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“Me pueden quitar mi casa pero Palestina es mi país y nunca me lo podrán arrebatar, lo llevo en el corazón”

"Me pueden quitar mi casa pero Palestina es mi país y nunca me lo podrán arrebatar, lo llevo en el corazón"

Raúl Solís Galván

Omar Suleiman Amir (Palestina, 1946) nació en Lista, un pueblo a cuatro kilómetros de Jerusalén, pero su pueblo ya no existe, es un conjunto de casas en ruinas, un núcleo urbano fantasma donde sólo hay destrucción, abandono y desarraigo, en él ya no vive nadie, no hay absolutamente nada, salvo el recuerdo de la huida. Lista fue declarada por Israel “zona de los ausentes” en virtud de la Ley de Propiedad de los Ausentes, promulgada en 1950 y utilizada para confiscar sus propiedades a los palestinos.

En “un camioncito” cargó el padre de Omar la vajilla, las fotos, los cuadros, los muebles y los recuerdos que le dio tiempo a subir al camión, antes de que vinieran los ocupantes sionistas a echar de sus casas a 750.000 palestinos entre 1946 y 1948. La familia de Omar forma parte del primer gran éxodo que abandonaron sus hogares en 450 localidades palestinas que la ONU repartió a los judíos para que formaran el Estado de Israel, una ocupación que, lejos de terminar, 70 años después ha tenido su último capítulo en el traslado de la Embajada de EEUU a Jerusalén y en el uso de armas de fuego contra la población palestina que manifiesta su disconformidad con un movimiento unilateral promovido por Donald Trump, presidente de Estados Unidos, y que viene a echar más fuego a una tierra que lleva un siglo ardiendo.

“Hay muchos barrios y pueblos que están cayéndose pero no permiten a la gente que se desplazaron poder volver a sus casas”, apunta este médico endocrino, hijo de un policía bajo el mandato del Imperio Británico, la expotencia ocupante del territorio palestino antes que Israel, y que llegó a Sevilla para para estudiar Medicina en el año 1962 y aquí ha formado su familia y desarrollado su vida. Hebrón, localidad de la región de Cisjordania donde se desplazó su familia cuando él tenía escasos meses de vida, también es ya una ciudad ocupada por el Estado de Israel, que ha desplazado en 70 años a siete millones de palestinos que pertenecen a un pueblo sin tierra. Expulsado de todos sitios, ese es el curriculum identitario de Omar que trata de recomponer a través del activismo que desarrolla casi a tiempo completo.

“Hebrón tiene 20 checkspoints controlados por la policía israelí, es una ciudad tomada y ocupada por todos sitios”, apunta este hombre que ha tenido cuatro hijos y un nieto en Andalucía y que ha acudido al Parlamento andaluz para reclamarle a la comunidad internacional “que nos saque del olvido” y demandar a la ciudadanía occidental que boicotee a las empresas israelíes como arma de presión para “que caiga el apartheid que sufre mi pueblo”.

La parte que no cuadra en el álbum familiar

Omar denuncia que Israel ha usado el método de la “limpieza étnica” para acabar con los palestinos. “Palestina está ocupada en su totalidad, menos Gaza, que está ocupada de otra forma, por el bloqueo por tierra y aire, rodeada por el ejército israelí en todo su perímetro, con solo dos salidas, una hacia Egipto y otra hacia Israel”, se lamenta. Desde que salió hace 56 años de Palestina, sólo ha podido volver a su tierra dos veces, la última vez en 1992, durante los Acuerdos de Oslo.

“Me pueden quitar mi casa pero Palestina es mi país y nunca me lo podrán arrebatar porque lo llevo en el corazón”, manifiestaba emocionado el día que se conmemora la Nakba, que viene a significar el desastre nacional palestino, el día que los palestinos conmemoran el éxodo con el que se saldó la fundación del Estado de Israel y en el que señalan a la comunidad internacional para que mire hacia Palestina, un “pueblo maltratado” al que han echado a patadas de su propio territorio. Omar, como muchos palestinos expulsados de su tierra, todavía guarda las llaves de la casa que abandonó su familia hace 70 años y a la que sueña poder regresar algún día para explicarle a su nieto, nacido en España, la parte que no cuadra en el álbum familiar.

Mientras llega el día del regreso, Omar espera que cese la violencia y que el boicot internacional a las empresas israelíes haga caer el apartheid que sufre Palestina desde hace 70 años y que se ha saldado con siete millones de refugiados y un número incontable de heridos, muertos y vidas truncadas en un conflicto que, lejos de mejorar, cada día se enquista un poco más. Y no deja de soñar ni un minuto de su existencia con poder regresar a su pueblo fantasma, introducir las llaves en la casa de su familia y explicarle a su nieto la épica del pueblo palestino, que lleva 70 años resistiendo a un ejército israelí y al olvido de la comunidad internacional.

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