Hay abortos decididos por voluntad propia y abortos forzados por circunstancias médicas. La escritora Antonella Lattanzi (Bari, Italia, 1979) ha vivido las dos experiencias. Ha sufrido también por un embarazo que no llegaba y por ciclos de reproducción asistida que se sucedían sin resultados entre pinchazos, análisis y tratamientos. Pero lo peor vino después y casi le cuesta la vida.
En algún momento, Lattanzi decidió sentarse a escribir y convertir toda esa vivencia en un libro crudo, honesto, descarnado: Las cosas que nunca se cuentan (Reservoir Books). Ahí, en su historia, en la que hay suspense hasta el final, están la culpa, el deseo, el odio, el pensamiento mágico, el aislamiento, el miedo, la ira, las contradicciones. Y un trasfondo social en el que hay ignorancia, incomprensión, violencia y aislamiento.
La novela empieza casi como una confesión: tuve dos abortos, dice. Sin embargo, todo lo que cuenta en el libro –su proceso para intentar quedarse embarazada, el embarazo, todo lo que sucede a continuación– podría contarse sin hablar de esos abortos que decidió tener cuando era joven. ¿Sigue existiendo cierto señalamiento social?
Decidí contar también mis dos abortos porque no es cierto que el derecho al aborto esté conseguido de una vez por todas. Desgraciadamente, la sociedad y la Historia nos enseñan que el derecho al aborto está constantemente cuestionado, en peligro, a veces incluso negado.
Somos mujeres que hablamos del aborto en general, pero no de nuestros abortos. Todavía existe una especie de estigma que la sociedad te hace sentir. Una culpa atávica que la sociedad todavía inculca en el cerebro y el cuerpo de una mujer
Por tanto, es muy importante señalar que negar un derecho no es la forma de asegurar que ese derecho no se ejerza de forma ilegal y, por tanto, peligrosa (pienso en la hermosa novela El acontecimiento, en la que Annie Ernaux relata su aborto ilegal en Francia). Es importante repetir en voz alta que el aborto es un derecho humano fundamental.
La existencia de esos dos abortos previos parece casi una maldición para la protagonista, ¿cree que es frecuente en las mujeres sentir íntimamente que haberse sometido a un aborto puede traerles un 'castigo' posterior?
Sí, creo que somos mujeres que hablamos del aborto en general, pero no de nuestros abortos. Somos, en su mayoría, mujeres abiertas, educadas, preparadas intelectualmente y, sin embargo, no solemos contar nuestros abortos. Yo, por ejemplo, no se lo había contado a nadie. Todavía existe una especie de estigma que la sociedad te hace sentir. Una culpa atávica que la sociedad todavía inculca en el cerebro y el cuerpo de una mujer.
La protagonista también parece defenderse de la idea del egoísmo: egoísta por haberle dado prioridad a su carrera como escritora, a su deseo de ser buena en lo que hace, egoísta incluso por seguir dedicando mucho tiempo a ello mientras intenta quedarse embarazada. ¿Pese a que vivimos en una sociedad en la que aparentemente las mujeres podemos desarrollar nuestras carreras y vocaciones, se nos juzga por hacerlo? ¿Nos cuesta independizarnos de esos juicios, de esa mirada?
Sí, creo que aún hoy –y digo todo esto porque lo he experimentado sobre mí, sobre mi cabeza, en mi cuerpo– a una mujer que quiere ser madre y al mismo tiempo cultivar su ambición, la sociedad le responde con un adjetivo muy punzante: egoísta. Y este coro subterráneo de la sociedad lo llevamos dentro, lo llevamos con nosotras para siempre. Hasta nosotras mismas llegamos a decirnos que hemos sido egoístas, que lo hemos querido todo y hemos hecho mal en quererlo todo. A nadie se le ocurriría decirle todo esto a un hombre.
