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Los años bárbaros: la españolada de Juan Carlos I y Bárbara Rey que encierra un thriller político

SexoArrozCintas
12 de octubre de 2024 23:10 h

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Prólogo. Año 2000. 

Jesús Quintero, sobrio con camisa blanca, chaqueta oscura y sin fular, recibe a Bárbara Rey, con vestido negro, los hombros descubiertos y melena corta, en su programa ‘Vagamundo’ de la televisión andaluza. “Nunca busqué el escándalo”, le cuenta ella. Él le mira, sonríe, le deja hablar. “Pero siempre por un motivo u otro me he visto envuelta en algún escándalo”, añade mientras juguetea con un cigarrillo sin encender entre los dedos. Bárbara guarda silencio, ahora habla Quintero y ella aprovecha para prenderlo.

—Y esa cinta que compromete a personas importantes…— dice él. No emplea un tono interrogativo. Está a mitad de camino entre una pregunta y una respuesta, una frase que lanza para que su invitada complete como quiera los puntos suspensivos.

Bárbara da una calada al pitillo antes de responder. Con su sonrisa se puede especular si está pensándose la respuesta o recreándose con el momento.

—¿Tú crees que solamente hay una cinta? Debe haber cientos…

—Cientos de millones…

—Cientos de millones, sobre todo detrás de las cintas…

—¿Pero esas cintas están en tu poder?

—No… Están en manos de otras personas. Y yo creo que tanto tú como yo nos imaginamos en manos de quién pueden estar…

Primer acto: Esto es un escándalo

Año 1994. El rey Juan Carlos vive su mejor momento. Han quedado atrás los años inciertos de la Transición, España comienza a ser un país moderno y la valoración de la monarquía en las encuestas supera el notable. Nunca volverá a ser tan alta. El rey le ha confesado, incluso, pocos años antes a un amigo, grabado sin saberlo por el Centro Superior de Investigación de la Defensa (CESID), el servicio de inteligencia español, que está feliz. Bárbara Rey, María García García (Totana, 1950), como figura en su DNI, musa de la Transición, vedete, actriz, chica del destape, artista de variedades y exesposa ya del domador Ángel Cristo, como los medios le completan el nombre, ha posado ya varias veces desnuda en Interviú. “Juan Carlos es mi político preferido”, dice en el titular de una de las entrevistas con las que la revista rellena la sesión.

Esta historia podría ser el argumento de una comedia. De una españolada, probablemente. Incluso de una de aquellas películas rancias del destape como las que ella protagonizó. Bárbara Rey y Juan Carlos han quedado en su casa y ella le preparará un arroz para comer. Un arroz sencillito, como lo define, con muslos de pollo, cinta de lomo y beicon. Para que no sea todo carne le va a añadir también unas alcachofitas, berenjena, calabacín, pimiento y, de remate, unos judiones de los gordos. Sencillito… Para acompañarlo, ensalada. Y para maridarlo, un vino de 1982, año en el que rey presumía internacionalmente de ser el héroe que había salvado a España y su recién nacida democracia de un golpe de Estado.

Se han conocido hace ya tiempo. Durante los años de la Transición, el rey la vio por televisión, le hizo tilín (hacer tilín era muy de la época) y pidió conocerla. Desde entonces ambos han mantenido una relación sentimental en dos fases. La primera, entonces, hasta que ella se casó con el domador en 1980. La segunda tras su divorcio, a finales de la década. Ahora llevan una temporada juntos, o todo lo juntos que se puede estar con un rey jefe del Estado, mujeriego empedernido y casado con una reina. 

En esta película habría, por supuesto, una larga secuencia de la preparación del arroz y algún guiño comiéndolo. Los debates sobre el punto del arroz son cuestión nacional y suelen durar más que las paellas. Después pasarían al dormitorio. Sin pensar demasiado, el guionista incluiría diálogos de reyes y reinas, quizá una escena de persecución en calzoncillos alrededor de la cama (indispensable en el cine del despelote) y humo de cigarrillos en el después.

Pero el vodevil no se queda ahí. Algo sucede en la relación entre ambos, dicen que él la va a dejar, y ella ese día (supuestamente) ha colocado una cámara oculta en su dormitorio. Además ha pedido a su hijo Ángel, de trece años, que se esconda y les fotografíe juntos.

Todo esto lo sabemos hoy porque a finales de septiembre una revista holandesa publicó unas fotografías del encuentro, con ambos besándose, sin arroz en el plano. Las ha vendido el hijo de Bárbara Rey, que ya supera los cuarenta años y mantiene una guerra abierta con su madre que enturbia la comedia y que realmente no importa en esta historia.

