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Ser uno de los países del mundo que más turistas reciben, ser uno de los más envejecidos sin la planificación adecuada y ser uno de los más crispados políticamente, son algunos de los indicios que se han barajado para explicar la virulencia de la COVID-19 en España. Curiosamente son indicios en los que parcial o totalmente España coincide con Francia, Italia, el Reino Unido y Estados Unidos, países donde el virus está golpeando muy duro.
Hay un cuarto indicio más singular de España y Francia: la ocupación del espacio público. 23 de los 33 kilómetros cuadrados con más población de Europa están en nuestro país y los 10 restantes en el vecino, según el profesor de Estudios Humanos y Planificación de la Universidad de Sheffield, Alasdair Rae, un experto que patentó la retícula, un conjunto de líneas o de hilos, del kilómetro cuadrado.
¿Cómo puede ser en un país que solo tiene 93 habitantes por kilómetro cuadrado? Por la distribución territorial, por lo que los expertos denominan “densidad vivida”. De los 505.000 cuadrados de un kilómetro que tiene España solo vivimos en el 13% de ellos. Con más de 30.000 habitantes por kilómetro cuadrado, somos el país de Europa con más densidad de población por superficie habitada.
El distrito más saturado con 56.040 habitantes por kilómetro cuadrado es el 3 de L´Hospitalet de Llobregat, que comprende los barrios de la Torrassa y Collblanc. No son de bloques altos como en Bellvitge, son de edificios de 4 o 5 plantas con pisos pequeños compartidos por varias personas, el 30% de origen extranjero y con una edad media de 41 años.
Las consecuencias están siendo que en muchos casos no han aguantado en casa y que ha aumentado el número de familias que piden ayuda y alimentos por primera vez hasta desbordar a los servicios sociales.
Badalona, con 50.287 vecinos por kilómetro cuadrado, es la tercera ciudad más densa de Europa, según la clasificación del profesor Alasdair Rae. En medio de L´Hospitalet de Llobregat y Badalona, en el segundo puesto con 52.218 personas, aparece el distrito XVIII de París, delimitado por la colina de Montmartre y la basílica del Sagrado Corazón.
En los puestos de cabeza de los diez distritos más densamente vividos de Europa aparece también Arganzuela con 44.636 personas. El barrio madrileño se alarga hasta el Manzanares, con la calle Tomás Bretón como referencia, con bloques de 6 y 7 plantas como máximo pero, atención, con hasta once pisos por planta, sin patios interiores y sin casi aire entre ellos.
Esos bloques son consecuencia de la especulación urbanística de finales del XIX y principios del XX que perseguía sacar el máximo provecho económico al espacio. Arganzuela es un barrio de clase media, jóvenes profesionales y funcionarios, con poca relación entre sus vecinos, aceras estrechas y dificultades para mantener la distancia física de seguridad de los dos metros.
Barcelona y cinturón copan 16 de los 23 puestos que le corresponden a España en la clasificación europea del profesor inglés, Madrid 4 y los otros tres se los reparten Bilbao, Gijón y Zaragoza. En la capital aragonesa está la segunda ciudad de Aragón, el barrio de las Delicias con más de cien mil habitantes concentrados en poco más de tres kilómetros cuadrados, con un porcentaje de personas de origen extranjero del 23% y una edad media de 47 años. Con insuficiente esponjamiento, con calles y aceras estrechas, y escasez de aparcamientos. Con un urbanismo de los años cincuenta y sesenta de aprovechar al máximo el espacio sin haber tenido en cuenta al coche. Al igual que sucede en el resto de los barrios tradicionales: las Fuentes, San José, Torrero y La Almozara.
Los cambios en el espacio público ya están llegando estos días a nuestras ciudades. Después de la COVID-19, nadie se atreverá a cuestionar el Madrid Central de Manuela Carmena, ni a que se gane y ordene el espacio para los peatones en el centro y en los barrios, ni a que se construyan bloques de manzanas cerradas al tráfico, ni carriles ni aparcamientos para bicis.
Un estudio del Instituto de Salud Global de Barcelona (IS Global), dependiente de la Fundación “La Caixa”, demuestra que el 50% de los viajes que se hacen en coche podrían recorrerse en bicicleta porque cubren menos de 5 kilómetros. El ayuntamiento de Barcelona ya ha ganado 12 kilómetros para los peatones en las últimas semanas.
Las lecciones de la COVID-19 pueden ser una buena oportunidad para valorar lo micro: el microurbanismo, el teletrabajo, el comercio de proximidad, los productos de la cercana huerta que muchos están descubriendo estos días, y las viviendas con balcones y terrazas aunque computen como superficie construida. En este larga reclusión domiciliaria, se ha interiorizado que los balcones, las terrazas y los espacios abiertos, son el puente de nuestras casas con el sol, el aire, el cielo y la profundidad.
Atención también al escalonamiento/prevención hacia el transporte público, a la creciente oferta de viviendas turísticas que se van a quedar sin uso, a las de los herederos de los miles de fallecidos en la pandemia y al aumento de consultas para comprar o alquilar viviendas en las comunidades rurales. Como en la crisis de 2008, se augura una notable caída del precio medio de la vivienda sobre todo en las grandes ciudades.
Y atención también a la necesidad de planificar esas grandes y medianas ciudades y las áreas rurales para el envejecimiento y el sobreenvejecimiento (mayores de 75 años). La fotografía ahora mismo: listas de espera en muchas residencias públicas y las privadas inaccesibles para la mayoría de los mortales.
Tendrá que habilitarse una oferta intermedia y tendrá que cambiar el tipo de construcción hacia módulos más pequeños, con más privacidad y control sanitario para los mayores. Visto cómo se ha ensañado la COVID-19 con parte de esos centros, será imprescindible adecuar los medios humanos y materiales de los centros de salud al número de residencias que existan en una determinada área. Salud pública y servicios sociales van a tener que aprender a trabajar en equipo cruzando datos y reforzando la vigilancia de los internos.
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