Udi Raz, activista israelí en Berlín: “Los sionistas más poderosos del mundo no son ni siquiera judíos”

Sandra Vicente

14 de noviembre de 2024 22:41 h

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Udi Raz (Haifa, 1987) cubre su cabeza con una kipá y su cuello con una kufiya palestina. Debajo, una larga falda que le llega a los pies completa la representación de las tres luchas que le definen como persona judía antisionista y no binaria. Es consciente de que su mera existencia es percibida como una contradicción y más de una vez se ha sentido en peligro.

Por eso se mudó a Alemania con 24 años, donde estudia su doctorado. Allí ha sido bandera de la lucha queer y la liberación de Palestina. Ambas causas que, asegura, tienen que ir de la mano. Su posicionamiento le ha llevado a ser detenido por organizar manifestaciones para pedir el alto al fuego y también a perder su trabajo como guía en el Museo Judío de Berlín por decir que Israel aplica un régimen de apartheid. Una muestra, dice, de “la larga sombra del sionismo”.

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Nace en Israel, pero se muda a Alemania. ¿Por qué?

Porque acababa de perder a un gran amigo en un ataque terrorista en un espacio seguro para personas queer en Tel Aviv. Su nombre era Nir. Junto a él también perdieron la vida diversas personas y otros amigos míos resultaron heridos.

Todavía no se sabe quién perpetró el ataque, pero lo que sí está claro es que muchos políticos lo usaron para promover ideologías racistas. Me sentí totalmente aislado. Empecé a mirar por mi propia seguridad y me fui a Berlín.

Desde de su experiencia, ¿cómo se siente cuando ve que Israel se erige como un refugio para la comunidad LGTBI y un país gayfriendly?

Nací en Haifa, una ciudad en la que viven tanto israelíes como palestinos. Pero no conocí a una persona palestina como igual hasta que empecé a moverme en espacios queer. Es que ni siquiera coincidí con ellos en la escuela, durante 12 años. Fue ahí cuando entendí por qué cuando hablamos de Israel, hablamos de un sistema de apartheid.

Vi claro que la lucha por la liberación queer debía ir de la mano con la liberación de Palestina, porque ambos se salen de lo que se considera aceptable. Israel se presenta como un refugio, pero solo para quienes encajan en la heteronorma; es decir a hombres homosexuales que adoptan o compran niños y que se casan. Pero, además, tienen que comulgar con la idea de la nación israelí.

Es muy impresionante ver cómo personas queer perpetran este genocidio, cuando no hay nada más anti-queer que eso. Es espeluznante que las IDF [Fuerzas de Defensa de Israel, por sus siglas en inglés] lleven la bandera arcoíris a Gaza.

Es espeluznante que las IDF (Fuerzas de Defensa de Israel, por sus siglas en inglés) lleven la bandera arcoíris a Gaza

Como judío, ¿se siente cómodo usando la palabra genocidio?

Es una pregunta justa. Hablo como judío, pero también como académico y en la literatura tenemos el término ‘genocidio’ muy bien definido. Eso me da seguridad para usarlo tranquilamente y, además, creo que es necesario porque nos ayuda a entender un fenómeno universal. Porque el genocidio judío no es el único. Tenemos el de Armenia, el de Ruanda, el Congo, Sudán y el de Gaza.

Es un término que debería hacer sonar alarmas, pero no lo hace. No molesta a quienes están en el poder, a pesar de que hay gente que incesantemente sale a la calle para pedir el alto al fuego. Es otra muestra de que la democracia está colapsando, porque nuestros dirigentes no escuchan al pueblo.

Usted vive en Alemania, ¿cómo es la situación allí?

En Berlín hay mucha gente de diferentes culturas, contextos y narrativas. Y ahora el Gobierno quiere que abandonemos esa diversidad y que adoptemos una ideología que justifica el genocidio, asegurando que es para proteger al pueblo judío y al conjunto del mundo occidental. Pero lo irónico es que la mayor parte de judíos viven fuera de Israel y Palestina y, en gran parte, no están alineados con el sionismo.