También lo sabemos porque un periódico, OK Diario, ha publicado decenas de conversaciones grabadas de Bárbara Rey con Juan Carlos. Ha bautizado a la serie como “Barbaraleaks” y se publica día a día como un folletín. Lo es. Aunque no sólo es eso. La fuente de las grabaciones supuestamente es también el hijo, llevando esa guerra familiar más allá. Pero eso es lo que ella cree porque ni él ni el periódico lo han confirmado. Tampoco, para esta historia, importa demasiado y complica la trama.

El arroz era sencillito, pero la digestión le resulta pesada a Juan Carlos. Pocos días después de la cita el monarca se pone en contacto con Emilio Alonso Manglano, teniente general del Ejército y desde 1981 director del CESID. 

—Me llamó Bárbara Rey y me fui a almorzar con ella… Le toqué el pecho… — le confiesa el rey. Después le cuenta que se han puesto en contacto con él advirtiéndole que existen fotos del encuentro y que quieren 100.000 dólares (sí, así, en dólares, como en las películas de Hollywood) por ellas. Esto lo sabemos porque lo escribió en sus diarios el propio Manglano y lo han publicado los periodistas Javier Chicote y Juan Fernández-Miranda en ‘El jefe de los espías’ (Roca Editorial), su biografía sobre el militar. 

Manglano detecta enseguida un chantaje de la actriz y pone en marcha la maquinaria de protección del rey. La denomina ‘Operación Estado’. El nombre no acompaña demasiado a la comedia. Será el primer pago que le realicen para desactivarla. Veinticinco millones de pesetas (125.000 euros) gestionados por uno de los hombres más cercanos de Juan Carlos: Manuel Prado y Colón de Carvajal. Tan cercano que era su testaferro. Aún le quedaban diez años para entrar en la cárcel. En 2009 se llevó a la tumba todos sus secretos sobre el rey. 

Pero no bastaba con el dinero. Bárbara Rey pide más. Quiere trabajo, pero no un trabajo cualquiera de mírame a ver dónde me puedes poner que cobre bien y haga poco, sino que exige un programa en la televisión. Y tampoco en una cualquiera: en Televisión Española. Allí presentó de 1994 a 1996 las noches de los sábados ‘Esto es un escándalo’.

Segundo acto: En casa de Bárbara 

Es 1997, han pasado tres años, Bárbara debía tener muchos gastos porque ha hecho varias llamadas más pidiendo dinero (así lo anota Manglano y lo desvelan Chicote y Fernández-Miranda en su libro) y se han acabado sus noches de fiesta en la televisión pública. Es ahora cuando la comedia del destape se transforma en un thriller y aparecen nuevos personajes.

—Emilio, Bárbara Rey ha vuelto a pedir ayuda, sabe cosas— le ha dicho el rey a Manglano semanas antes.

Pero Bárbara no sólo sabe cosas. Bárbara tiene (supuestamente, aquí hay muchas cosas que siguen siendo supuestamente) en su poder varias grabaciones de ambos. Audios y vídeos en los que no hablan precisamente sobre arroz ni aparecen preparándolo. 

Meses antes, un actor secundario de esta historia, pero que no es un simple secundario sino una estrella invitada, ha participado en la película. Se trata del banquero Mario Conde, a quien la justicia ya le está despeinado la gomina. Conde, como cuenta él, ha recibido una llamada de su abogado, Jesús Santaella.

—Tienes que ir a hablar con Bárbara Rey— le anuncia.

—¡¿Yo!? ¡¿Con Bárbara Rey?! — le responde incrédulo.

Santaella no es sólo abogado de Conde. También de Juan Alberto Perote, el número dos del CESID, el anterior nombre del CNI.

Sí, él, con Bárbara Rey. Y va.

De su reunión el exbanquero recuerda que no le gustó nada lo que escuchó. “Esto es un problema”, concluyó. Hizo un informe por escrito y se lo remitió al rey. A partir de aquí desaparece de escena, al menos físicamente, porque dice que no sabe qué más sucedió ni quién lo solucionó. Decimos físicamente porque con los años, que es cuando se recuerdan las películas y se cuentan, su nombre ha aparecido recurrentemente entre los de quienes podrían tener las grabaciones. Pero él, dice, ni las tiene, ni las tuvo ni las vio, aunque escuchó hablar de ellas, de unas supuestas (de nuevo, supuestas) cintas de VHS en las que ponía un título en la pegatina que después no se correspondía con la grabación. Decía ‘Lo que el viento se llevó’ pero ahí no actuaba en ninguna escena Vivian Leigh poniendo a Dios por testigo de nada. 

