El asesinato del periodista Luciano Malumbres por un pistolero falangista que conmocionó a Santander en vísperas de la Guerra Civil
Todavía hay quien en Santander queda para ir a La Zanguina cuando quiere tomar una caña en el Tívoli. Han pasado 88 años desde que allí asesinaron al periodista Luciano Malumbres pero, aunque el local ha cambiado de nombre, la ciudad no ha perdido la memoria de un suceso que provocó una enorme conmoción en junio de 1936. Solo unas semanas antes, el 9 de mayo, un grupo de falangistas convocados por Manuel Hedilla, sucesor de José Antonio Primo de Rivera, se reunieron en el café Zahara de Madrid. Un periodista incómodo al que apodaban 'El sapo' estaba publicando informaciones molestas en un diario de Santander, así que acordaron contratar un pistolero para silenciar su voz.
Las balas cumplieron el trágico encargo un mes después. El día que mataron a Luciano Malumbres en el bar La Zanguina de Santander. Hacía tiempo que una pareja de policías vigilaba la puerta del periódico cántabro La Región para garantizar la seguridad de aquel director bajito y menudo con lentes redondas de miope, de carácter afable y aspecto inofensivo. “Un hombre diminuto al que agigantaba la valentía de su pluma”, según el publicista Eulalio Ferrer. Frente a un folio en blanco, Malumbres tenía un verbo decidido, una pluma severa, acerada y, en ocasiones, hasta temeraria contra el caciquismo y la corrupción.
Algunas de las informaciones que publicó en tiempos previos a la Guerra Civil generaron un profundo malestar y, cada vez con mayor frecuencia, recibía anónimos amenazantes. Los avisos llegaron también a otros miembros de la redacción desde el entorno de la Falange local. Corría peligro, pero Malumbres hacía vida normal, tal vez con el íntimo convencimiento de que sus enemigos no se atreverían a pasar de las amenazas a los hechos. Anteriormente ya había sufrido una agresión sin importancia y ataques contra la sede de la rotativa de un periódico, por otro lado, de modesta difusión.
Era un hombre diminuto al que agigantaba la valentía de su pluma, según el publicista Eulalio Ferrer. Frente a un folio en blanco, Luciano Malumbres tenía un verbo decidido, una pluma severa, acerada y, en ocasiones, hasta temeraria contra el caciquismo y la corrupción
Desde su fuerte compromiso con la izquierda ejercía un periodismo crítico al servicio de los trabajadores. Curiosamente, Luciano Malumbres Francés tuvo una vocación periodística tardía. Lo suyo fue más una necesidad de contar y desvelar lo que todo el mundo sabía en Cantabria pero que nadie se atrevía a poner sobre el papel. Aquella tarde aciaga las biografías recordaron cómo el hombre que agonizaba en el Hospital de Valdecilla llegó a Santander con 26 años. Había nacido en 1890 en Palencia donde uno de sus parientes, el sacerdote Constantino Malumbres, dirigía un periódico católico. No obstante, su primera vocación fue la militar, de modo que entró en el Ejército y estuvo destinado en Madrid y Melilla antes de convertirse en suboficial del Regimiento Valencia en Marruecos, desde donde comenzó a enviar crónicas al periódico El Cantábrico.
A su regreso a Santander trabajó como agente comercial y dirigió la compañía de seguros La Paternal mientras su inquietud social y cultural le llevó a presidir el Ateneo Popular. Finalmente, en 1932, se decidió a comprar la propiedad de la cabecera La Región y durante cuatro años se convirtió en el periodista más influyente de Cantabria.
Denuncias en el periódico
Los meses previos al asesinato el periódico había denunciado los atentados perpetrados por jóvenes de la ultraderecha con los que policía y jueces hacían la vista gorda, la existencia de mataderos clandestinos e informaciones cuestionando la hazaña del aviador Juan Ignacio Pombo en su vuelo transoceánico. Además de los artículos sobre el engaño a los campesinos de la cooperativa láctea SAM –propiedad de los sindicatos católicos agrarios– que desprestigiaban el buen nombre de algunas familias influyentes y caciques locales. “Estos honrados católicos que se han gastado el dinero de los campesinos en viajes de recreo y hasta en algún cabaret pretenden salvar su responsabilidad obligando a los campesinos al pago de intereses. Si no hubiesen gastado el sudor de los campesinos en banquetes y juergas ahí estaría el dinero disponible para el pago de los intereses al Banco de España”, denuncia el número del 29 de abril de 1936.
El propio Malumbres, después de una larga campaña de denuncias del presunto fraude, escribe: “Gracias a la existencia de La Región se conoce lo de la SAM, no todo va a lograrlo el dinero”. Pero el periodista tenía más enemigos. A uno de ellos, Carlos Pombo, se le señaló públicamente tiempo después como presunto organizador del asesinato para vengar al agravio que supuso para su familia el que desde el periódico se hubiese puesto en cuestión la hazaña del aviador Juan Ignacio Pombo, que intentó unir por aire la ciudad de Santander con la capital de México y convertirse así en el primer aviador español en aterrizar en la capital azteca.
