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César Orquín: el prisionero anarquista que salvó a centenares de deportados españoles en el campo nazi de Mauthausen

Tras la liberación, César Orquín (de pie, el 1º por la izquierda) se fotografió junto a varios deportados españoles que trabajaban en su comando

Carlos Hernández

29 de septiembre de 2020 23:50 h

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Finales de mayo de 1945. Aún no ha pasado un mes desde que las tropas estadounidenses liberaran el campo de concentración nazi de Mauthausen. Los supervivientes españoles se han encargado ya de ajusticiar o detener a los prisioneros que se mancharon las manos de sangre ejerciendo como kapos. Pese a vestir el mismo traje rayado que sus compañeros, muchos de estos ayudantes de los SS habían sido aún más sanguinarios que los mismísimos nazis. Los kapos se encargaban de mantener la disciplina en el interior del campo de concentración y de dirigir los trabajos forzados. Tenían un cheque en blanco para maltratar y para asesinar. No hubo piedad para ellos cuando terminó la guerra. Solo un puñado de ellos consiguió escapar. El resto fueron apaleados hasta la muerte por sus compañeros o detenidos y entregados a los Aliados para ser juzgados.

No todos los kapos se habían comportado como criminales. Numerosos prisioneros utilizaron su posición privilegiada para salvar vidas. En cambio, el papel que jugaron otros “deportados con galones nazis” no estaba tan claro. Por ello, en aquellos días en los que se honraba la memoria de los cerca de 5.000 españoles que habían perecido en Mauthausen-Gusen, un nombre… un hombre estuvo en el centro de una intensa polémica: César Orquín Serra. Este anarquista valenciano fue acusado de todo tipo de crímenes por algunos deportados vinculados al Partido Comunista. Su integridad fue defendida por otros compatriotas que habían trabajado bajo sus órdenes y que achacaron las acusaciones a la tradicional rivalidad política entre comunistas y anarquistas. Orquín acabó poniendo tierra de por medio y se estableció en Argentina, aunque la leyenda negra le persiguió más allá de su muerte.

“César fue el deportado más importante de Europa. Él fue el responsable directo de que tres centenares de republicanos españoles pudiesen sobrevivir en el infierno nazi —remarca Carles Senso, que acaba de publicar junto al también historiador Guillem Llin el libro César Orquín Serra: El anarquista que salvó a 300 españoles en Mauthausen—. Decir que fue el más importante no es una pretensión nuestra, para dar valor a la investigación y al libro, sino un acto de justicia histórica. Si no hubiesen existido las acusaciones que se plantearon tendenciosamente contra César Orquín, hoy no habría duda porque nadie pudo trabajar de forma tan directa para salvar la vida de sus paisanos y lograrlo con tantas personas”.

Anarquista hasta la muerte

La obra aporta numerosas novedades sobre la novelesca vida de este personaje, empezando por su fecha de nacimiento que sitúa en 1914 y no en 1917 como se creía hasta ahora. Hijo no reconocido de un aristócrata valenciano, su progenitor no se desentendió de él y le facilitó la vida con generosas aportaciones económicas. Eso le permitió contar con una cuidada educación y relacionarse con intelectuales y artistas como la bailarina y cantante flamenca Carmen Amaya. En este proceso personal, Orquín se vio atraído por la ideología anarquista a la que sería fiel durante el resto de su vida.

Según han podido documentar Senso y Llin, en 1936 se alistó voluntario para defender la democracia republicana de la sublevación militar apoyada por Hitler y Mussolini. César se integró en la Brigada Lincoln, formada mayoritariamente por combatientes estadounidenses. En ella ejerció de comisario político, siendo el único anarquista en alcanzar ese grado dentro de una unidad de comunistas y socialistas. Ya entonces tuvo sus primeros encontronazos con la línea estalinista más ortodoxa. Un enfrentamiento que perduraría en el tiempo.

