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Qatar, Arabia Saudí y el fútbol: Amnistía Internacional pide gestos pero la selección española guarda silencio

Imagen de portada del informe 'En lo mejor de su vida' de Amnistía Internacional.

David López Canales

31 de octubre de 2021 21:03 h

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En noviembre de 2020 enviaron la primera carta a la Federación Española de Fútbol. Después, siguiendo el protocolo de trabajo de la organización, llamaron también por teléfono. En marzo volvieron a hacerlo. Y a finales de agosto repitieron por tercera vez. Tres cartas en las que la organización de derechos humanos Amnistía Internacional pedía una reunión con la Federación, responsable de la selección española de fútbol, para mostrarle su preocupación por la situación de los inmigrantes que trabajan desde hace una década en Qatar, desde que el país fue elegido como sede de la Copa del Mundo de 2022, en la construcción de los estadios y las instalaciones para el campeonato.

La respuesta a los tres intentos fue la misma: silencio administrativo. El día 4 de noviembre el seleccionador nacional, Luis Enrique, dará su lista de convocados para los dos partidos —el día 11 ante Grecia en Atenas y el 14 frente a Suecia en Sevilla— en los que España busca su clasificación directa para esa Copa del Mundo. Y Amnistía Internacional quiere aprovechar la ocasión de nuevo para reclamar un “gesto” a la selección que aún no se ha producido. 

El pasado agosto Amnistía Internacional publicó un informe, 'En lo mejor de su vida', en el que contaba los casos documentados de una treintena de trabajadores inmigrantes en Qatar que habían fallecido supuestamente por causas naturales, como decían los certificados de defunción, a pesar de no tener ningún tipo de problema previo de salud. A ninguna de las familias de los fallecidos se le permitió que se realizara un informe forense ni se le indemnizó por las muertes. Son algunos ejemplos de una realidad que se denuncia muchísimo más amplia, de unas cifras difíciles de calcular pero que se intuyen demoledoras.

Las condiciones de trabajo en Qatar, sobre todo por las altísimas temperaturas, por las jornadas extenuantes y por las pésimas condiciones de vida, casi en regímenes de semiesclavitud, han sido denunciadas desde que empezó a brotar en el desierto el Qatar moderno. Allí han llegado durante las últimas dos décadas miles de trabajadores de países como India, Bangladesh o Nepal para trabajar en la construcción del nuevo y moderno Qatar. La diferencia, ahora, como señalan las organizaciones de derechos humanos, es que con la Copa del Mundo ya no sólo es responsabilidad del poco transparente Gobierno qatarí, sino también de la FIFA como organizadora de la Copa del Mundo. 

Las estadísticas oficiales de Qatar, recogidas en el informe, muestran que en la última década, desde la adjudicación del torneo, han fallecido en Qatar más de 15.000 trabajadores extranjeros. No todos estaban relacionados con la construcción de las instalaciones del campeonato. Ese es el problema: poder saber, realmente, cuántos sí lo estaban y cuántas de esas muertes pueden ser atribuidas a esas durísimas condiciones de trabajo.

El pasado febrero el diario británico The Guardian hizo otro informe revelador. Publicó que al menos 6.500 trabajadores de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka habían fallecido en el país desde que comenzaran las obras de la Copa del Mundo y Qatar iniciara un programa de construcción de infraestructuras sin precedentes. La cifra real, apuntaba el periódico, sería aún más elevada porque no se incluían los muertos de países como Filipinas o Kenia, puntos frecuentes de origen, también, de la mano de obra barata que inunda Qatar.

Desde las organizaciones de derechos humanos reconocen que se han hecho avances. Se han reunido con la FIFA y ésta se ha preocupado por la situación e instó incluso a Qatar a cambiar sus leyes y normativas de trabajo para suavizar esas condiciones de trabajo, sobre todo en los meses de más calor, cuando las temperaturas superan fácilmente los 40 grados. Pero se quejan de que esos cambios, como explica Carlos de las Heras, responsable en España de esta campaña de Amnistía Internacional, “se quedan sobre el papel”. “La FIFA debe adoptar medidas para que realmente se apliquen”, subraya.

