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Cantabria finita y el chicle de los dineros
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Es habitual en la clase política descalificar las propuestas de los adversarios por el expeditivo método de tacharlas de “políticas”, que parece zanjarlo todo, aunque no zanje nada, simplemente deja perplejo a quien lo escucha. No deja de tener su cosa que un político hable de política denostando la política. Afear que alguien hable “con fines políticos” es como si Alain Prost denostara a su eterno rival Ayrton Senna por correr demasiado y pretender adelantarlo sobre el asfalto del circuito de Imola.
El lenguaje es una herramienta política. Siempre lo ha sido por mucho que se empeñen los académicos en momificar el legado de las generaciones anteriores. Y es político en ambas direcciones: es resultado de unos intereses de poder que lo moldea a su conveniencia y refuerza a quien ostenta el poder, que es reacio a modificarlo. También quien pretende alcanzar el poder o influir sobre él lo primero que hace es utilizar un lenguaje alternativo. El lenguaje moldea la realidad y viceversa. No es lo mismo decir “niño” que decir “mena”, no es lo mismo decir “crisis” que decir “desaceleración”.
Tampoco es lo mismo ir retorciendo el significado de las palabras hasta ponerlas del revés. La “política”, que es una dimensión humana y de las más nobles, acaba con tanto retorcimiento en algo espurio y rechazable. La “ideología”, que está ahí porque somos ideológicos desde la cuna a la tumba, se ha convertido en otra punta de flecha para denostar posiciones que son, a la postre, tan ideológicas como las que sostiene a quien las descalifica. Lo problemático no es ser ideológico, sino qué ideología se aplica.
Toda política tiene un "fin político" y la educación, por poner un ejemplo, siempre es "ideológica" por responder a unos valores sociales y unos consensos básicos que responden a posturas ideológicas
Toda política tiene un “fin político” y la educación, por poner un ejemplo, siempre es “ideológica” por responder a unos valores sociales y unos consensos básicos que responden a posturas ideológicas. Así que si alguien descalificara una propuesta política o un sistema educativo por ser políticos o ideológicos, cabe preguntarle: ¿A qué debieran responder entonces? ¿A los dictados de la cartomancia o los astros?
Esta deformación de la semántica llega a todos los campos en donde las palabras sustituyen a las realidades. 'Cantabria infinita' es un buen motto, un buen lema, por más que la geografía sea finita como lo es casi todo, incluido el presupuesto de Cantabria. Pero la propaganda, que es el chicle de la política, cambia la apariencia de las cosas. Así que la 'Cantabria finita' se transmuta en 'Cantabria infinita' por el deseo, el orgullo y las aspiraciones que se depositan en Cantabria y en sus gestores de turno.
El actual Gobierno de Cantabria, que preside María José Sáenz de Buruaga (PP), emprendió una gira por los municipios de Cantabria nada más tomar posesión anunciando el maná de las inversiones autonómicas. Decenas de millones por aquí, decenas de millones por allá, en Santander y en Torrelavega. ¿Cuántos de esos millones acaban efectivamente llegando? Nadie puede asegurarlo a ciencia cierta, nadie se pone a mirarlo.
El presupuesto de Cantabria para 2025 ronda los 3.700 millones de euros. A efectos inversores, el presupuesto se reduce a una décima parte. Lo demás se va en pagar la maquinaria administrativa (nóminas, gastos corrientes), deuda, transferencias a otras administraciones y alguna que otra ayuda. Con ese presupuesto 'finito', la Administración autonómica es como un vehículo de altas prestaciones y gran consumo al que se echa la gasolina justa para llegar a la siguiente estación de servicio. Da para poco más. De ahí que surja la colaboración público-privada, la contratación de créditos o, simplemente, las promesas incumplidas o pospuestas sine die.
Alguien que hojee un periódico o le dé al scroll de la noticia digital acaba abrumado por el baile de millones. “No hay dinero”, se afirma desde las instancias de poder para justificar el “no” a un colectivo o a una demanda. Pero se vuelve la página, se navega por la información, y el desfile de millones es apabullante. Hay dinero por todos lados y comprendo la cara que se le pueda poner a un alcalde o a un ciudadano que ha propuesto o demandado algo y se le ha dicho que, ahora sí, Cantabria es finita. Pero el dinero sigue apareciendo a mansalva en los 'papeles', que son el territorio real de la 'Cantabria infinita', tan real como Xanadú o la Atlántida.
En las antiguas películas del 'péplum', producciones de bajo presupuesto para films de 'espada y sandalia', se hacía generar la sensación de 'infinito' de dos maneras: cerrando el plano y haciendo que lo concreto indujera el resto; o con trampantojos y argucias como hacer desfilar continuamente los mismos espadachines por delante del objetivo en un bucle infinito. En el mundo de la Administración es más habitual lo segundo: hacer desfilar los millones por delante de los ojos del ciudadano una y otra vez y de ese modo 300 millones acaban convertidos en 3.000.
Pero son 300.
Las diferencias políticas e incluso ideológicas entre partidos existen y uno de los campos de manifestación es el gasto público. Como el dinero es finito, decidir a qué se destine define políticamente al gestor, ya que si fuera infinito no haría falta definición política alguna: simplemente se asignaría a todo. Político es decir qué parte del presupuesto va política social, inversión productiva o a incentivos fiscales. Según se cargue la tinta en uno u otro campo se tendrá una política u otra, sea mucho o poco lo que se reparta. Pero a todo no puede ir lo que no hay. Hay que elegir y ajustarse a lo disponible.
Porque es finito.
Los docentes llevan ya unos meses movilizándose por su adecuación salarial. Para ellos no hay dinero, o no lo suficiente para adecuarlos como tienen derecho. Pero el dinero aparece, como por arte de birlibirloque, para actualizar la gestión informática de Valdecilla, algo a lo que hace cuatro años se dedicó otros 27 millones. Hay dinero para La Pasiega y el MUPAC, pero no para poner a punto de revista la red primaria de la sanidad y la educación, y así en tantos otros asuntos en donde el marketing se da de bruces con la realidad. Hay que elegir.
Y tomar decisiones es una decisión política.
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