Dos tiros a bocajarro
La tarde de aquel miércoles 3 de junio de 1936 Malumbres salió de la redacción del periódico en la calle Gómez Oreña de Santander y entró, como acostumbraba, al cercano bar La Zanguina, que hace esquina entre las calles Martillo y Pedrueca. Un local que hoy en día sigue abierto con el rótulo de Tívoli, aunque ya nada recuerda a aquel primitivo establecimiento. Pidió un café e hizo un rato de tertulia con algunos de los presentes. Después se sentó a jugar una partida de dominó. A las cuatro y veinte de la tarde un individuo con traje marrón abrió la puerta de La Zanguina de un puntapié, se acercó a la mesa, sacó una pistola del bolsillo, disparó dos tiros a Luciano Malumbres y se dio a la fuga. Varias personas se lanzaron a perseguirlo al grito de “¡asesino, asesino!”.
A las cuatro y veinte de la tarde un individuo con traje marrón abrió la puerta de La Zanguina de un puntapié, se acercó a la mesa, sacó una pistola del bolsillo, disparó dos tiros a Luciano Malumbres y se dio a la fuga
El pistolero entró en un bar de la plaza de Mariana Pineda –hoy, Plaza del Príncipe– y salió camuflado bajo una gabardina. De poco le valió la argucia. Una mujer lo reconoció y avisó a un grupo de trabajadores que lo buscaban por los alrededores. Al verse acorralado sacó la pistola. Uno de sus perseguidores hizo lo mismo y disparó primero. Lo llevaron herido a la Casa de Socorro donde certificaron su defunción. Registraron sus ropas y no hallaron indicio alguno de su identidad. En aquellas primeras horas nadie sabía quién era.
Malumbres, herido
Cuando los dos tiros sobresaltaron la partida de dominó en el bar La Zanguina, Luciano Malumbres se echó la mano al pecho: “Me ha herido ese canalla”, dijo con voz entrecortada. Mientras algunos presentes echaban a correr detrás del pistolero, el propietario del café y varios clientes llevaron al periodista en un automóvil hasta la Casa de Socorro donde le hicieron una primera cura y en vista de la gravedad de su estado fue trasladado por la Cruz Roja al Hospital Valdecilla. Allí se presentaron el presidente de la Diputación, autoridades municipales y directivos de los sindicatos. La primera bala le perforó el estómago y la segunda hirió su mano izquierda. Le operaron una vez, le hicieron una trasfusión de sangre y hubo de pasar de nuevo por el quirófano.
La noticia del atentado sacudió la ciudad como un calambre. Grupos de trabajadores recorrieron las calles llamando a cerrar bares y comercios, talleres y fábricas, en señal de protesta. Se bajaban las persianas al momento ante la conmoción causada. Cientos de personas se concentraban ante la Casa del Pueblo a la espera de noticias. El teléfono del periódico no cesaba de recibir llamadas y llegaron muestras de apoyo de numerosos colectivos y desde varios puntos del país.
La noticia del atentado recorrió la ciudad como un calambre. Grupos de trabajadores recorrieron las calles llamando a cerrar bares y comercios, talleres y fábricas, en señal de protesta. Se bajaban las persianas al momento ante la conmoción causada
Malumbres estaba casado con Matilde Zapata, una periodista afiliada al Partido Socialista que al enterarse de la tragedia se puso al mando de la redacción para denunciar el atentado en el periódico del día siguiente. Sobre las dos de la madrugada Malumbres empeoró y fueron a buscarla. “Ya se salieron con la suya, Matilde. Ya me cazaron”, le dijo al entrar en la habitación. El periodista resistió esa noche entre tremendos dolores que apenas lograban sofocar los calmantes que le aplicaban. Después de mediodía, siendo consciente de la inminencia del final, el herido pidió quedarse solo para que nadie fuese testigo de su sufrimiento. Ni siquiera permitió que Matilde permaneciese en la habitación.
Muerte del periodista
Malumbres se apagó a las dos menos cuarto de la tarde y Santander estalló en un impresionante duelo de silencio alrededor de la capilla ardiente, instalada en el salón de actos de la Casa del Pueblo de la calle Magallanes. A la mañana siguiente cerraron todos los establecimientos y talleres durante dos horas en señal de respeto para acompañar al cortejo fúnebre que reunió a 25.000 personas.
Mientras tanto, más de 500 santanderinos fueron desfilando por delante del cadáver de su asesino en la Casa de Socorro hasta que finalmente un empleado de la Electra de Viesgo lo reconoció como Amadeo Pico Rodríguez, un joven falangista de Castro Urdiales. En el sangriento cometido, al parecer, lo ayudaron otros tres jóvenes, también falangistas: Abel Incera Gutiérrez y Lucas Sañudo Gómez –que murieron meses después en el barco-prisión Alfonso Pérez– y Arturo Arredondo.
Dicen que Luciano Malumbres no se rompía por nada. “El que tenga miedo que se quede en casa”, bramaba en la redacción. Su mujer, Matilde Zapata, que compartía idéntico coraje, dirigió el periódico tras su muerte y La Región siguió provocando la ira de los falangistas.
Al morir Malumbres, apareció en el bolsillo de su chaqueta una nota mecanografiada. Un escrito que denunciaba que “la cooperativa SAM había contratado por 900 pesetas a un dirigente falangista para que organizase un sindicato para seguir explotando a los ganaderos”. El beneficiado era Manuel Hedilla. Aquel que convocó una reunión de falangistas en Madrid para organizar el asesinato de Malumbres. Matilde Zapata tuvo la osadía de publicar su nombre.
Las tropas de Franco entraron en Santander en 1937 y a Matilde la fusilaron frente a la tapia del cementerio de Ciriego al amanecer de un día de la primavera del 38. Y se hizo el silencio en la rotativa de La Región.
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