Asumiendo la voluntad de esa pequeña parte del pueblo judío, no solo nos están excluyendo al resto sino que nos hacen parecer un peligro para los países que nos han acogido.

Hay un vídeo suyo en Berlín frente a una manifestación de apoyo a Israel en la que pregunta a los asistentes cuántos de ellos son judíos y apenas una persona levanta la mano. ¿Quiénes son los sionistas?

Esa imagen es un ejemplo de un fenómeno amplio. Tanto que los sionistas más poderosos del mundo ahora mismo no son ni siquiera judíos. Y eso demuestra que el sionismo no es una idea de judíos para judíos. Fue diseñada para judíos, pero por no judíos. La base del sionismo es que no podemos pertenecer a Europa. Como mucho, podemos ser sus representantes fuera de sus fronteras.

Los Gobiernos que se alinean con el sionismo toman decisiones en nombre del pueblo judío, pero no lo incluyen. Y como prueba está que en el Parlamento alemán ninguno de los 700 diputados es judío. Otro ejemplo: en 2018 se crearon las comisiones para la vida judía en Alemania y para la lucha contra el antisemitismo en las que no hay ni una sola persona judía.

¿Cómo afecta el papel que Alemania tuvo en el Holocausto a la postura que tiene hoy frente a lo que sucede en Gaza?

Las élites alemanas no están interesadas en protegernos como judíos, sino como un arma para reproducir el racismo antimusulmán. Somos la excusa para decir que el Islam es peligroso, ya sea para los judíos, las mujeres, las personas queer, para el medio ambiente y hasta para los animales, aunque olvidan que el rito kosher es mucho más cruel y sangriento que el halal.

Lo peor es que, con la excusa de defender al pueblo judío, hasta los partidos de centro-izquierda, los verdes o los socialdemócratas apoyan el genocidio. Podrías pensar que necesitan reconciliarse con su propio pasado genocida, pero en realidad les motiva lo mismo que en el siglo pasado: son un puñado de arios que quiere mantener el poder.

Es cierto que ahora no se identifican como arios, pero todos sabemos qué está en juego. Siempre señalan un grupo social como un peligro urgente: pueden ser los judíos, los homosexuales, los musulmanes, los gitanos… Y si alzas la voz, en seguida te llaman antisemita y así zanjan el asunto.

Usted ha sido detenido en diversas ocasiones por organizar manifestaciones para pedir el alto al fuego en Gaza. ¿Qué pasó?

Nunca lo sabes. Simplemente te llevan sin darte una razón. Al cabo de un rato, te dicen que te enviarán una carta y, normalmente, viene con una multa por desórdenes públicos. La criminalización de un movimiento que vela por la paz y los derechos humanos es la criminalización de la democracia y del derecho internacional que fue escrito, precisamente, con la sangre de más de seis millones de judíos.

También ha sufrido represión en su trabajo. Hace poco fue despedido del Museo Judío de Berlín por asegurar que Israel es un Estado de apartheid.

Trabajaba como guía y hablaba bastante de mi experiencia personal. Por ejemplo, contaba por qué me fui de Israel y, aparte de mencionar que no era un lugar seguro para mí, comentaba que no me sentía cómodo con algunas cosas. Mencionaba un informe de Amnistía Internacional de 2021 que decía que la situación entre el río Jordan y el mar Mediterraneo es un ejemplo de apartheid.

Pues eso fue suficiente para que el museo me sermoneara en diversas ocasiones durante meses para intentar convencerme de no usar el término apartheid. Pero yo daba buenos argumentos y, en el fondo, no me despedían porque era de los pocos trabajadores judíos. Pero llegó el [ataque de Hamás del] 7 de octubre y la primera vez que hablé de apartheid me despidieron. Poco más tarde, el Bild Zeitung, un periódico ario y supremacista, publicó un artículo en el que me llamaban antisemita y que contaba con declaraciones de responsables de Museo.