El problema no sólo no se resolvió, sino que empeoró. A partir de este momento la acción se acelera. Los espías del CESID intentaron hacerse con las cintas para anular los chantajes. O supuestamente lo intentaron. El caso es que alguien asaltó la casa de la actriz en Boadilla del Monte, a las afueras de Madrid. Fue entonces cuando la actriz estalló. O no justo entonces, porque el asalto se produjo en enero y ella lo denunció en mayo a la Policía. De ese intervalo es uno de los audios publicados por Ok Diario en el que Bárbara Rey habla con un emisario del rey, que el periódico no desvela, en el que ella le dice que Juan Carlos está en deuda con ella. “Le puede costar todo; le puede costar la corona, le puede costar el puesto que tiene y que no piense jamás que le tengo miedo”, le anuncia. “Porque no lo he sido nunca, pero si tengo que serlo, como puta, voy a ser la más cara del mundo”.

“Bárbara Rey denuncia que sufre amenazas para proteger a una alta personalidad”, publicó El País a finales de junio. Una copia de la denuncia había llegado días antes de forma anónima a la redacción del periódico. En ella se señalaba a Colón de Carvajal como acusado. Aunque era cuestión de unir los puntos, no aparecía el nombre del rey Juan Carlos. El periódico añadía, además, que la noche anterior a la publicación del artículo la presentadora había entrado en directo por teléfono en el programa ‘Tómbola’, “en aparente estado de histeria”, señalaba el texto, para confirmar la veracidad de la denuncia.

La trama alcanzaba el punto álgido. 

A las presiones, o a la falta de la recompensa exigida, o probablemente a ambas, Bárbara Rey reaccionó atacando. Tómbola se había estrenado aquella primavera en Canal Nou y una semana después ya lo había comprado también Telemadrid. Era un bombazo (de audiencia, la calidad era otra cosa). El programa de moda. Ahí telefoneó, como mencionaba el periódico, Bárbara Rey para denunciar que la estaban amenazando. A los directores del programa les salivaban los colmillos. La invitaron para que fuera al plató en Valencia a contarlo todo en directo y ella aceptó. 

Los días previos a la cita fueron de locos. Llamadas cruzadas, Bárbara Rey perseguida por los reporteros de otros programas del corazón, anuncios de que finalmente no iría, luego de que sí... Hasta que horas antes de la emisión el director, Ángel Moreno, recibió una llamada de la dirección de la cadena: Bárbara Rey no podía salir. Pero Bárbara Rey quería salir. Ni siquiera diciéndoselo y anulándole los billetes pagados impidieron que se presentara en Valencia a la hora que debía estar. 

Bárbara estaba bárbara. Echaba chispas. Llegó frenética. Moreno no sabía qué hacer. Le prometía que le pagarían lo acordado, pero que tenía órdenes de que no apareciera. Pero ella seguía queriendo aparecer. Hasta que, como recuerda Moreno, irrumpieron en los estudios dos hombres vestidos de negro que le enseñaron una placa y se llevaron a la presentadora a un despacho. Moreno no sabe quiénes eran porque con los nervios del momento no recuerda qué le dijeron ni se fijó tampoco en su identificación. Si le hubieran enseñado una galleta cree que le hubiese producido el mismo efecto.

Cuando salió del despacho, la presentadora se fue con los dos hombres. Estaba mucho más tranquila. Por supuesto, no participó en ‘Tómbola’. Del programa en el que entró en directo y de aquel siguiente con una aparición que nunca sucedió no es posible hoy siquiera conseguir una copia. Han desaparecido de la hemeroteca de Canal Nou.

En octubre, Manglano, que ya no era jefe del CESID, anota en sus diarios que se ha reunido con el rey en la Zarzuela y que este le ha anunciado que se ha llegado a un acuerdo con Bárbara Rey. Ella firmará su silencio y a cambio se le darán 100 millones de pesetas (600.000 euros) de inicio y después 50 más al año durante diez años en cuotas mensuales. En total, 600 millones de pesetas (3,6 millones de euros). El sueldo mensual lo pagaría el CESID. La entrada aún no se sabía de qué bolsillos saldría. Manglano anota también que el rey le ha confirmado que Aznar está al corriente de todo, aunque no le ha hecho gracia la situación.

