Eve Fairbanks: “Lo que hay en Sudáfrica hoy no se parece a lo que pensamos que sería la integración”
Nacida en Estados Unidos, Eve Fairbanks en seguida despuntó como periodista. Con sólo 26 años ya informaba sobre la alta política para medios como The New York Times, The Washington Post o The Guardian. Pero algo hizo 'click' y decidió mudarse a Sudáfrica, un país del que sabía poco. Pero se esmeró en saberlo (casi) todo. Se encontró con una tierra diezmada y un pueblo que aún se recuperaba de haber sido el último régimen segregacionista del mundo.
Llegó 20 años después de la caída del apartheid y ha dedicado la última década a estudiar sus consecuencias. Ha recorrido el país y ha aprendido 11 de los idiomas que allí se hablan para conseguir conversar con la gente “en los ambientes en los que se habla de verdad”. Resultado de esa investigación es 'Los Herederos' (Península, en castellano; Periscopi en catalán).
El libro se titula 'Los Herederos'. ¿Qué es lo que ha heredado el pueblo de Sudáfrica?
Han heredado un paisaje. El gobierno del apartheid 'terraformó' el país. Es una palabra que usamos mucho y quiere decir que cambió el paisaje para esconder a la gente negra. Los puso en asentamientos, los escondió tras las montañas. Un amigo dice que, cuando era joven, creía que el país era 90% blanco. En realidad, era 85% negro.
Creo que la gente en Europa puede entender mejor qué es vivir en un paisaje que fue creado en otro tiempo y para gente distinta, con una moral diferente. Es como cuando tu padre muere y heredas su casa y piensas '¿cómo se supone que debo vivir aquí'?. Pero también heredaron un montón de ideas sobre quién merece ser rico. Sobre cómo es y cómo habla una persona poderosa. Sobre de lo que es capaz una persona negra.
En el libro recupera el testimonio de un hombre de Zambia que no entendía por qué Sudáfrica, teniendo una ratio de cinco personas negras por cada blanca, no había sido capaz de derrocar el gobierno del apartheid.
Bajo el apartheid había una ala militar de la resistencia que se formó en campos de entrenamiento de otros países africanos, a los que ayudaron en sus propios procesos de liberación. Ese soldado zambiano estaba entrenando a los sudafricanos y creía que el día que quisieran podrían recuperar su país. Pero antes se debían preguntar si realmente querían ser libres o si ya les parecía bien estar gobernados por gente blanca. Hablo mucho sobre los sentimientos contradictorios de la población negra sudafricana. Tienen claro que vivieron un estado policial y que cualquier revuelta podría haber supuesto una masacre. Pero, a la vez, llevan 30 años preguntándose si colaboraron en su propia opresión. Si, quizás, construir su identidad bajo la idea de la resistencia tenía más peso que el deseo de gobernarse a ellos mismos.
Vivir en una sociedad más justa abrió las puertas para que algunos se sintieran más libres para ser injustos
En algunos momentos de su libro parece que la población blanca se beneficiara más del fin del apartheid que la negra. ¿Es así?
Correcto. Ningún blanco esperaba que su riqueza aumentara después del apartheid, pero eso pasó. Algunos se sentían incómodos siendo ricos bajo el apartheid, porque sabían que era gracias a un sistema terriblemente opresor. Pero cuando ese sistema cayó, ya no les daba vergüenza tener un Mercedes. La liberación tuvo unas consecuencias extrañas e inesperadas: vivir en una sociedad más justa abrió las puertas para que algunos se sintieran más libres para ser injustos.
Por su parte, la población negra tenía mucha presión para convertirse en aquello que el mundo pensaba que podrían llegar a ser. ¿Cómo fueron aquellos primeros años?
En los 90 había la sensación de que a los sudafricanos negros se les había dado un gran regalo. Pero era un regalo envenenado porque, si tan valioso era el país, ¿por qué los blancos renunciaron a él? Estaba en bancarrota y con grandes deudas que debían ser pagadas por el gobierno de Mandela. Los blancos transfirieron el poder sólo porque ya no podían gobernar Sudáfrica.
Se había llegado, además, a unos altos índices de corrupción.