A una mujer que quiere ser madre y al mismo tiempo cultivar su ambición, la sociedad le responde con un adjetivo muy punzante: egoísta. Y este coro subterráneo de la sociedad lo llevamos dentro, lo llevamos con nosotras para siempre
Hay en muchos países un debate sobre el retraso de la edad de la maternidad, las dificultades para tener hijos, el envejecimiento de la población... pero, ¿nos dejan demasiado solas con el peso de qué hacer?, ¿se acaba generando la idea de que la responsabilidad por tener hijos 'tarde' y no poder es nuestra en lugar de ser un asunto colectivo?
Un médico me explicó una vez que la ciencia, a lo largo de décadas y cientos de años, ha conseguido ampliar enormemente la esperanza de vida de hombres y mujeres, pero no ha logrado el más mínimo cambio de siquiera un año en la fertilidad de las mujeres. Eso ha permanecido igual que cuando las mujeres aparecieron por primera vez en la Tierra. En mis investigaciones he oído a menudo la frase “eres joven, aún tienes mucho tiempo por delante”, pero no es cierta. Corresponde a la sociedad apoyar a las mujeres en su búsqueda de conciencia de tener o no un hijo. Y corresponde a la sociedad, por ejemplo, informar a las mujeres más jóvenes sobre la posibilidad de congelar óvulos, para que cuando sea casi demasiado tarde no tengan que tomar una decisión precipitada –tener un hijo cuando aún no están preparadas– para no perder la oportunidad de procrear.
Los tratamientos de fertilidad son muy frecuentes hoy en día. Sin embargo, la protagonista decide esconder lo que le sucede a la mayoría de su entorno. ¿No conseguir naturalmente el embarazo es algo de lo que avergonzarse?
Algunas mujeres tienen la idea de que no quedarse embarazadas de forma natural es una desgracia. Para una parte de los hombres, también. En lo que a mí respecta, la elección de no decirlo no tuvo que ver con esta vergüenza –que afortunadamente no tuve ni tengo– sino con el miedo 'mágico' e irracional a que nombrar los deseos contribuya a que no se cumplan, que hablar de cosas tan frágiles como la búsqueda de un hijo es demasiado personal, demasiado íntimo.
Un médico de una clínica de fecundación me dijo una vez: "Lattanzi, elige en qué quieres centrarte: ¿en la búsqueda de un hijo o en el trabajo?" A nadie se le debería hacer una pregunta así. Nadie le haría esta pregunta a un hombre
La historia sirve también para reflexionar sobre cómo los tratamientos de fertilidad pueden llevar a ciclos obsesivos, a intentarlo a toda costa, con un alto precio emocional y físico. ¿Le ha llevado todo este proceso a pensar sobre ello, sobre cómo hay un mercado de clínicas que se alimentan de ese deseo llevado a veces al límite o sobre cuán de fuerte puede ser la presión social?
Seguramente el deseo de un hijo puede llegar a ser obsesivo, una especie de posesión demoníaca. No dejas de pensar en ello ni un segundo. Sólo ves niños o mujeres embarazadas a tu alrededor. Las clínicas de fertilidad también deberían tener en cuenta la cuestión psicológica que afecta a la mujer –y a la pareja– y recordar una vez más que tienen ante sí a un ser humano, no una máquina reproductora. Un médico de una clínica de fecundación me dijo una vez: “Lattanzi, elige en qué quieres centrarte: ¿en la búsqueda de un hijo o en el trabajo?” A nadie se le debería hacer una pregunta así. Al mismo tiempo, nadie le haría esta pregunta a un hombre, nunca.
Describe el trato denigrante que sufrió en el hospital después de que le practicaran el aborto, ¿hay castigo para las mujeres que abortan, bien por decisión propia, bien por motivos médicos?, ¿ha tenido alguna consecuencia?, ¿pensó en denunciar?
