Nora, o cómo parchear el ascensor social roto con becas y pasar de la exclusión social a opositar a la judicatura
Lo más probable es que mientras lea este reportaje, Nora El Bouhni esté estudiando. La madrileña oposita para la judicatura y solo descansa un día a la semana. Su esfuerzo es innegable, pero también lo es que probablemente no estaría preparando la oposición si no hubiera sido por las fundaciones e individuos que han movido cielo y tierra para que esta chica en riesgo de exclusión social pueda estudiar. “Si no hubiera tenido la beca no me habría planteado la posibilidad de ir a la universidad”, cuenta la joven, que descarta de plano cualquier opción de que estuviera hoy aspirando a la judicatura sin la mezcla de becas públicas y privadas que han paliado su origen de pocos recursos económicos. Nora pertenece al escaso entre 16% y 21% de jóvenes cuyos progenitores no tienen estudios universitarios que se gradúa en una carrera.
Nora se crió en Tetuán, uno de los barrios con menor renta de Madrid, hija de padre marroquí y madre gitana. Él trabajaba de albañil, mientras que ella se encargaba de la casa y del cuidado de Nora y sus siete hermanas y hermanos. Las familias más pobres envían menos a sus hijos a la escuela infantil, la mitad que las más adineradas, y la estadística cumplió en el caso de Nora: se quedó en casa en esa etapa tan importante para el rendimiento académico futuro. Su grupo de amigas del barrio no le daba mucha importancia al estudio y sus padres “no pensaron que una hija suya podía [llegar a la universidad]”, dice ella rememorando sus primeros años.
Si nadie hubiera intervenido, Nora, como hija de progenitores sin estudios, habría tenido un 50% de posibilidades de quedarse solo con el graduado de la ESO. Entonces entró en escena Ana Fraile, entonces directora del colegio público Pío XII de Tetuán, y Kellanova, la empresa que repartía desayunos al alumnado del centro, Nora incluida. La chica confiesa que “siempre” estudiaba “sin mirar demasiado adelante” ni preocuparse “por lo que fuera a pasar en la siguiente etapa educativa”. Así que de esa previsión se encargaron la profesora y la compañía de cereales: Nora pasaba a ser su protégée y a entrar en un ‘circuito’ de becas públicas y privadas que le permitió llegar adonde la estadística dice que, probablemente, no habría alcanzado con sus recursos familiares.
—Si no hubieras tenido becas, ¿crees que habrías podido…?
—Ni de coña —corta Nora.
—¿Ni con algún tipo de alineación especial de los astros?
—Ni de broma —insiste.
Los primeros años
La calle Bravo Murillo atraviesa el distrito de Tetuán. Es ancha; cuenta con seis carriles para la circulación. La mayor distancia que separa ambos márgenes de Bravo Murillo, sin embargo, es de renta: los barrios del oeste —de elevada proporción de personas migrantes con rentas bajas— tienen entre 6.000 y 8.000 euros menos de renta media anual que los barrios del este —donde comienza una de las zonas más ricas de la ciudad—.
En esa parte occidental con menos recursos se sitúa el Pío XII, el colegio público al que asistió Nora. Entre otras cosas, las profesoras del centro le inculcaron la premisa del ascensor social, aunque es un ascensor averiado para la mayor parte de la población. Haberse criado entre el 20% más rico de España predice que, en el peor de los casos, se acabará entre el 60% más acomodado. Cuando dos adolescentes tienen el mismo nivel de competencias de matemáticas o de lengua, quien es de clase baja tiene cuatro veces más probabilidades de no pasar de curso que el de clase alta, según los resultados de PISA 2018 analizados por Save The Children.
La universidad
En el piso de la familia de Nora se apretaban diez personas: sus padres, sus hermanas y hermanos, y ella misma. No califica el ambiente como agobiante porque “te acostumbras a que duermes con tu hermana mayor y tu hermana pequeña”, pero sí tilda de “horrible para el estudio” un entorno con tanto trajín. Durante la ESO y el Bachillerato, que estudió en el concertado Padre Piquer con una beca del Ministerio de Educación, se iba “todo el día” a la biblioteca para estudiar. En esa época pensaba que, si iba a la universidad, forzosamente tenía que salir de la casa de sus padres para tener un espacio más amable para el estudio. De entrada, era una posibilidad remota: “Económicamente no podíamos y mi familia no valoraba tanto la importancia del estudio”, relata Nora.