Que llegan hasta hoy. Hay un cargo intermedio del Gobierno que, a pesar de ser buena persona, se convirtió en corrupto confeso. En diversas ocasiones ha reconocido que se siente avergonzado de no poder cambiar las cosas para su pueblo, sobre el que había depositado grandes expectativas después de tanto sufrimiento. Y eso lo llevó a estar resentido con los suyos por no haber sabido salir de la pobreza. Al final, pensó que lo mejor que podía hacer era mejorar la situación económica de su familia. No le tengo simpatía, pero puedo entenderlo.
En su libro hay diversos casos de gente buena haciendo cosas malas. Otro ejemplo se encuentra en personas blancas que son muy racistas sin ser conscientes de ello.
Uno de los principales personajes del libro es una mujer negra que recuerda que cuando era adolescente en los 80 estaba tan enfadada que, si hubiera visto una persona blanca, la habría matado. De adulta se mostraba muy agradecida de haber vivido esa segregación, porque jamás se cruzó con ningún blanco. Tras el cambio de gobierno, aquello cambió y hoy esa mujer trabaja y convive con personas blancas. Pero en aquella época, si eras blanco podías llegar a tener mucho miedo, porque todo parecía indicar que los negros siempre iban a tener esa rabia encima.
Ese miedo convirtió a personas que aparentemente no eran racistas en cómplices de un régimen terriblemente opresor. Incluso los progresistas de izquierdas lo justificaban, aunque fuera injusto, porque decían que, si cambiaba el poder, el país se iría a la ruina. Y todo esto es tremendamente racista, aunque no se dieran cuenta. De una manera u otra decían que los negros no eran capaces, fiables ni justos. Que estaban movidos por el odio. Algunos de esos racismos se hicieron fuertes tras el apartheid, a pesar de que el país no colapsó ni hubo una venganza masiva.
¿Por qué no hubo jamás una venganza?
El país en el que yo vivo y me muevo sola de noche como mujer blanca no es que sea perfectamente seguro, porque hay crímenes terribles, pero no es una zona de guerra. Mi marido creció bajo el apartheid y el otro día, mientras nos quejábamos de unos fuegos artificiales que asustaban a los perros, me dijo que en los 90 hubiera asumido que aquel ruido era el de un tiroteo. Ahora ya pocos piensan en tiros, pero sí hay muchos blancos sudafricanos a quienes les hubiera gustado una venganza tras el apartheid, que siguen pensando que en cualquier momento habrá un colapso inminente. De no pensar así, no les quedaría otra que reconocer que se equivocaron y sentirse culpables por el pasado.
Escribe también sobre blancos que migraron y volvieron porque se dieron cuenta de que en ningún país del mundo tenían los mismos privilegios que en Sudáfrica. ¿Ni siquiera eso les hizo pensar que, aún sin saberlo ni quererlo, sí eran racistas?
Cuando llegué a Sudáfrica los blancos eran, de media, más ricos respecto a los negros que cuando estaba el apartheid. Los ves en esas casas increíbles y te dicen que están muy deprimidos por vivir en un país horrible. Por eso, muchos deciden irse. Y digo 'muchos' porque el Gobierno no da cifras oficiales de migración porque no quiere llevar a cabo un efecto llamada y que la gente rica se vaya en masa. Pero la verdad es que muchos regresan cuando se dan cuenta de que, fuera de Sudáfrica, sólo las personas muy ricas tienen los privilegios que ellos tienen. Por eso, cuando regresan, la mayoría se lo calla.
El apartheid creaba racistas. Uno de los ejemplos es uno de los testimonios principales de su libro.
De pequeño era abiertamente antiracista, pero fue uno de los últimos reclutados por el ejército para luchar para el régimen blanco; era un servicio obligatorio que cambió a muchas personas. Y él acabó con sangre en las manos. Eso lo lleva a un tipo de culpa muy curiosa que existe en el país: la de las personas blancas a las que les resulta muy incómodo ser perdonadas porque se dan cuenta de que, cuando ellos estuvieron en el poder, no perdonaron. Y ahora los negros les están tratando con más compasión. Quizás son mejores que ellos. Y la culpa se transforma en ira. '¿Cómo te atreves? Deberías querer matarme como yo te quise matar a ti'. Esa es una de las secuelas más fascinantes del apartheid.
