De vuelta a las aulas, muchas familias tienen el pellizco en el estómago. Muchos padres, y niños, en realidad, no han dejado de sentirlo durante todas las vacaciones. Volver al cole es volver a la pesadilla. Hay dos tipos de alumnos, que, a veces, se solapan o intercambian los papeles, los abusones y los que, como rebaño, se dejan llevar, bien mirando hacia otro lado, bien aplaudiendo al que abusa del otro, por no sufrir él mismo el abuso.
A finales de julio leí este tuit con el que no me costó empatizar.
Varias reflexiones:
1ª Padres perdidos, queriendo ayudar a su hijo sin saber muy bien por dónde tirar.
2ª Recurren a otros padres que perdieron una hija víctima de acoso ante la falta de soluciones. Esto es un grito de socorro gigante.
3ª Las palabras “acoso” y “escuela” aparecen juntas en la misma frase ya con demasiada frecuencia.
4ª El cambio de colegio como solución al acoso. Siempre el acosado, nunca el acosador.
5ª Cuando hablas de este tema con otros, raro es el que no tiene un hijo que, o un primo que, o un sobrino que… lo sufrió.
Si hubiera que evaluar estos ítems, suspendíamos todos. Pero, sobre todo, administración y escuelas. Y padres, que educamos en casa. Todo suma y todo resta.
Basta ya. La escuela no puede ser ese campo de minas donde gana el más fuerte. El alumno diferente tiene que sobrevivir a la enseñanza obligatoria buscando un grupo de referencia fuera del ámbito escolar, consejo recurrente que reciben los padres de los niños acosados. Como si esa fuera la solución. Como si esa solución compensara las seis horas diarias por cinco días, nueve meses, que tienen que estar escolarizados, a cargo de los docentes, de las escuelas. Mientras tanto, sobrellevarlo llevando al menor a la consulta de un psicólogo. ¿Creen de verdad que esto es lógico? Pero es lo que estamos asumiendo como normal hoy por hoy.
Como sucede con el acoso laboral, tratamos de paliar un problema social con soluciones individuales. Creemos estar avanzando en lo material sin cuidar lo humano y espiritual. Queremos alumnos de diez en lo que refulge sobre el papel, competencias académicas, olvidándonos que es cáscara hueca si dentro no hay fruto que nutra. Y nutre poco, porque seguir atacando a un niño gay es de mala persona; excluir al que no le gusta el fútbol es de mala persona; apartar a la compañera que encontramos más despistada e infantil es de mala persona; vigilar un patio y mirar para otro lado cuando hay niños solos, apartados o, directamente, que tienen que hacerse invisibles al resto para no ser atacados, es de mala persona. No implicarse para cambiar el podrido status quo es de mala persona o, cuanto menos, es de poca persona.
1