También se ha conseguido el compromiso de la FIFA de que para futuras concesiones de la Copa del Mundo se incluirán cláusulas concretas sobre derechos humanos. “Y eso está muy bien, pero no llega a tiempo para Qatar”, dice De Las Heras. A su juicio, la clave es que la FIFA se rija “por los principios rectores de la ONU sobre empresas, que establecen que éstas son responsables de las violaciones de derechos humanos que se puedan cometer con su actuación”.

Pero estas organizaciones aspiran ahora a llevar el tema, y el debate, más allá de la FIFA. De ahí el contacto con las federaciones nacionales. “La campaña está dirigida a la FIFA, que es a la que se exige responsabilidades, pero las federaciones nacionales también tienen su responsabilidad como integrantes de la FIFA. Queremos esa reunión para exponerles nuestra preocupación por la situación de esos trabajadores y pedirles que tengan por lo menos un gesto”, explica De las Heras.

Ya existen precedentes. En primavera, las selecciones de Noruega, Alemania y Finlandia posaron con camisetas con lemas a favor de los derechos humanos y la FIFA, poco amiga de los gestos que se salen del guión y del negocio, y que prohíbe expresamente las declaraciones políticas, no las sancionó tras deliberar sobre ello. “Y eso es lo que queremos que haga también la selección española: pueden ser camisetas, un brazalete de capitán, una bandera...”, explica De Las Heras. Desde la Federación justifican a elDiario.es su silencio. “La Copa del Mundo es competencia de la FIFA y ésta ya se ha pronunciado sobre este tema”, afirman.

La española no es la única federación que ha respondido con silencio. Tampoco Francia e Inglaterra han contestado a las cartas y llamadas de estas organizaciones. En los países nórdicos, en cambio, la relación ha sido más positiva. En Suecia, incluso, la presión de estas organizaciones y de los clubes ha provocado que la federación sueca cancele una minigira prevista para comienzo de año en Qatar como preparación para la Copa del Mundo. Y en Finlandia se han pronunciado hasta algunos de sus jugadores. “No debemos estar callados. Somos el producto por el que los países pujan y del cual la FIFA se aprovecha para sacar una fortuna en derechos televisivos. Tenemos nuestros canales y asociaciones de futbolistas; debemos tener más influencia que nunca para ayudar a mejorar las condiciones de los trabajadores en Qatar”, ha declarado Tim Sparv, capitán de la selección.

Qatar no sólo acogerá la Copa del Mundo de fútbol. El país se ha convertido durante las dos últimas décadas en un escenario frecuente de grandes eventos deportivos, sobre todo relacionados con el motor, como los grandes premios de motociclismo. Qatar es hoy uno de los mejores ejemplos de un fenómeno que se ha etiquetado, en inglés, como sportswashing, y que hace referencia al intento por blanquear regímenes antidemocráticos o con graves carencias en el respeto de los derechos humanos a través del deporte. 

El poder blando

A principios de los años noventa, el politólogo estadounidense Joseph Nye creó un término para las relaciones internacionales que enseguida fue adoptado por la comunidad académica e internacional: poder blando. Nye distinguía así, en las relaciones entre Estados, y en esa búsqueda constante de influir en otros que éstas persiguen, entre el poder duro que se aplicó durante siglos a través de medios económicos y militares y una nueva forma de poder, blando, que buscaba persuadir, influir y atraer por otros medios. Frente al acoso o la dominación militar o económica, el poder blando, como pueden ser la cultura o la cooperación internacional, tiene una imagen positiva. El deporte forma parte de ese catálogo de opciones de poder blando que pueden utilizar los países. 

“Esto, en realidad, ha pasado durante toda la historia. Siempre ha habido sportswashing, lo que sucede es que ahora lo hemos etiquetado así”, explica a este periódico Simon Chadwick, experto en geopolítica del deporte del Emlyon Business School. “Por ejemplo, yo, que soy británico, si miro la historia de mi país y sus colonias puedo verlo también ahí. En Sudáfrica había miles de personas recluidas en campos de concentración a comienzos del siglo XX, al mismo tiempo que el gobierno enviaba equipos de fútbol ingleses para celebrar partidos y crear relaciones positivas con la población local”, detalla.

