La historia de Pedro Urraca y el palacete del PNV
Su apodo era “Unamuno”. Su número como agente de la Gestapo, el E-8001. Su nombre real, Pedro Urraca Rendueles. Su historia sirve para explicar el pasado de España y también la última semana. Concretamente las idas y venidas de ese famoso palacete de París, en el número 11 de la Avenida Marceau: un edificio que compró el PNV en 1936 y que después fue robado por el fascismo. Ese palacete que, 85 años después, han recuperado sus dueños legítimos.
Hitler tomó París el viernes 14 de junio de 1940. La Gestapo, la policía secreta nazi, ocupó el palacete solo cuatro días más tarde. Allí tenía su despacho el primer lehendakari, José Antonio Aguirre, que pudo salvar la vida porque había huido a Bélgica muy poco antes. Fue una incautación ordenada por el embajador español de la dictadura, el fascista José Félix de Lequerica. Pero el hombre que la llevó a cabo, quien entró allí con su pistola fue uno de sus principales subordinados, el más siniestro: el policía y agente secreto Pedro Urraca.
Urraca fue un traidor, cruel y oportunista. Una persona sin escrúpulos, como detalla con enorme precisión su única nieta, Loreto Urraca, autora de una biografía novelada de un abuelo del que supo de sus crímenes cuando ya estaba muerto. “Una vez alguien me pidió que te definiera como persona, que describiera tu perfil humano”, escribe Loreto Urraca en ese libro (‘Entre Hienas’, editado por Funambulista en 2018). “¿Había humanidad en ti? ¿Alguna vez sentiste compasión por aquellos «desdichados que arrastran su derrota por el mundo», por usar tus propias palabras?”.
Esos desdichados derrotados eran los últimos partidarios del legítimo gobierno de España. Los “rojos”, como los llamaba Urraca.
Pedro Urraca fue el agente que con más saña cazó a los exiliados republicanos. Fue el hombre que detuvo en la Francia ocupada por los nazis al president de la Generalitat catalana Lluís Companys, al que después trasladó a España para que fuera torturado y ejecutado. Fue también Urraca quien detuvo al exministro socialista Julián Zugazagoitia, o al exministro anarquista Joan Peiró, o al diputado republicano Manuel Muñoz. Todos terminaron igual que Companys: trasladados a España y ejecutados. Igual que muchísimos otros a los que Urraca persiguió. La lista de sus víctimas es demasiado larga. Urraca dirigía todas las operaciones en Francia para detener a los exiliados más prominentes durante los años de la ocupación nazi y el gobierno títere de Pétain en Vichy. Cazó a muchos. Persiguió a todos. Urraca fue también una persona clave en el destino terrible de 9.000 republicanos, que acabaron en campos de concentración alemanes.
Pedro Urraca era uno de los hombres de confianza del entonces ministro de Exteriores del dictador Franco; su cuñado, Ramón Serrano Suñer. En septiembre de 1940, poco después de la detención de Companys y de la incautación del palacete del PNV, Urraca viajó con Serrano Suñer a Berlín, en esa famosa visita oficial al régimen nazi de la que salió una orden que después Urraca y su equipo ayudarían a cumplir. La traición de la dictadura a sus conciudadanos, a esos miles de republicanos a los que despojó de la ciudadanía española y que acabaron en el campo de concentración de Mauthausen.
Son esos españoles, víctimas del nazismo, a los que hace unos días homenajeó el rey Felipe VI. Es el mismo rey que nunca ha querido honrar a las víctimas del franquismo, igual que tampoco lo hizo su padre. Para la monarquía española, es más fácil denunciar el fascismo foráneo que el propio. Por lo que sea.
La persecución de Pedro Urraca contra esos exiliados a los que rindió homenaje Felipe VI se llevó a cabo desde ese mismo palacete de la Avenida Marceau, en París. Desde ese mismo edificio que compró el PNV en 1936 y que ha sido testigo de tantas cosas. Allí se instaló Urraca durante la ocupación alemana. Y en ese tiempo, la dictadura aprovechó para consolidar la propiedad del edificio por medio de una farsa jurídica.