—Aznar estaba frío —apunta Manglano que le ha contado Juan Carlos.

En el año 2000 Bárbara Rey estrenó un programa de cocina (sí, sí, de cocina…) en Canal Nou (sí, el de ‘Tómbola’). Ella lo presentaba pero no cocinaba los platos porque no sabía, aunque simulaba hacerlo. Esto lo hemos sabido porque lo ha contado el verdadero cocinero. Tampoco importaba. La televisión es la televisión. Estuvo cinco años en antena. Se llamó ‘En casa de Bárbara’.

Tercer acto: la varita mágica

Año 2024. Durante los últimos años se han conocido algunos de los datos de la historia, entre ellos los (supuestos, faltaría más, porque no hay recibos ni se han pagado impuestos por ellos) pagos realizados con dinero público por el silencio. Ha sido una vez rotos todos los velos que cubrieron y protegieron al rey Juan Carlos durante décadas. Y en esta época en la que no sólo ha aflorado este caso, sino las pruebas de la fortuna oculta y corrupta del monarca. Pero el caso de Bárbara Rey resulta como un fantasma que continúa vagando por palacio. Todavía con algunos puntos cómicos, como cuando la propia Bárbara Rey reconocía públicamente que sentía lástima porque el rey se hubiera marchado de España y por la vida solitaria que lleva en Oriente Medio. Pero ha sido estos días cuando se ha confirmado, o todos hemos confirmado, que las famosas grabaciones existen.

Con la serie revelada por Ok Diario se confirma, además, que no es una sola, sino muchas. Al menos de audio. En ellos los amantes se interpelan como “cariño mío (él), ”mi vida“ y ”mi amor“ (ella). Los guionistas de la película no se han roto demasiado la cabeza.

A Bárbara Rey cada uno puede cuestionarle su talento como actriz, como presentadora o como cocinera. Aunque en este último punto probablemente haya consenso. Más aún entre los valencianos por su receta del arroz. Pero de lo que no hay duda es de que es una notable entrevistadora. En sus conversaciones grabadas con el rey le tira de la lengua y este habla y habla. Habla, de hecho, más de lo que se le ha escuchado como rey en cuarenta años de reinado.

Habla de su vida con la reina Sofía, a quien él le ha dicho ya que las cosas entre ellos no volverán a ser nunca como antes, con quien no comparte en palacio ni almuerzos porque ella se encierra en su habitación o quien como reina es “comodísima” para él, así, sí, comodísima, porque “cumple y no se va con otro”.

Habla también de que la madre de Bárbara le ha telefoneado pidiéndole un trabajo para su hija. La presentadora se escandaliza cuando se lo dice. O hace que se escandaliza. Juan Carlos se lo toma bien pero se sacude el tema. Le ha dicho a su madre, como le cuenta a la hija, que a ver qué pueden hacer, que ya lo mirarán, pero que él no tiene una varita mágica. Si estuviéramos en la película inicial del destape el guionista hubiera hecho un chiste fácil con esto de la varita. También Quintero, de haberlo escuchado, seguro que se lo hubiera lanzado a ella en la entrevista con una mirada cómplice, a ver qué pescaba.

Pero esto ya no es una comedia. Ni un thriller. Ahora es una trama política, densa y oscura. Porque el rey habla también de las cosas que suceden en España, de que se ha fugado Luis Roldán y al rey le ha contado la Guardia Civil que prefieren que aparezca muerto (aunque ahí Bárbara no le pregunta qué significa eso y cómo aparece alguien muerto), de que en el PSOE y en la izquierda hay partidarios “de una cosa que es la república” y a él le preocupa y de que desconfía de Sabino Fernández Campo, que era jefe de la Casa Real, y a quien el rey sustituiría pocos meses más tarde porque estaba dando chivatazos a la prensa de sus andanzas para así intentar controlarlo. 

Fernández Campo no es su único jefe de la Casa a quien menciona. También se refiere a Alfonso Armada, cerebro del 23F, que ya ha salido de la cárcel tras cumplir siete años de condena por la asonada y se ha retirado a Galicia. “Y el tío jamás ha dicho una palabra. ¡Jamás!”, le dice el rey. Aquí también falla la entrevistadora, que no le pregunta sobre qué no ha hablado, porque no sabemos si se refiere a sus líos extramatrimoniales (como Sabino) o al golpe de Estado, y sobre lo segundo, lamentablemente, quedan aún muchos más interrogantes que sobre lo primero.