Tras el triunfo franquista, Orquín siguió el itinerario habitual de los españoles que acabaron en Mauthausen: cruzó la frontera hacia Francia; fue encerrado en los campos de concentración galos; se incorporó a una de las compañías de trabajadores españoles del Ejército francés; fue capturado por los soldados alemanes, enviado a un recinto para prisioneros de guerra y, finalmente, fruto de las conversaciones entre el régimen franquista y el nazi, deportado al campo de concentración. “Su linaje le había permitido aprender alemán —remarca Senso—. En unos pocos meses consiguió convencer a los SS de que le permitieran comandar un grupo que debía realizar trabajos lejos de Mauthausen”.

La obra de Senso y Llin describe así el nacimiento de ese histórico comando: “El 6 de junio de 1941 fueron 161 prisioneros los que salen ese día de los imponentes y descorazonadores muros del campo de concentración de Mauthausen para ir a Vöcklabruck. Todos republicanos, todos españoles”. Orquín no podía imaginar que ese grupo de hombres famélicos y desesperados que él capitaneaba pasaría a la historia de la deportación española bautizado con su nombre de pila: el Comando César. A Vöcklabruck seguirían llegando prisioneros españoles desde Mauthausen. El comando acabaría teniendo entre 360 y 400 miembros. “En 1941 la letalidad en el campo de concentración era del 60% —señala Senso— y, sin embargo, en Vöcklabruck no falleció ni un prisionero”.

Héroe y no verdugo

César Orquín contó hasta tal punto con la benevolencia de los SS que podía compartir cama y barraca con su novia. La suerte del grupo varió durante los años posteriores. En mayo de 1942 se les ordenó trasladarse a Ternberg para construir una central eléctrica. Allí las condiciones fueron más duras y los accidentes de trabajo se cobraron la vida de entre doce y catorce prisioneros. Dos años más tarde el comando volvería a cambiar de destino y se instalaría en Redl-Zipf donde no se produjeron fallecimientos.

Durante los años de cautiverio Orquín mantuvo diversos encontronazos con algunos de los prisioneros comunistas que dirigían la organización clandestina de Mauthausen. Esos enfrentamientos provocaron que, tras la liberación, el PCE le acusara de la muerte de numerosos deportados españoles. Quienes habían trabajado bajos sus órdenes salieron en tromba para defenderle. “A mí, cuando otro kapo me dio una paliza, César me defendió personalmente”, recordaba el barcelonés José Alcubierre. Su compañero de penurias, Luis Estañ, justificaba incluso los golpes que recibió del valenciano: «A veces, cuando echaba broncas y bofetadas, yo me daba cuenta de que lo hacía para que los SS lo vieran, confiaran en él y no fuera peor la suerte de todos nosotros. A mí me dio una vez una bofetada que me hizo volar cuatro o cinco metros. Y yo se lo agradecí en el alma, porque me había pillado el sargento de la cocina metiéndole mano a las patatas y venía a por mí; a esos les costaba poco acabar contigo. Y César, que lo vio, vino disparado, me cogió y me empezó a insultar en alemán... Y paró al sargento“. El deportado murciano Francisco Griéguez resumía así las diferencias entre quedarse en Mauthausen-Gusen o formar parte del Comando César: ”Con Orquín comíamos un poco más que en Mauthausen, no nos trataban tan mal y por la noche nos dejaban descansar“.

Este tipo de testimonios fueron decisivos para que no se formalizara una denuncia firme. Aun así, Orquín prefirió tomar distancias y se trasladó a Argentina, donde residió hasta su fallecimiento el 14 de febrero de 1988. Según Carles Senso, la investigación que ha desarrollado junto a Llin zanja definitivamente esas acusaciones: “Hay datos objetivos que niegan rotundamente lo que el discurso comunista dijo de Orquín. Son hechos contra opiniones. Publicamos en el libro las listas completas de los integrantes de los kommandos externos que capitalizó Orquín y en ellos la muerte es una excepción”.

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