Copenhague, donde avergüenza ir en coche a trabajar: “Tienes que tener una buena excusa o una pierna mal”
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Copenhague es famosa por sus bicis, la sirenita inspirada en los cuentos de Hans Christian Andersen y el barrio hippie de Christiania. Es, además, una villa ambiciosa. En 2009 se puso como objetivo ser la primera ciudad del mundo neutra en carbono en el año 2025. No lo cumplirá, pero aun así será difícil bajar a la capital danesa del pódium de campeones en la lucha contra el cambio climático porque habrá reducido en casi un 80% sus emisiones de CO2 gracias a un plan climático aprobado en 2012 con más de 60 iniciativas implementadas por etapas en cuatro grandes ámbitos: consumo de energía, producción energética, movilidad y medidas de la administración local. A ello se suma la cooperación con el sector privado, la universidad y la ciudadanía.
Ese 20% que separa a Copenhague de su meta hay que buscarlo en una infraestructura que no ha visto la luz: una autovía de circunvalación. “Cuando se diseñó el plan se esperaba contar con un anillo periférico bordeando la ciudad. Pero por motivos de política nacional no ha podido construirse, así que tenemos muchas emisiones del tráfico. Dicho esto, en general el tipo de movilidad es muy sostenible, y eso es claramente parte del puzle para alcanzar la neutralidad”, explica la geógrafa Kristine Munkgård Pedersen, del departamento Técnico de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Copenhague.
Las cifras le dan la razón a Munkgård Pedersen. Con una población de 659.350 habitantes, casi la mitad de los desplazamientos para ir a trabajar o a estudiar se hace en alguna de las 750.000 bicicletas que contabiliza la ciudad –cuatro veces más que coches– y por sus 546 kilómetros de carriles bici. “Da cierta vergüenza ir al trabajo en coche. Tienes que tener una buena excusa, vivir lejos o tener una pierna mal porque en la cultura danesa ir en bici es un orgullo. A veces hay campañas para ver quién ha recorrido más kilómetros en un mes y la gente se junta el fin de semana para ir en bici”, cuenta Sonia Tardajos, una socióloga española que lleva 26 años viviendo en Copenhague.
La cultura danesa ir en bici es un orgullo. A veces hay campañas para ver quién ha recorrido más kilómetros en un mes y la gente se junta el fin de semana para ir en bici
También se fomenta el vehículo eléctrico, con la instalación de más parkings exclusivos y más enchufes. “Todo va reduciendo poco a poco el uso del coche”, añade Tardajos. Según datos de la administración local, en 2023 se produjo un descenso en las emisiones del tráfico por carretera atribuible al aumento de la proporción de coches eléctricos. Mientras, las emisiones del transporte público se redujeron en un 20% respecto a 2022. “Los ciudadanos apoyan la movilidad verde, pero las autoridades municipales tienen que garantizar que las infraestructuras sean adecuadas y el transporte público de calidad”, enfatiza Munkgård Pedersen.
De puerto sucio a puerto de baño
Ahora bien, Copenhague no siempre fue un modelo. El urbanista y director de Bloxhub, una plataforma de desarrollo urbano sostenible, Jakob Norman-Hansen, creció en el Copenhague industrial de los años 80 del pasado siglo y recuerda que la capital no era muy habitable. “Contaminada, pobre y con mucha delincuencia, cuando las parejas empezaban a tener hijos se mudaban fuera de la ciudad.
El urbanista recuerda que las cosas empezaron a cambiar en los 90 gracias a un proyecto de reurbanización liderado por un organismo público de nuevo cuño para crear nuevos distritos, construir una línea de metro inexistente hasta esa fecha y levantar infraestructuras. “Se limpió el puerto interior y tanto la actividad portuaria como la industria pesada se trasladó fuera de la ciudad”, explica el experto. El resultado es que ahora en verano el puerto es una opción magnífica para darse un chapuzón. Una app permite a los bañistas consultar la calidad del agua en sus diferentes zonas. “Como en Bilbao, aquí se convirtió una crisis en una oportunidad para transformar la ciudad”, resalta Norman-Hansen.
La urbe también le debe mucho al gran arquitecto danés Jan Gehl, autor de Building cities for people, cuyo trabajo prioriza la escala humana de los espacios para facilitar los desplazamientos, el contacto visual y la interacción social. “Ese nuevo paradigma forma parte de la estrategia del ayuntamiento: considerar la vida urbana antes que los espacios y los espacios antes que los edificios. Y ahora también tenemos en cuenta los límites ambientales para construir en equilibrio con la naturaleza”, resume.