De esta historia, de la españolada, salvo que haya confesiones gravísimas, falta ya sólo el vídeo final. Ese que (supuestamente) se grabó tras el arroz, o los días del arroz, que podría ser un buen título para el filme. El de don Juan Carlos con los calzoncillos por los tobillos o en posición horizontal. Además de sordidez, poco aportaría. Cada uno, probablemente, haya completado ya mentalmente, incluso sin quererlo, los puntos suspensivos de la historia. 

Pocos días después de que empezaran a publicarse los audios Bárbara Rey cogió su teléfono y llamó a un programa de televisión. Como hizo en 1997 en ‘Tómbola’. Entró en ‘Espejo público’ para negar haber cobrado esas cantidades y protestar, porque se centraba en ella la atención, en la disputa con su hijo, y se le hacía a ella culpable, decía, de todo, en vez de poner el foco en Juan Carlos, “que es quien tenía una familia y quien se debía a su pueblo”.

De la otra historia, la que realmente tapa esta comedia entre tórrida y cutre devenida en culebrón de corazón, falta aún mucha información. A Felipe González, presidente del Gobierno los días del arroz, le han preguntado por las grabaciones y él ha respondido, a la carrera, que no sabe nada. Literalmente, que no tiene “ni puta idea” —este “puta” es un gran aporte del guionista, a veces una sola palabra dice muchísimo— y que hay “algunos problemas serios”. Esto no debe serlo, como dice sin decirlo. Pero tampoco dice si lo fue entonces. Siempre es más fácil hablar de lo que hacen otros que de lo que uno hizo. 

Pero esta otra es la historia que tiene un servicio de inteligencia con cinco directores distintos y tres Gobiernos diferentes trabajando para proteger al rey de sus deslices (supuestamente, asaltando casas y amenazando) y realizando pagos con fondos reservados (dinero público) de los que, y aquí no es supuestamente si no por la ley de gastos reservados, se debe informar al presidente del Gobierno y al Congreso (en la Comisión de Secretos Oficiales) y cuyo desembolso sólo pueden autorizar los ministros, y ni siquiera de todos los ministerios. ¿Se cumplió, por lo menos, la ley?

La historia que tiene un rey hablando de más (¿hasta dónde llegan las cosas que le contaba? ¿a cuántas más se las contaba? ¿A qué se refiere realmente en los audios hasta ahora conocidos?). Y la historia que muestra una amplia red de complicidades que involucran a espías, empresarios, políticos y, por supuesto, la Casa Real. 

Hoy sabemos, además, que el caso de Bárbara Rey no es el único. Que esta película era una serie porque durante estos años hemos conocido también el capítulo de Corinna Larsen, con otro jefe de la inteligencia, Félix Sanz Roldán, y otros Gobiernos protegiendo al monarca como se hizo con Bárbara Rey. El paralelismo es notable. Incluso en hablar de más. Con Corinna Larsen no hay grabaciones íntimas (ni supuestamente), pero sí las confesiones de ella. Entre otras, que el rey le pedía que le leyese los informes confidenciales que recibía porque a él le daba pereza hacerlo.

Pero de todo esto, de las grabaciones, de los pagos millonarios, de las fundaciones opacas, del servicio de inteligencia al servicio de su majestad, los políticos, empresarios, militares y agentes involucrados no dicen nada. El rey Juan Carlos, por supuesto, tampoco da ninguna explicación. Nunca lo ha hecho. Ni la Casa Real, con nuevos reyes, para la que el rey Juan Carlos públicamente no existe y por cuyas acciones no responden, aunque sea rey emérito y el padre de Felipe VI. Y los presidentes o guardan también silencio o dicen, como González, que no tienen ni puta idea. Como tampoco sabe nadie sobre el silencio espeso con el que se cubrió todo durante décadas, las que pasaron entre los años del arroz y los de la varita mágica. O el que permite hoy hablar de la vida del rey emérito pero no de los actuales.

De 1997 es un corte de televisión de Bárbara Rey exaltada dentro de su coche. Repite una vez más que está recibiendo amenazas de muerte. “¡No sabéis en manos de quién estamos!”, añade, mirando fijamente a la cámara fuera del vehículo. Ya ha hablado por teléfono en ‘Tómbola’ y se prepara para acudir al programa. Es uno de los días de aquella semana de verano en la que lo iba a contar todo y nunca contó nada, o en la que estaba ya contando todo pero no supimos, o no quisimos, escucharla.

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