenas de ellos, durante décadas, de los que nunca informó la Casa Real y de los que continúa sin hacerlo. Como esa cacería de Kazajistán. O la que meses después haría en Rumania, con polémica incluida porque el monarca habría abatido a nueve osos, incluida una osa gestante, o en España, en la finca La Garganta, en 2004, donde conoció a Corinna Sayn-Wittgenstein. Viajes que quedaron súbitamente expuestos con otra cacería, la de Botsuana, en 2012, cuando, en plena crisis económica, el rey desapareció para irse a cazar un elefante al país africano y solo se descubrió por su accidente. La cacería que abrió una fisura en palacio que acabó por convertirse en la mayor crisis de la Corona española.