En la otra cara de la moneda cuenta la vida de una mujer negra, activista por la liberación, que tampoco acaba de ver bien que se perdone a los blancos.
Los luchadores por la libertad estuvieron muy focalizados en la guerra y creyeron que cuando acabara el apartheid se solucionaría todo. Pero sus vidas siguieron. Esta mujer no estaba cómoda siendo libre. Cuando basas tu vida en luchar contra algo que ya no está ahí, tu vida deja de tener sentido. Sobre todo si no se acaban los problemas. Cuando el apartheid ya ha acabado, ¿a quién culpas de la desigualdad?
¿Cómo se gestionó esa frustración?
Creo que es importante decir que no hubo una gran venganza, pero sí pasaron cosas. Por ejemplo, hubo una serie de asesinatos de sudafricanos blancos en granjas [entre 2015 y 2017 se contabilizaron 20.000 homicidios], no sé como sentó aquí esta noticia.
Pues, si le soy sincera, no se le dio demasiado bombo...
Oh, ¡wow! En Estados Unidos se habló mucho de eso. Era una manera de decirnos: “esto es lo que pasa cuando le das el poder a la gente negra”. Es cierto que hay índices muy altos de crimen, sobre todo hacia personas blancas. Pero eso simplemente es porque tienen más cosas que se les pueden robar... A parte de eso, no hubo más venganzas. Nadie habría esperado que la transición fuera tan pacífica.
Tengo vecinos negros que siguen prefiriendo electricistas blancos porque creen que van a ser más competentes y que no les robarán
¿Por qué lo fue?
Mandela asentó una narrativa de perdón y le dijo a su pueblo que estaba a punto de ocupar el lugar que merecían. Eso mantuvo la dignidad. Era una oportunidad de mostrarle al mundo lo que los negros podían hacer, que podían gobernar a sus opresores con un justicia que ellos no les concedieron. Esa es la parte bonita de la respuesta. La que no lo es tanto es que, durante un siglo, se inculcó la idea de que la población blanca debía ser respetada. Tengo vecinos negros que siguen prefiriendo electricistas blancos porque creen que van a ser más competentes y que no les robarán. Esas ideas forman parte de la herencia del apartheid. Muchos negros creen que no hacen falta más reparaciones económicas porque ellos no merecen riqueza y porque los blancos ganaron su dinero justamente.
En el libro da voz a una parte de la población negra que estaba decepcionada con Mandela. ¿Por qué lo estaban?
Había gente que no estaba de acuerdo con él. Aunque era difícil decirlo en voz alta porque se le consideraba un héroe, muchos creían que estaba aterrorizado de la gente blanca. Que si no exigió disculpas o reparaciones económicas fue por miedo a que los blancos se fueran y se llevaran su dinero. A que lo desprestigiaran y le metieran en problemas políticos. Quizás por eso llevó las negociaciones como si fueran entre iguales, como si los blancos representaran la mitad de la población.
En otras palabras, ¿Mandela fue la persona idónea para la resistencia contra el apartheid, pero no para la transición posterior?
Sí. La Biblia dice que Moisés no pudo ir a la tierra prometida. Esa historia tiene un mensaje político que viene a decir que quien te lidera hacia el fin de la opresión no puede ser el mismo que quien te dirija cuando seas soberano. Se requieren habilidades completamente diferentes.
Después de 30 años, ¿cree que se empieza a superar esa herencia del apartheid?
Sudáfrica está estancada entre sus miedos y sus esperanzas. En 1994 tenía miedo a la guerra civil, a la venganza y al colapso de la economía. Y tenía esperanzas de igualdad. Pero nada de eso pasó. Aún así, el empoderamiento de la población negra ha sido notable y se han ganado muchos derechos como el del matrimonio interracial, el derecho simbólico a poseer y ocupar el espacio público, el hecho de que muchas universidades estén integradas...
¿Muchas?
Sí, no lo están el 100%. Lo que hay en Sudáfrica hoy no se parece a lo que pensamos que sería la integración. Hay universidades blancas y hay otras que son abrumadoramente negras, pero sólo porque la gente así lo decide. Pensamos que la integración sería algo como 'blanco-negro-blanco-negro', pero eso es imposible. Simplemente porque la ratio es de un 88% de personas negras por un 12% de blancos.
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