Cuando empezó el conflicto, corrieron mucho las declaraciones del ministro israelí de Defensa, que llamó a los palestinos “animales”. Como persona criada en Israel, ¿cuál era su percepción del pueblo palestino?

En Haifa ni nos referimos a ellos como palestinos, sino como árabes israelíes [palestinos con ciudadanía israelí]. Los únicos que se conocen como palestinos son los que viven en Cisjordania, que están sujetos a una limpieza étnica. Y luego, los intocables, que son los que viven en Gaza, que están sufriendo un genocidio.

Yo nunca me planteé si los palestinos son humanos o no, porque los veía por la calle. Pero la mayoría de ciudades, pueblos y kibutz [de Israel] son exclusivamente judíos y jamás han visto a un palestino, a no ser que estén en el Ejército. El primer palestino que ven muchos israelíes es el que ven a través de un rifle.

El primer palestino que ven muchos israelíes es el que ven a través de un rifle

¿Cómo fue la experiencia del servicio militar obligatorio en el Ejército de Israel?

Estuve dos años, en lugar de tres. En aquella época ya había empezado a involucrarme en el movimiento queer y de liberación de Palestina, pero me seleccionaron para ser piloto, que era mi gran ilusión de infancia. Así que, de alguna manera, dejé de lado mis principios porque estaba cumpliendo un sueño. Tardé casi un año en ver que era una contradicción. Y renuncié.

Me trasladaron a la unidad aérea que, por cierto, está en el centro de Tel Aviv, al lado de un hospital. Cuando oigo que la gente del [grupo palestino] Hamás se esconde entre la población civil, no puedo hacer más que reírme, porque el Ejército israelí hace lo mismo.

¿Cómo le fue en la unidad aérea?

Igual, contradecía todos mis principios. Solo diré que era muy fácil saber cuándo se estaba bombardeando y asesinando a gente, porque el día que eso pasaba en la base había un gran bufet de comida y bebida. Muy suntuoso y excesivo. Y es que la única persona que puede dar la orden de bombardeo es un oficial de alto rango y, cuando venía, se le agasajaba. Es decir, si veías comida era que se estaba cometiendo un asesinato.

Así que también pedí el traslado y me llevaron a la base militar de Haifa, donde me hice cargo de las fotocopias, básicamente. Y eso sí me sirvió, porque usé esa fotocopiadora para imprimir panfletos para promocionar la primera manifestación del orgullo que se celebró allí. Pero me pillaron.

¿Qué le pasó?

No me encarcelaron, pero se me prohibió abandonar la base por unos días. Y, mientras estaba recluido, entendí que hacía más como civil que como soldado. Así que les dije que renunciaba y que, si no dejaban que me fuera, me suicidaría. Obviamente, no lo habría hecho, pero era la única manera de marcharme.

A las dianas con las que practicábamos tiro en el ejército se les llamaba ‘sirios’. Todos teníamos a nuestro sirio y le disparábamos.

¿Le sirvieron de algo esos dos años en el Ejército?

Entendí por qué un pueblo entero justifica y apoya el genocidio. Cualquier persona israelí está obligada a estar tres años en el Ejército y todo lo que oyes es confrontación entre ellos y nosotros. E interiorizas la idea de que si en algún momento ves a un palestino va a ser en un contexto de muerte y violencia.

Y quien dice ‘palestino’ dice cualquier persona de los países limítrofes. Recuerdo, por ejemplo, que a las dianas con las que practicábamos tiro se les llamaba ‘sirios’. Todos teníamos a nuestro sirio y le disparábamos. Es una manera de provocar odio contra toda la región, contra cualquier persona musulmana.

Israel es horrible y gran parte de su población, también. Y la mayoría de partidos son genocidas, incluso los de izquierdas. No necesitamos un Estado judío. A estas alturas no podemos eliminar a Israel, pero ningún país genocida tiene derecho a existir. Quizás la solución de los dos Estados es la mejor y que nos dé igual si lo llamamos Israel o Palestina. Igual que a mí me da igual que me percibas como un hombre que como a una mujer. Lo único que me importa es que me veas como a un ser humano.