En mi novela escribo sobre la violencia obstétrica porque yo la he sufrido mucho, pero he descubierto, investigando, que toda mujer ha sufrido al menos un acto de violencia obstétrica, psicológica o física. Médicos que te dicen que mereces perder a tus bebés o perder el útero, procedimientos intervencionistas violentos de todo tipo, de nuevo, psicológicos o físicos, instalaciones hospitalarias donde las mujeres que se someten a un legrado se alojan con mujeres que están a punto de dar a luz. Ginecólogos, obstetras, personal sanitario sin conciencia. No todos son así, por supuesto. Pero hay que denunciar la violencia obstétrica porque con demasiada frecuencia guardamos silencio, quizá porque queremos olvidarlo o porque tenemos miedo de hablar, y porque denunciarlo contribuye a que no se repita.
Escribo sobre la violencia obstétrica porque yo la he sufrido mucho, pero he descubierto que toda mujer ha sufrido al menos un acto de violencia obstétrica, psicológica o física. Médicos que te dicen que mereces perder a tus bebés o perder el útero, procedimientos intervencionistas violentos de todo tipo, instalaciones hospitalarias donde las mujeres que se someten a un legrado se alojan con mujeres que están a punto de dar a luz
Defiende el derecho al aborto y denuncia ese trato lamentable, y también defiende su deseo de maternidad: ¿necesitamos aún relatos complejos sobre la ambivalencia de nuestras decisiones y deseos alrededor de la maternidad?
Estoy absolutamente convencida de que, sí, hoy más que nunca es necesario hablar de la complejidad de ser mujer, del deseo de maternidad y del deseo de autoafirmación.
¿Qué ha recibido de este libro: agradecimientos, críticas, prejuicios, insultos?
Un año y medio después de su publicación en Italia puedo decir que esta novela ha creado una comunidad a su alrededor de mujeres y hombres que me agradecen haber contado las cosas que no se cuentan. Hay mujeres que se ven a sí mismas en el camino que se cuenta en esta novela y lo encuentran catártico. A menudo me oigo a mí misma –en directo o en las redes sociales– dándome las gracias por esta novela. Es una experiencia hermosa.
El libro llega en un momento en el que el aborto está más cuestionado en Italia...
Sí, llega en un momento en que la ley del aborto en Italia está siendo manipulada para que los antiabortistas entren en los consultorios y hagan que las madres escuchen los latidos de los fetos que planean abortar. Cuando aborté, me hicieron escuchar los latidos del bebé para disuadirme: era demasiado joven para saber que no era legal, era lo bastante mayor para entender que era una violencia.
Llega en un momento en que hay regiones en Italia donde sólo hay objetores de conciencia, y me imagino a una chica teniendo que hacer un viaje para ir a abortar, es terrible. Llega en un momento, también, en el que los pocos ginecólogos dispuestos a practicar abortos se ven reducidos a hacer precisamente eso, solo abortos, porque son demasiado pocos. Llega en un momento en el que es tan importante reiterar la importancia del derecho al aborto. Un lector me escribió: si nos llamas para ir a una plaza, te seguiremos. Si es oportuno, con gran orgullo lo haré.
Todavía hoy hacemos erróneamente la distinción entre literatura y literatura femenina. Como si hubiera una verdadera categoría -los libros escritos por hombres, los intelectuales masculinos- y una categoría de segunda clase: las escritoras
¿Ha escuchado con este libro que se trata de una historia 'para mujeres'?, ¿ha sentido cierto menosprecio a este libro porque hay quien considera que son temas secundarios, de mujeres, “nuestras cosas”?
En general todavía hoy hacemos erróneamente la distinción entre literatura y literatura femenina. Como si hubiera una verdadera categoría –los libros escritos por hombres, los intelectuales masculinos– y una categoría de segunda clase: las escritoras, las intelectuales. No creo que haya escritura femenina y escritura masculina, no creo que haya libros para mujeres y libros para hombres. Creo que hay libros buenos y libros que no son son buenos.