ENTREVISTA Autora de 'Acoso. MeToo en la ciencia española'

Ángela Bernardo: “La jerarquía y la precariedad en la investigación científica silencian el acoso sexual”

Marta Borraz

5 de noviembre de 2021 22:24 h

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El acoso sexual en la ciencia está sin contar. Apenas un goteo de casos ocurridos en la universidad o cifras de denuncias que no llegan a ningún sitio es de lo poco que sale a la luz cada cierto tiempo. Aún el ámbito de la investigación parece ajeno a este tipo de violencia sexual en la era del #MeToo y de la ruptura del silencio pero en los laboratorios, las clases, los despachos o los pasillos de los centros de investigación es una realidad. Visibilizarlo es una de las intenciones con las que Ángela Bernardo (León, 1988) ha publicado Acoso. MeToo en la ciencia española (Next Door Publishers), una obra pionera que pone la lupa sobre aquello que no se suele ver.

Con testimonios, datos, revisión de sentencias y entrevistas a especialistas en acoso sexual, la biotecnóloga y periodista de Civio desentraña cuál es la situación en nuestro país. “La ciencia no es una burbuja aparte de la sociedad”, asegura, y sin embargo aún hay cierta autocomplacencia; se suele mirar a la ciencia como si fuera “un ámbito de pureza o neutralidad” en el que no se dan estas situaciones. Que universidades y centros de investigación, muchos aún sin protocolos, asuman que no son casos aislados es, señala Bernardo, el primer paso para atajar el problema.

Dedica parte del libro a contar cómo se gestó el #MeToo y lo que ha supuesto. ¿Ha llegado al mundo de la ciencia con la misma intensidad?

No. La revista Science sí habló en 2017 del fenómeno y en Estados Unidos quizá sí haya sido diferente, pero en España no. Es un problema desconocido. Falta, en primer lugar, que se asuma que en ciencia e investigación también hay acoso sexual y faltan recursos y medidas de prevención, sensibilización y denuncia. Todas las personas con las que he hablado cuentan que los mecanismos que existen en los centros, si los hay, no son completamente efectivos para apoyar a las víctimas y aún hay muchas reticencias.

Nombra casos de científicos reconocidos y valorados, con gran poder en sus respectivas disciplinas, acusados de violencia sexual, pero no en España. ¿Está aquí el gran #MeToo de la ciencia pendiente?

Yo creo que sí, no ha llegado de la manera que debería y aún está por ocurrir. No se han puesto los recursos suficientes. Muchas veces las víctimas se topan contra un muro cuando sufren estas conductas, lo que añade más dolor y sufrimiento a su propia vivencia. Hay que recordar que las universidades y los centros de investigación no solo tienen una responsabilidad moral de no mirar para otro lado, sino legal.

¿Hasta qué punto es habitual que se piense que la ciencia es un espacio ajeno al acoso sexual?

Suele verse como un ámbito de pureza, neutralidad y meritocracia, y eso influye a la hora de asumir que esto ocurre. Es más, la investigación científica tiene ciertas características que propician las conductas de acoso y las silencian, hacen que cuando se producen, las víctimas tengan menos recursos para denunciarlas: la estructura jerárquica y la precariedad. El progreso y las publicaciones de una persona dependen de superiores, pero muy pocos. Si quien te está acosando es de quien depende exclusivamente tu carrera profesional, o si conoces a un tercero que lo hace pero sabes que es quien maneja los recursos o toma las decisiones, es difícil. A las víctimas les cuesta identificar qué está pasando y ponerle nombre, pero además hay elementos externos al propio acoso, relativos al mundo científico, que hacen que cueste más denunciar.

La precariedad está presente en prácticamente todos los ámbitos profesionales. ¿Cómo influye en este?

Va más allá de personas sin contrato o en situaciones precarias, que también ocurre, pero aquí la propia carrera profesional viene muy marcada por las publicaciones y proyectos de investigación en los que estén los y las investigadoras. Influye hasta en qué orden aparecer en una publicación, lo que condicionará el acceso a contratos en el futuro. Eso se puede ver totalmente frenado, aunque cambien de universidad o centro de investigación, su trabajo va asociado a ese trayecto.

