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Año 2025. Primera hora de la mañana. La policía realiza un control de alcohol y drogas aleatorio a los conductores. Resultado: un alto porcentaje da positivo en el consumo de las segundas. El dispositivo policial se había desplegado en la puerta del colegio. Muchos de los consumidores son padres de familia. Es un caso real.
En los años 80 España vivió una epidemia de adicción a la heroína con un alto índice de mortalidad que a pocos de quienes vivieron aquella época se les olvida. Se construyó entonces el estereotipo de drogadicto. Cuatro décadas después, el imaginario colectivo sigue identificando la imagen del yonqui con la de la persona que tiene un problema de adicción.
El estereotipo es erróneo, útil para quien esconde una adicción y totalmente dañino para el conjunto de la sociedad porque pone una capa de invisibilidad sobre un problema importante. De la droga se sale, pero habrá que salir antes del estereotipo o no sabremos identificar el problema o a quien lo tiene y, por tanto, no podremos ponerle remedio.
No se puede tener una relación sana con las drogas; se puede tener suerte. Suerte de no haber sufrido un infarto, un ictus o un brote psicótico por el consumo -incluso puntual o esporádico- de cualquiera de ellas. Suerte de que no se hayan convertido en tu refugio cuando tienes problemas de otra índole. Suerte de que no te hayan metido en problemas económicos complicados de subsanar pero, sobre todo, difíciles de explicar ante tu entorno. Suerte de que no te hayan costado el trabajo o te hayan apartado de tus amigos y familia.
Doy por hecho que drogarse tiene un componente divertido, es obvio que algo que genera adicción proporciona algún tipo de placer. Pero es totalmente intolerable que en público solo se hable de las drogas para banalizarlas. Se hace entre colegas, se hace en la tele, en las redes… Se hace sin pararse a pensar que todos tenemos en la cabeza a alguien a quien las drogas le han salido demasiado caras. Se transmite la imagen de que drogarse es divertido y que quien tiene un problema es un yonqui pero no es así. Se droga tu vecino, tu colega, tu compañero de trabajo, uno que conoces del grupo de padres o con el que sales a hacer deporte. Se droga el rico y el pobre, el de estudios básicos y el de estudios superiores, da igual.
Convivimos con una epidemia silenciosa. Una adicción es una enfermedad con cura, así que tiene remedio. Quizá cueste más que la sociedad deje de banalizar sobre el consumo, que se comprenda que drogarse es jugar a la ruleta rusa, un chute de euforia o placer o uno mortal, según la suerte o la falta de ella. Yo me quedo con la frase de Los Calis cuando le cantaban a la heroína en 1985: “Solamente oír tu nombre causa ruina”. Lo mismo, 40 años después, sirve para cannabis, cocaína o metanfetaminas.
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