Los derechos del PNV sobre ese edificio están bastante documentados. Fue comprado el 12 de septiembre de 1936, con el dinero de un militante del partido, un vasco que había emigrado a México y había hecho allí fortuna. El tesorero del PNV creó un entramado para proteger la propiedad y cuando Pedro Urraca se adueñó del edificio estaba a nombre de una sociedad anónima. En 1943 –bajo la ocupación nazi– el gobierno de la dictadura pleiteó por la propiedad del palacete y ganó el juicio: nadie del PNV se presentó en el juzgado para reclamar el edificio porque habría perdido también la vida. Es falso, como se ha dicho y publicado, que el palacete perteneciera a la institución, al gobierno vasco y no al partido. La prueba más evidente es que ese primer gobierno vasco nace el 7 de octubre de 1936: un mes más tarde de la compraventa.
Durante esos años en los que Hitler mandaba en París y el franquismo ocupaba ese edificio, Pedro Urraca encontró una segunda fuente de ingresos: saquear a los judíos. Desde 1942, se ocupaba también de la gestión de los visados y había miles de familias judías que intentaban huir de esa Europa. Urraca engañó a varias de ellas: les concedía el visado y se quedaba con sus posesiones –el dinero, las joyas, las obras de arte…– con la promesa de que después se las haría llegar por valija diplomática. Algo que nunca ocurría.
Tras el desembarco de Normandía y la liberación de París por las fuerzas aliadas, en agosto de 1944, el PNV recuperó el palacete. Allí encontraron buena parte de la documentación que prueba los crímenes de Pedro Urraca; los expedientes que no había tenido tiempo de destruir.
Una mujer judía, Antoinette Sachs, denunció a Pedro Urraca y a la familia de su esposa –que era francesa– por su colaboración con los nazis. Su historia es interesante. Antoinette Sachs era inquilina de una casa propiedad de la suegra de Pedro Urraca. Y también era pareja de Jean Moulin; uno de los principales líderes de la Resistencia francesa. Todo apunta a que fue Urraca quien denunció ante los nazis a Antoinette Sachs, que tuvo que huir para no ser asesinada –como sí le ocurrió a su pareja–. Había un interés espurio por parte del agente español: recuperar esa casa, echando a la inquilina. A falta de Desokupa, Pedro Urraca recurrió a la Gestapo.
Con el fin del dominio nazi, fue Antoinette Sachs quien denunció a Pedro Urraca. Pero el policía logró huir y el juicio se celebró sin reo. Fue condenado a pena de muerte, pero el franquismo lo protegió. Le dio una nueva identidad y lo envió como agregado a la embajada de España en Bélgica, donde vivió durante décadas con el nombre de Pedro Rendueles, su segundo apellido. Fue ascendido a comisario y nunca pagó por sus crímenes. Se jubiló en 1982, con deshonores, pero por un asunto menor para lo que fue su trayectoria: el desfalco de unos dineros de la embajada, que le acabaron descontando de su pensión. Como tantos otros criminales, murió en la cama.
En cuanto al palacete, el PNV lo recuperó con la liberación de París, en 1944. Pero lo volvió a perder apenas siete años más tarde. La dictadura utilizó esa primera sentencia firmada bajo la ocupación nazi para consolidar su propiedad del palacete. Tras varios recursos, una última sentencia de 1951 hizo firme ese primer fallo de 1942 y entregó al gobierno franquista el palacete. La República Francesa ofreció al lehendakari José Antonio Aguirre una permuta, otro edificio distinto para compensar la pérdida. Aguirre se negó y desde entonces su partido ha reclamado por décadas la propiedad de este palacete donde tuvo su despacho el primer lehendakari y que de forma tan artera les fue robado.
