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OPINIÓN | Aldama, bomba de racimo, por Antón Losada

¿Acaso es malo ser ama de casa?

19 de agosto de 2024 21:28 h

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La última vez dije que estaba harta de Pablo y algunas de las reacciones recibidas que más me llamaron la atención fueron: “¿y si a ella le gusta qué problema hay? ¿Acaso es malo ser ama de casa?” Y de esto vengo hablaros hoy, el problema de ser ama de casa.

En los últimos diez años hemos vivido el boom de la girlboss, la mujer fuerte, independiente, empoderada, emprendedora, que todo lo puede, una superheroína, a quien el mundo se le pone por bandera, que el centro es su vida laboral fuera de casa. Este fenómeno ha creado una imagen de que a las feministas no nos gusta la cocina, y bueno, yo soy feminista y no sólo sé cocinar, sino que me gusta tanto como hacer punto. 

Yendo al lío, partimos de que ser ama de casa es un trabajo, y no uno cualquiera, sino uno indispensable para que la vida se pueda desarrollar. Sin embargo,  esta labor no cuenta con ningún tipo de retribución económica ni se contabiliza para cotizar en la Seguridad Social. Y esto último es especialmente importante, dado que es en el sistema de pensiones donde se agudiza más la brecha salarial de género, ya que las mujeres suponen  tres cuartas partes de las pensiones no contributivas, las de menor cuantía. 

Las mujeres tenemos aún demasiado arraigada la idea de que cuidar es nuestro deber

Y es que el hecho de que no se remunere este trabajo está directamente ligado a lo invisible que son sus funciones, que no son otras que las labores de cuidados. Los cuidados son todo conjunto de tareas que producen bienes y servicios indispensables para regenerar cotidiana y generacionalmente el bienestar físico y emocional de las personas, desarrollándose en contexto de intimidad y del hogar. Es decir, el apoyo psicológico y emocional, la limpieza, cocina, elaboración de la lista de la compra, el mantenimiento del bienestar de las personas dependientes, etc. ¿Acaso alguien podría vivir sin estas tareas realizadas, por ella misma o por otra persona?

Pero las mujeres, a quienes tradicional y especialmente se nos ha inculcado desde la infancia que los cuidados son nuestra función, tenemos aún demasiado arraigada la idea de que cuidar es nuestro deber. Un ejemplo de esto fue una publicación de una influencer feminista agradeciendo a su compañero sentimental el hecho de que le ayudara en la crianza de sus hijas. Teniendo en cuenta que él es el padre, si decimos que le ayuda estamos asumiendo que la encargada principal es ella, no una responsabilidad conjunta. ¿Quizás hemos aprehendido que es una función exclusivamente nuestra y los hombres son meros espectadores? 

En un momento en el que los salarios medios no permiten independizarse dada la crisis del coste de la vida junto al del acceso a la vivienda en la que estamos sumergidas, especialmente la población joven, ¿qué clase de salario puede mantener a dos o más personas con todos los gastos? Ya en la época de nuestras madres, abuelas y más allá, existían mujeres de clases populares que no sólo eran amas de casa, sino que trabajan también fuera del hogar para complementar el pan de la mesa siendo el servicio, costureras y otras profesiones de los cuidados.

Para elegir ser ama de casa actualmente, tendrías que tener una pareja, y en el mejor de los casos con un acuerdo que generase una remuneración por quien trabaje fuera a quien se quede en casa. Pero esto no deja de ser una situación de dependencia económica que puede dar pie a un desequilibrio de poder dentro de la relación, generando una situación favorable a que se den abusos y violencia en la misma.

Por tanto, mientras ser ama de casa no sea un trabajo remunerado y cotizado, y el único reconocimiento sean un gracias y una taza, no será una elección libre, sino un sacrificio que nos restará libertad. 

La última vez dije que estaba harta de Pablo y algunas de las reacciones recibidas que más me llamaron la atención fueron: “¿y si a ella le gusta qué problema hay? ¿Acaso es malo ser ama de casa?” Y de esto vengo hablaros hoy, el problema de ser ama de casa.

En los últimos diez años hemos vivido el boom de la girlboss, la mujer fuerte, independiente, empoderada, emprendedora, que todo lo puede, una superheroína, a quien el mundo se le pone por bandera, que el centro es su vida laboral fuera de casa. Este fenómeno ha creado una imagen de que a las feministas no nos gusta la cocina, y bueno, yo soy feminista y no sólo sé cocinar, sino que me gusta tanto como hacer punto.