No habría bastado con las facilidades de la administración —matrícula reducida por familia numerosa especial y beca del Ministerio de Educación— para poder estudiar fuera de casa. Es posible que la trayectoria académica de Nora hubiera acabado aquí, pero entró en juego Ana Fraile, su antigua maestra. La entonces directora del Pío XII, con quien seguía manteniendo el contacto, habló con Kellanova por si existía la posibilidad de becar la universidad de Nora. La respuesta fue afirmativa: la empresa creó la Beca de estudios Kellogg’s para becar a esta y otras adolescentes excepcionales. A esta dotación para que Nora pudiera salir de casa e ir a la universidad se sumó la fundación Dádoris, y entre todos consiguieron el montante suficiente para permitir que la adolescente se matriculara en la Universidad Autónoma de Madrid y se mudara cerca del campus.
Era la primera de su familia en la universidad, y el inicio del curso fue chocante. Nora dio tumbos entre varios grupos donde sentía que no encajaba, entre otras cosas por la distancia que suponía que “sus padres no tenían las dificultades que yo he experimentado”. Al principio, evitaba mencionar su origen: “Estas carreras no las suele estudiar gente como yo, marroquí y gitana”, cuenta. También notaba una brecha en el nivel de inglés, el buque insignia de la formación de la clase media. “Cuando vives en un barrio de clase obrera lo más importante para tus padres no son las clases de inglés”, reflexiona Nora. Ver el nivel de inglés de sus compañeras y compañeros de carrera no hacía sino acentuar que ella era extraña ahí y constatar que no había tenido “las mismas oportunidades que otras personas”. Lejos de amedrentarse, se lo tomó como una motivación para demostrar que una chica de barrio obrero también se podía graduar en Derecho.
Pero Nora y sus colegas no estaban en la misma posición, por mucho que ella estuviera ‘pluribecada’. “Me ha dado rabia que yo tuviera que esforzarme un montón para sacar las notas que he sacado [para no perder la beca] y ver que otras personas se conforman con un cinco porque pueden”. El criterio de nota para mantener las becas privadas le parece a Nora “entendible” porque “los recursos de las fundaciones no son ilimitados”, pero “cada cual tiene sus circunstancias y no siempre es posible mantener la nota”. Pero lo hizo, y ahora posee el título en Derecho. Sabe que se ha esforzado —“Así lo certifican mis notas”, dice—, pero rechaza la retórica del individualismo: “Ha sido un trabajo conjunto de fundaciones y diferentes personas en mi vida que me han ayudado”, afirma rotunda.
Opositando
Una gran cantidad de colegios concertados disimula mediante conceptos varios una cuota que a veces tiene un objetivo claro: que el alumnado del centro sea de entornos socioeconómicos medios o acomodados. Más allá de huir de institutos públicos sobrepasados, asistir a estos centros tiene una función de networking: hacer contactos que puedan servir en el futuro laboral.
Por sus propios medios, Nora se habría encontrado sola al terminar la carrera. No habría sabido en qué consiste una oposición ni, dentro de la judicatura, apuntar a jueza o fiscala. No habría podido tampoco consultar dudas que le fueran surgiendo durante el estudio. Este hecho lo palió una tercera fundación que aparecía para becarla: la Ubaldo Nieto, que sumó su presupuesto a la nueva remesa de dinero de Kellanova, que amplió sus criterios de beca para seguir apoyando a Nora en la nueva etapa. “Gracias a la fundación [Ubaldo Nieto] pude conocer a una persona que es fiscal y a la que le conté mi situación, que veía que no avanzaba, y me aconsejó. Yo sola no habría tenido esa posibilidad”, relata la ahora opositora.
Durante la entrevista con elDiario.es en su antiguo instituto se reencuentra con su tutora de Bachillerato. Se abrazan varias veces al llegar y al irse. La docente es una de las muchas personas que han conseguido parchear el ascensor social para Nora, y ella lo agradece. Después del encuentro, vuelve a casa a estudiar. Aprobar la oposición dentro de cuatro años es su mayor prioridad, que intenta compaginar con sus aficiones: hacer deporte, leer, estar con sus amigas o acudir a la mezquita. Sueña con, dentro de unos diez años, poder ejercer de jueza o fiscala en un juzgado de menores. Un juez con el que habló —otra vez los contactos de la fundación— la convenció de que ahí es donde su trabajo puede tener un impacto positivo mayor.
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