El 8 de noviembre de 2013 fue el día que la vida de Marinel Sumook cambió para siempre. Ella tenía entonces 16 años y ese fue el día en el que el tifón Hayan, también llamado Yolanda, llegó a su ciudad de Filipinas. Según los registros, tocó tierra en el país justo un día antes, el 7. Acabó matando a más de 6.000 personas. Era hasta ese momento el más intenso de la historia del país, aunque fue superado por otro en 2015. Marinel lo pone en perspectiva repitiendo todo el rato una escala, la de Saffir-Simpson, una Richter para huracanes: “En mi zona de Filipinas pasan tifones, pero el mayor hasta 2013 había sido de grado 3. Este fue de grado 5”.
Ese 8 de noviembre su vida cambió porque su casa quedó destruida, tuvo que irse a un centro de evacuación junto a sus padres y hermanos y tardaron meses en reconstruir su colegio. “Siempre que había tormentas fuertes nos tenían que evacuar. Pero esa vez fue diferente. Habíamos perdido todas nuestras cosas y no teníamos dónde volver. Quedamos tres días completamente aislados y no tuvimos ayuda hasta pasado ese tiempo. Habían muerto parientes y vecinos”. Luego tampoco acabó todo, “mi padre es pescador y perdió su bote. Era nuestra única fuente de ingresos. A partir de ese día tuve que hacerme responsable de mí misma.
¿Se ha recuperado mi ciudad? Yo creo que no puede decirse que lo ha hecho, porque recuperarse suena a volver a tu antigua vida. Y no. La gente sigue buscando, sobre todo, seguridad“.
Marinel está estos días en la COP25 de Madrid. Ese noviembre de hace ahora seis años su vida también cambió porque, en cuanto cogió fuerzas, comenzó a hacer activismo climático. A España ha venido con Amnistía Internacional, pero sobre todo lo ha hecho en Filipinas, donde aún vive, con Greenpeace. “Los científicos explican que, estrictamente, un tifón por sí solo no puede vincularse al cambio climático, porque para dictaminarlo así deberías observar el fenómeno durante un mínimo de 30 años. Pero el tifón Yolanda se formó en el océano: cuando la superficie se calienta, el tifón se intensifica. Se va haciendo más fuerte antes de tocar tierra. Y esto fue lo que pasó. Y si esto continúa, habrá más. El cambio climático significa también que vendrán fenómenos nuevos para todos, con intensidades desconocidas, y, sobre todo, imprevisibles”.
En la COP19, que se celebró ese mismo mes de noviembre de 2013, apenas unos días después del paso de Yolanda, el representante de Filipinas pidió a las partes un compromiso porque el país sufría “22 tifones anuales de media, algo insostenible que genera constantes daños imposibles de sufragar”. Marinel, después de que se reconstruyera su escuela (aunque nunca volviera a ser la misma), cumplió 18 años y pudo ir a la universidad. Se graduó en Trabajo Social. Estos años ha viajado por el mundo y por su país contando su historia y concienciando sobre “que el cambio climático no es una cosa del futuro. Yo también lo creía, lo estudiaba y me preocupaba, pero lo veía lejano. Pero entonces me di cuenta de que está sucediendo ahora, ya. De que no afectará a mis hijos, sino a mí misma. Contándolo siento que lo humanizo: ya no hablamos solo de ciencia, o de estadísticas, soy yo misma”.
“La gente necesita escuchar historias”, dice sobre las reacciones que se dan en colegios y comunidades, entre niños y adultos, “la gente necesita relacionar las cosas que pasan con la ciencia. Yo intento enseñarles cómo hacerlo”. Así que cuenta lo que le pasó, pero también cómo llegó a pasar, todo ese proceso que comienza en los océanos. “Lo hago porque no quiero experimentar la desesperanza. No quiero experimentar otra pérdida de seres queridos. No quiero volver a ver cadáveres en las calles. Necesito hacerlo por mí, por mis futuros hijos, por mis sobrinos, para que su futuro no esté en juego. Esta lucha es como una defensa personal para mí”.
Sus rutas no solo han consistido en rememorar su experiencia. En septiembre de 2018, por ejemplo, viajó a Nueva York para testificar ante una investigación pionera sobre si las empresas del sector de los combustibles fósiles han violado los derechos humanos de la ciudadanía de Filipinas. Su juventud –ahora tiene 22 años– y determinación recuerda un poco estos días que está tan presente en IFEMA a las de Greta Thunberg. A ella se le ilumina la cara al ser preguntada por la sueca: “¡Es tan importante! Es importante porque demuestra que las chicas jóvenes podemos hacerlo”.
Son muchas las mujeres jóvenes que la propia Marinel se ha ido encontrado en su camino. “¿Sabes por qué es realmente importante?”, continúa ella. “Porque las chicas señalamos una cosa: como los niños y los ancianos, las mujeres tenemos nuestras propias vulnerabilidades cuando sucede una catástrofe. Hubo tantas chicas que, tras superar el tifón, se tuvieron que ir a Manila y ahí acabaron prostituyéndose porque no tenían otra salida ni otra manera de seguir ayudando a su familia... Es un asunto que nos tiene que ocupar. Pero a la vez debemos mostrar que no solo somos víctimas. Que podemos hacerlo, que podemos liderar este movimiento. Así que sí, gracias a Greta y a todas”.