Sin carne en los comedores escolares
La conciencia ambiental está también en los fogones. Desde agosto de 2024 los comedores escolares tienen prohibido ofrecer carne de vacuno a los estudiantes.
Esben Luplau es el director regional del sector educativo de Compass Group, una empresa de catering galardonada en 2024 con el premio a la mejor cantina de cocina sostenible. Tiene 50 comedores repartidos por todo el país y gestiona numerosas cantinas universitarias. “Al trabajar con jóvenes y estudiantes siempre hemos querido estar al día y, por suerte, la sostenibilidad es un tema que les interesa mucho”.
Empezamos hace diez años en la cantina de la Universidad de Copenhague con 'los lunes sin carne'. Y nos dimos cuenta de que muchos estudiantes querían comida vegetariana todos los días
El trabajo de Luplau en los últimos años ha consistido en convertir los comedores tradicionales en comedores vegetarianos. “Empezamos hace diez años en la cantina de la Universidad de Copenhague con 'los lunes sin carne'. Y nos dimos cuenta de que muchos estudiantes querían comida vegetariana todos los días. Así que decidimos abrir una, y ahora tenemos más de 13 en Dinamarca de las llamadas 'Wicked Rabbit' (algo así como ”conejo pícaro“).
En los comedores que no son vegetarianos, entre un 35% y un 40%, tampoco tenemos carne de vacuno“, cuenta el responsable de Compass Group, entusiasmado con los resultados. ”Tratamos de que no echen de menos la carne, así que hay una gran variedad de platos y ponemos el acento en los sabores. Los estudiantes están muy, muy contentos“. Para reducir el derroche de alimentos, en las cantinas danesas se vende la comida al peso. Llenas un plato, lo pesas y pagas. ”Además –agrega Lubau– 15 minutos antes de cerrar el comedor, el menú está a la mitad de precio tanto para llevar como para consumir allí“.
Aunque parezca paradójico, el sector ganadero danés está de acuerdo en que los consumidores tienen que saber que reducir el consumo de carne es más saludable, tanto para ellos como para el planeta. En Dinamarca, el 30% del total de las emisiones agrícolas procede de la ganadería. Ahora bien, eso no significa que estas explotaciones deban cerrar. “Tenemos que ofrecer productos de origen vegetal, pero también carne y leche mientras haya una demanda mundial, y nosotros debemos de estar entre quienes produzcan carne con bajas emisiones. Queremos ser líderes en ese terreno porque, si no proveemos ese mercado, lo harán otros, en Latinoamérica o Extremo Oriente, con un mayor impacto ambiental”, señala Niels Peter Nørring, director climático del Consejo Danés de Agricultura y Alimentación (DAFC, por sus siglas en inglés).
En junio de 2024, el Ejecutivo danés, las organizaciones ecologistas y el DAFC alcanzaron tras meses de negociación en la que participaron cinco ministros de la coalición gubernamental, un acuerdo para aplicar tasas a las emisiones agrícolas. Sin embargo, el impuesto se ha diseñado de tal forma que, si los ganaderos invierten en nuevas instalaciones, desarrollos tecnológicos, mejores sistemas de alimentación del ganado y otras medidas que permitan rebajar sus emisiones un 40%, no pagan.
“Hay diferentes ayudas para que los granjeros puedan invertir, porque las tasas empezarán a aplicarse en 2030 e irán aumentando progresivamente en 2035 hasta llegar al mismo nivel que las del sector industrial: 100 euros por tonelada de CO2 emitida a la atmósfera”, detalla Nørring. Actualmente, entre el 10% y el 15% de la producción está dedicada a la agricultura orgánica, y el objetivo es duplicar este porcentaje en los próximos 20 años.
Eficiencia energética
Otra clave para entender el éxito en la lucha contra el cambio climático es la apuesta por la eficiencia energética, que tiene su origen en el golpe que sufrió Dinamarca durante la crisis del petróleo a finales de los años 70 del pasado siglo, cuando llegó a implantar “los domingos sin coches” porque la energía escaseaba.
Hoy el 55% de la electricidad que consume procede de la energía eólica. En la ciudad de Copenhague, sin embargo, la joya de la corona de la producción eléctrica funciona con biomasa. Se trata de Copenhill/Amager, la planta que sustituyó en 2009 a la antigua central de carbón y que convierte en energía los residuos no reciclables.
