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Jaque a las pensiones privadas

Durante años, los actores más críticos con el modelo público de pensiones en España (a menudo vinculados al sector financiero) advertían de su supuesta falta de sostenibilidad pertrechados detrás de dos sistemas alternativos que enarbolaban como grandes símbolos de lo que había que hacer aquí: Chile y Países Bajos.

Los neoliberales más radicales miraban hacia Chile y hasta patrocinaron numerosas visitas a España del ministro de Economía del dictador Augusto Pinochet, que lideró, en 1981, la transformación desde un sistema de reparto, en el que los trabajadores de hoy pagan las pensiones de hoy, a uno de capitalización, en el que cada cual ahorra para su propia vejez cediendo su gestión a un fondo privado. 

Los críticos moderados, por su parte, se entusiasmaban sobre todo con Países Bajos y su modelo mixto, basado en tres pilares: el público, de reparto pero muy elemental; el privado casi obligatorio, canalizado en el marco de la negociación colectiva con aportaciones de empresarios y trabajadores a través de fondos que invierten en los mercados el dinero recaudado, y el privado puro, voluntario.

Los defensores del modelo chileno lo comparaban con un Mercedes Benz, el coche que todos iban a desear conducir, mientras que el sistema neerlandés suele encabezar cada año el ranking de “sistema más sólido del mundo” que elabora la compañía Mercer junto con la Universidad de Monash, en Melbourne (Australia), la referencia del sector.

Sin embargo, la realidad cotidiana de los pensionistas no parece corresponderse con estas descripciones idílicas. Es probable que el modelo de pensiones en España precise de algunos retoques para apuntalar su sostenibilidad, pero “el mejor sistema de pensiones del mundo” no puede afrontar los pagos comprometidos hasta el punto de que se encuentra en pleno debate sobre cómo y cuánto reducir las prestaciones y hasta de reinventarse. Y el Mercedes Benz de Chile resultó ser, en realidad, un tronado Seat 600.

La última edición de Pensions at glance, la exhaustiva radiografía sobre las pensiones en el mundo que cada año elabora la OCDE, refleja que, pese a sus dificultades, el modelo español ofrece aún resultados mejores para los pensionistas que los de los supuestos símbolos alternativos. En España, la tasa bruta de reemplazo (la cuantía de la pensión respecto al último sueldo percibido) es del 72,3%, por encima del que ofrece “el mejor sistema del mundo”, que se queda en el 70,9%, y a años luz del chileno, que se limita a un paupérrimo 31,2%. Cuando Pinochet impuso el modelo en Chile aseguró que la tasa de reemplazo rondaría el 80%.

En consecuencia, el porcentaje de trabajadores que se ven obligados a seguir trabajando tras cumplir los 65 años es menor en España. Aquí, solo el 6,1% de las personas de entre 65 y 69 años sigue trabajando; cifra que en Países Bajos asciende al 17%, mientras que en Chile se encarama hasta el 40% por pura necesidad: en este país, casi la mitad de los ingresos que tienen los jubilados proceden del trabajo.

El hipotético problema de sostenibilidad que provoca el envejecimiento de la población, acentuado por la jubilación de la generación del baby boom, afecta tanto a los modelos públicos como a los privados, pues en ambos casos se comparte el reto de tener que generar más ingresos para destinar al creciente segmento de jubilados. Pero los modelos privados tienen que afrontar, además, los abultados costes de gestión del sector financiero y la incertidumbre de los resultados. Y ahora, además, un descomunal reto imprevisto, que ha generado un agujero contable: los bajos tipos de interés han hecho añicos la previsión de rentabilidad de los fondos y, por tanto, de la cuantía de las pensiones futuras. Si no mejoran sensiblemente las rentabilidades, las pensiones deberán rebajarse todavía más.

Lo expresa con rotundidad la OCDE, tradicional patrocinadora de modelos privados. “Los bajos tipos de interés limitan la rentabilidad de los fondos de pensiones e incrementan sus necesidades, lo que potencialmente rebajará las pensiones futuras y amenaza la solvencia de los programas”, subraya en el último informe.

Los expertos consideran que un fondo privado está bien financiado cuando dispone de recursos para pagar al menos el 100% de sus compromisos de pago (liabilities), aunque para ir tranquilo debería superar este porcentaje. No obstante, a día de hoy incluso en Países Bajos el porcentaje está ya alrededor del 90%. Y en países como Islandia ha caído por debajo del 40%.

Ello es así a pesar de que el capital que mueven los fondos privados ha crecido espectacularmente en la última década. En Países Bajos, el volumen de fondos gestionados pasó de amasar el equivalente al 119% del PIB nacional en 2010 al 173% de 2018, mientras que en Chile subió en el mismo periodo del 62% al 70%. Supone un gran éxito, pues, para los gestores del capital, que se han embolsado sus comisiones, pero no para los jubilados: a pesar de contar con más fondos, incluso Países Bajos está en pleno debate para reducir las prestaciones procedentes del “segundo pilar” de su modelo porque los fondos gestores no pueden afrontar los pagos comprometidos, ahogados por los bajos tipos de interés. Las encuestas de este país muestran una gran desconfianza de la población: hasta dos tercios creen que no podrán mantener el nivel de vida tras la jubilación.

Los números del segundo mayor fondo de pensiones neerlandés, Stichting Pensioenfonds Zorg, ayudan a entender esta aparente paradoja: según ha explicado el Financial Times, en los primeros nueve meses de 2019 el fondo movió el dinero con acierto hasta el punto de que generó 39.000 millones de euros de ganancias. Sin embargo, la caída de los tipos de interés le ha causado un impacto contable negativo de 54.000 millones, con lo que el agujero en realidad aumentó sensiblemente: la compañía ya ha avisado de que los recortes en las pensiones que ofrece a sus partícipes serán inevitables.

Según los cálculos del rotativo británico, la caída de un punto en los intereses a largo plazo supone que aumenten el 20% los fondos que necesitan los gestores de las pensiones privadas para cumplir con sus compromisos de pago.

La situación es tan crítica que otro analista citado por el periódico de referencia de los mercados ha llegado a utilizar la gráfica imagen de “una casa en llamas” para los modelos de pensiones basados en la capitalización: “Hay fuego en la casa; ahora todavía solo en el primer piso. Pero pensamos que el fuego puede llegar al segundo piso y hasta al tercero.

En Chile, el fuego ya ha llegado a la calle. Y hasta “el modelo más sólido del mundo” parece que se desvanece en el aire. 

[Este artículo ha sido publicado en el número 77 de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

Durante años, los actores más críticos con el modelo público de pensiones en España (a menudo vinculados al sector financiero) advertían de su supuesta falta de sostenibilidad pertrechados detrás de dos sistemas alternativos que enarbolaban como grandes símbolos de lo que había que hacer aquí: Chile y Países Bajos.

Los neoliberales más radicales miraban hacia Chile y hasta patrocinaron numerosas visitas a España del ministro de Economía del dictador Augusto Pinochet, que lideró, en 1981, la transformación desde un sistema de reparto, en el que los trabajadores de hoy pagan las pensiones de hoy, a uno de capitalización, en el que cada cual ahorra para su propia vejez cediendo su gestión a un fondo privado.