Además la ciencia es un ámbito masculinizado en el que tradicionalmente se ha invisibilizado a las mujeres.

Sí, es una constante en el mundo de la ciencia, aunque las cosas han cambiado. Hay un informe de 2018 de las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de EEUU en el que se planteaba que en entornos como este en el que hay más hombres o más liderazgo masculino, la incidencia del acoso es mayor. En 2003 otro metaanálisis concluyó que el sistema académico era el segundo ámbito donde más acoso se veía, solo por detrás del entorno militar. Esto hace que se minusvalore o se le reste importancia y contribuye a que las mujeres que lo sufren no hablen o no denuncien por miedo a no ser creídas o por falta de mecanismos.

En el libro cuenta los casos de algunas mujeres con las que ha podido hablar que han sido víctimas. ¿Cómo ha sido este proceso?

Sobre todo, les agradezco mucho que hayan querido contar su historia porque siguen siendo situaciones muy dolorosas. Después terminando de escribir el libro y hablando con científicas, personal de investigación o de universidades, me he encontrado muchos casos, víctimas que no sabía que lo eran, personas que conocen a quienes lo han sufrido...No es un problema puntual ni anecdótico.

Uno de estos testimonios es el de Beatriz, una investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que sufrió tocamientos por parte de su jefe en el laboratorio y que hoy en día está fuera del mundo académico. El CSIC inició una investigación, pero la archivó. ¿Diría que hay una política de ocultación o minimización por parte de los organismos públicos de investigación?

Cuando pregunté al CSIC por las medidas que han tomado y por este caso en concreto, no me respondió. Muestra que, frente a estas situaciones, sigue habiendo opacidad. He preguntado a otros organismos y universidades. Muchos me han dado datos de denuncias, pero otros no, o directamente no han respondido o ponen trabas. Cuando se escudan en el nombre de la institución o el “qué dirán”, flaco favor están haciendo a las víctimas.

La mayor parte de universidades sí recogen denuncias y la mayoría de casos que se han conocido públicamente se han dado en ellas. ¿Qué pasa en los organismos públicos de investigación?

La mayor parte de universidades suelen tener protocolos y hay unidades de igualdad, que podrán tener más o menos recursos, pero están funcionando. En los organismos públicos de investigación directamente hay varios todavía que ni siquiera tienen ningún tipo de protocolo o mecanismo. Van mucho más lento.

¿Por qué cree que ocurre? ¿Tiene que ver con el temor al desprestigio?

No tengo una respuesta concreto, pero creo que hay parte de eso. Al final estos organismos tienen mucho renombre. También es verdad que son grandes y que tienen centros repartidos que funcionan mejor y otros peor, pero seguro que hay una parte de protección institucional. En el CSIC, por ejemplo, hicieron hace dos años una encuesta y varios datos apuntaban a esto: quienes han sido víctimas o conocen casos dicen que no se les ha tratado de la manera adecuada, ya sea en los propios centros o en las esferas más altas del CSIC. Hay mucho margen de mejora en mecanismos de protección, prevención y atención a víctimas.

¿Qué falta en este sentido?

Por un lado, involucrar a la comunidad investigadora y universitaria, aún falta mucha información. También que las universidades y organismos públicos trabajen en protocolos verdaderamente eficaces contra el acoso sexual no solo para prevenir y denunciar, sino para que, si ocurre, impacte lo menos posible en su día a día y su carrera profesional. Falta mucho trabajo de visibilizar que este es un problema que también existe en la ciencia y apenas hay estudios sobre la prevalencia ni sobre quiénes son los acosadores. Me ha llamado la atención que en Estados Unidos el acoso sexual, o por razón de género, se considera un daño a la integridad científica. Puede parecer muy pomposo, pero es habitual que en ciencia se hable de esto cuando hay un plagio o una manipulación de resultados. Es algo que habría que asumir aquí.