En 1996, cuando Aznar hablaba catalán en la intimidad y Jordi Pujol era un hombre de Estado, el PP pactó con el PNV su apoyo a su investidura. A cambio, entre otras cuestiones, acordaron la devolución de todo el patrimonio incautado durante la guerra y la dictadura. Como ha explicado en elDiario.es Iñaki Anasagasti –que fue el negociador del PNV– Aznar aceptó ese pactó.
Después llegó la letra pequeña de aquel acuerdo. Para no devolverlo, Álvarez Cascos ofreció comprar el edificio por 5.000 millones de pesetas –el PNV se negó–. Y más tarde el PP se la jugó del todo a los nacionalistas vascos. En 1998, Aznar aprobó una ley para devolver a los partidos y sindicatos el patrimonio incautado por la dictadura, cumpliendo el compromiso pactado. Pero cuando el asunto concreto llegó al Consejo de Ministros, en 2001, el Aznar de la mayoría absoluta se negó a la devolución. Argumentó que la legitimidad de España sobre el palacete no venía de las incautaciones durante la guerra, sino de esa sentencia francesa de 1951. El PNV recurrió ante la Justicia, pero el Tribunal Supremo le dio la razón al Gobierno de Aznar en 2003.
En 2018, el PP volvió a pactar con el PNV la devolución del palacete, en el acuerdo entre ambos partidos para sacar adelante los Presupuestos de ese año. Esta vez fue con Mariano Rajoy. De nuevo el PP accedió a eso mismo que ahora tanto critica. Pero no se cumplió, por la moción de censura que desalojó a Rajoy de La Moncloa muy poco después.
Y así llegamos al momento actual. En 2022, el Gobierno de coalición aprobó una nueva ley de Memoria Democrática, donde se dicta que las devoluciones de patrimonio robado por el franquismo también aplican para los bienes en el extranjero. Con ese cambio legislativo en la mano –que obviamente fue pactado–, el PNV reclamó de nuevo la propiedad de este palacete y otros inmuebles. En esta ocasión, el Gobierno aprobó la devolución del histórico edificio, que actualmente ocupa el Instituto Cervantes de París. Se ha pactado también un alquiler hasta el año 2030. Pero la propiedad regresa al PNV, que podrá disponer plenamente del palacete dentro de cinco años.
Para sorpresa de nadie medianamente informado, el PP usó hace una semana la excusa del palacete para justificar su negativa a votar a favor del decreto ómnibus, donde también se aprobaba la subida de las pensiones y un sinfín de ayudas sociales. Daba igual que fuera justo. Daba igual que el PP hubiera pactado esa misma devolución dos veces antes, con Rajoy y con Aznar. Miguel Tellado, Borja Sémper y otros portavoces del partido empezaron a cuestionar el “regalo” que el Gobierno le hacía al PNV. Con argumentos falsos, por supuesto.
Nuestro compañero José Precedo lo explica muy bien en este estupendo artículo: así se fabrican votantes para Vox. La demagogia que el PP ha empleado con la historia de este palacete –y con los “inquiocupas”–, es un bumerán que ahora se les vuelve en contra. Por no quedarse fuera de la foto, Feijóo ha ordenado votar a favor el mismo decreto al que tan duramente se oponía hace unos días.
“Es un escándalo ético y moral”, aseguraba Sémper, para explicar su indignada oposición al decreto, con el “regalo al PNV” como excusa. Es el mismo diputado que, en pocos días, votará a favor de ese mismo decreto ómnibus que tan duramente ha criticado. Incluyendo la devolución del palacete incautado por Pedro Urraca y la Gestapo.
Lo dejo aquí por hoy. Gracias por leerme. Que tengas una semana estupenda.
P.D. ¿No te parece irónico que los mismos partidos preocupados por la “inquiocupación”, los mismos que defienden el derecho a la propiedad por encima de cualquier otro, justifiquen una expropiación cuando el okupa es de la Gestapo?
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