El siglo XX, de hecho, es un amplio catálogo de este fenómeno. Desde los Juegos Olímpicos en la Alemania nazi de 1936 a la Copa del Mundo de fútbol en la Argentina de la dictadura de 1978. Desde los Juegos Olímpicos de 1980 en la Unión Soviética a los siguientes, cuatro años más tarde, en Estados Unidos, escenario ambos de la Guerra Fría. Desde los grandes premios de motociclismo y fórmula uno en los países de Oriente Próximo a los Juegos Olímpicos de Pekín.

“Lo que ha cambiado son los países que ahora utilizan ese sportswashing, pero porque también ha cambiado el mundo y el equilibrio de poder”, apunta el profesor Chadwick. “Obviamente, es preocupante que existan países alrededor del mundo, incluido el mío, usando el deporte para proyectar poder blando o cultivar una imagen positiva. Pero al mismo tiempo esto también arroja luz sobre esos países y abre debates”, añade.

Para este experto, éste es un fenómeno con dos caras. Por un lado, sirve de propaganda al país que celebra ese evento, que proyecta una imagen internacional como sede que no lograría de otra manera. Pero, en paralelo, como sucede ahora con Qatar y la situación de sus inmigrantes, se expone también al escrutinio internacional. “Hace diez años nadie había oído hablar de Qatar ni de dónde está ni qué hace, pero hoy mucha gente tiene asociaciones negativas con el país que antes desconocía. Tienen la percepción de que quizá sea corrupto, posiblemente explote trabajadores migrantes, que persigue grupos minoritarios, que no hay igualdad de género… Elegir acoger un gran acontecimiento internacional hace que los países sepan que se van a iluminar zonas de sombras y que se les someterá a escrutinio”, describe Chadwick. “Incluso en 2022 Qatar seguirá expuesto a ese escrutinio. Y no creo que se haya blanqueado su imagen. Seguirá teniendo asociaciones muy negativas. Por eso en lugar de poder blando algunas personas hablan de desempoderamiento blando, porque de alguna forma pierdes el control sobre aquello a lo que vas a estar expuesto y de lo que se puede hablar por acoger esos eventos”.

Otro ejemplo perfecto de esta realidad es Arabia Saudí. Se ha visto recientemente con la compra del Newcastle United, de la Premier League, por parte de un consorcio saudí. Durante los últimos años el país se ha gastado, según un informe de la organización Grant Libery, más de 1.500 millones de dólares en acoger eventos internacionales deportivos: golf, ajedrez, motor… En ese total están incluidos los cerca de 300 millones que se embolsará la Federación Española de Fútbol por el acuerdo con el país para que se celebre allí, hasta 2029, la Supercopa de España. El acuerdo fue alcanzado en 2019 por tres temporadas, pero tras cancelarse, por la pandemia, la celebración del campeonato en Arabia Saudí el año pasado, a comienzos de este 2021 se renovó hasta final de década.

Ya entonces, cuando se firmó el primer contrato, Amnistía Internacional contactó con la Federación. Querían, como ahora con Qatar, compartir sus informes sobre el país al que estaban llevando el fútbol español y la buena imagen de éste. Tampoco en ese momento hubo respuesta aunque, como apuntan desde la Federación, se establecieron cláusulas con el Gobierno saudí para que las mujeres pudieran entrar, con la misma libertad y condiciones que los hombres, a los estadios donde se disputase la competición.

“El fenómeno del sportswashing no es un asunto aislado, sino que forma parte de un contexto mucho más amplio y profundo de relaciones geopolíticas en el que estos eventos o patrocinios son uno más de acuerdos comerciales mucho más grandes”, afirma Chadwick. Ésa es la realidad. No se trata de que se dispute el fútbol español en Arabia Saudí. No es una excepción, sino probablemente la parte más llamativa de unas relaciones comerciales entre países en las que las exportaciones españolas allí se han triplicado en la última década hasta superar los 2.000 millones de euros. La más llamativa, por supuesto, exceptuando las relaciones del rey Juan Carlos con los monarcas árabes y las donaciones millonarias que hoy se investigan en Suiza. Ambas monarquías, como siempre se ensalzó desde ambos tronos, se consideran “hermanas”. Pero ése es otro deporte.

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