Situada en el centro de la ciudad, el calor residual del proceso de incineración se aprovecha para alimentar una red de calefacción urbana de la que se benefician 90.000 hogares. El 80% de la calefacción es neutra en carbono. Copenhill no solo es una infraestructura industrial sino un símbolo de la agenda verde de la ciudad. En su gran cubierta de 17.000 metros cuadrados, donde se han plantado más de 300 árboles y 7.000 arbustos, se puede esquiar, hacer senderismo o correr. La incineradora quiere ir más allá y pretende capturar el 90% de las emisiones de CO2 de la planta con una nueva instalación. Está en proyecto igualmente introducir la geotermia en la red de energía urbana del Gran Copenhague.
Las ciudades desempeñan un papel cada vez más importante para alcanzar la neutralidad de carbono. Creo que Copenhague es un buen ejemplo, no solo en la mitigación del cambio climático, también en la adaptación
Los ciudadanos pueden entrar en Copenhill y ver lo que ocurre con el cubo de la basura una vez recogido. Los residentes en Copenhague están obligados a clasificar sus residuos domésticos como sigue: alimentos, papel, cartón, residuos electrónicos, jardinería, vidrio, residuos peligrosos, metal, madera y envases de plástico, alimentos y bebida. “Nosotros vivimos en una casa con otra familia y tenemos que pagar los contenedores en función del tamaño. El Ayuntamiento nos da una bolsa de plástico biodegradable, no podemos usar otra. En determinados días se pueden dejar muebles o electrodomésticos grandes en la calle y pasa un camión a recogerlos. Una novedad es que hay días en los que puedes dejar ropa y residuos textiles”, explica Sonia Tardajos, que vive en el barrio de Frederiksberg.
“Las ciudades desempeñan un papel cada vez más importante para alcanzar la neutralidad de carbono y también son muy innovadoras cuando se trata de aplicar políticas e impulsar el cambio. Creo que Copenhague es un buen ejemplo, no solo en la mitigación del cambio climático, también en la adaptación”, subraya Mihai Tomescu, experto en transición energética de la Agencia Europea de Medio Ambiente (EEA, por sus siglas en inglés). Tomescu está convencido de que, dado el actual desarrollo científico-tecnológico, es “totalmente factible” alcanzar la neutralidad carbono cuando se destinan medios.
Consultas al ciudadano
Sin embargo, ningún plan climático funcionaría sin la cooperación de la ciudadanía, a la que se le consulta regularmente sobre las decisiones municipales. “Si van a construir algo se anuncia, hay una reunión informativa en el ayuntamiento y luego hay un tiempo para dar tu opinión y apelar si estás en contra”, relata Sonia Tardajos. Kristine Munkgård Pedersen confirma que se hacen muchos estudios para tomarle el pulso a la opinión pública, pues no se pueden alcanzar los objetivos ambientales “sin la movilización, el interés y el compromiso de los ciudadanos”. Ahora se busca también la implicación de los visitantes.
La oficina de turismo de Copenhague lanzó en el verano de 2024 un programa piloto que recompensaba las actividades respetuosas con el medio ambiente –moverse en bici o colaborar en huertos urbanos– con 24 propuestas culturales y de ocio gratuitas, desde almuerzos vegetarianos con productos locales hasta visitas guiadas a museos o excursiones en kayak.
“Al convertir las acciones ecológicas en dinero para experiencias culturales, los turistas tienen una oportunidad única de explorar Copenhague de una forma que beneficia tanto al medio ambiente como a la comunidad local. Esto encaja perfectamente con nuestros valores de promover soluciones sostenibles”, señala en la web municipal la alcaldesa de Copenhague, la socialdemócrata Sophie Hæstorp Andersen, que anima a otras ciudades a tomar iniciativas similares.
Copenhague registró 12 millones de pernoctaciones en 2023 y ocupó en 2024 el tercer puesto en el Índice Global de Destinos Sostenibles (GDS), después de Helsinki y Gotemburgo. Bilbao ocupa el puesto 14 y Barcelona el 31 en ese índice. Todo indica que la ciudad nórdica deberá enfrentarse, como muchas otras, al reto del turismo masivo. “Tenemos un número creciente de turistas y también una creciente discusión sobre el impacto que eso tendrá en la ciudad. Nuestro municipio es pequeño, pero está rodeado por la gran región de Copenhague, donde los consistorios son más liberales y más conservadores”, admite con cierto recelo Kristine Munkgård Pedersen.
De momento, la ciudad cuenta ya con un nuevo plan climático para 2035 que, además de las metas de reducción de emisiones en el territorio, tendrá en cuenta las generadas en otros sitios, pero consumidas por los habitantes de Copenhague. “El plan de 2025 era más bien estructural y muy centrado en la producción de energía en la ciudad, y el nuevo se orienta más hacia el consumo individual”, resume la geógrafa del consistorio. Copenhague quiere igualmente aumentar la parte de captura y almacenamiento de carbono.
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