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Unión Europea: el desafío existencial de EEUU

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
15 de abril de 2025 22:31 h

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Ha bastado una semana para que lo que Donald Trump pensaba que iba a ser un éxito inmediato y espectacular se haya convertido en todo lo contrario. Su capacidad de extorsión dentro de los Estados Unidos no ha tenido réplica. Los grandes bufetes de abogados, las universidades más prestigiosas del mundo, buena parte de los jueces y tribunales federales, llegando incluso a la Corte Suprema, no han sido capaces de resistir la primera embestida del presidente y se han rendido de manera incondicional. Únicamente la Universidad de Harvard, de momento, le ha plantado cara al Gobierno, aunque empiezan a abrirse grietas en la propia derecha, de las que informa Michelle Goldberg en 'The Vibe Shifts Against the Right' ('La vibración se desplaza contra la derecha'. The New York Times, 15 de abril). Pero el balance de los dos primeros meses es demoledor.

El “enemigo interior” por excelencia, al que Donald Trump hizo referencia en la campaña electoral, llegando a calificarlo como más peligroso que el “enemigo exterior”, ha demostrado carecer de consistencia para hacer frente al presidente. En los medios de comunicación quedan testimonios inequívocos de cómo ese “enemigo interior” se ha rendido sin librar batalla. Parece que empieza a despertar, pero es muy poco todavía en comparación con lo que ha cedido.

No ha ocurrido lo mismo con el “enemigo interior” fuera del territorio de los Estados Unidos, es decir, los países que comparten la democracia como fórmula de gobierno, pero que no comparten la forma en que el presidente Trump hace uso de dicha fórmula. Canadá, Australia, Japón y, sobre todo, los países miembros de la Unión Europea. 

Una vez identificado China como el “gran enemigo”, Donald Trump dio por supuesto que podría contar con el apoyo de los demás países democráticos, que estarían incluso dispuestos a aportar una contribución económica en ese enfrentamiento con “el gran enemigo” en forma de aranceles a las mercancías que exportaran a los Estados Unidos.

El error de cálculo no ha podido ser mayor. Estados Unidos se ha quedado solo, literalmente solo, en ese intento de extorsión y ha tenido que dar marcha atrás, estableciendo una pausa de 90 días en la entrada en vigor de los que calificó eufemísticamente como “aranceles recíprocos”, sin que quede claro qué es lo que hará durante estos 90 días y, sobre todo, después.

La imposición unilateral de aranceles en una cuantía desconocida hasta la fecha con carácter universal se ha traducido en una desconfianza hacia el Gobierno de los Estados Unidos, con una repercusión inmediata en la “deuda pública” americana, de la que han huido todos los inversores, incluidos los propios estadounidenses. La desconfianza en la “deuda pública” es lo que ha obligado a Donald Trump a esta primera rectificación.

Estamos en la primera fase de la “guerra comercial” que Donald Trump ha desatado y hay mucho camino por delante. Pero de la misma manera que Vladímir Putin se llevó hace tres años la sorpresa de la resistencia de Ucrania, Donald Trump se acaba de llevar esta semana la sorpresa de la resistencia prácticamente universal, pero de manera muy especial, de Canadá y de la Unión Europea. 

La construcción política de Europa a escala continental siempre se ha hecho con enfrentamiento ante desafíos existenciales. Fueron necesarias las revoluciones inglesa y francesa para sustituir el principio de soberanía de origen divino por el principio de soberanía parlamentaria y nacional, que tardaron todo el siglo XIX y la primera década y media del siglo XX para imponerse de manera efectiva en el continente. Fueron necesarias dos guerras mundiales para sustituir el Estado oligárquico por el Estado democrático en la parte occidental del continente europeo con las tres excepciones de Grecia, Portugal y España. Fue necesaria una Guerra Fría para que el principio de legitimación democrática se impusiera en la parte oriental del continente europeo. Y a partir de ese momento se inició la construcción política de la Unión Europea con el Tratado de Maastricht.

Desde su constitución la Unión Europea ha tenido que hacer frente a crisis de notable envergadura: la Gran Recesión de 2008 o la Pandemia de la COVID. Pero no ha sido nunca objeto de una extorsión como la que están protagonizando los Estados Unidos, que pone en cuestión su autonomía para decidir políticamente cómo tiene que dirigirse. 

La Unión Europea es el resultado del avance paulatino y subsiguiente consolidación del principio de legitimación democrática. En todas las fases anteriores dicho avance se ha producido frente a formas políticas antidemocráticas. En este 2025 es la primera vez que dicho avance y consolidación democráticos se ven amenazados por un Estado formalmente democrático, pero que materialmente está dejando de serlo. El desafío al que se enfrenta la Unión Europea es distinto, pero de naturaleza similar al que tuvo que hacer frente en todas las fases anteriores de su proceso constituyente. 

En todas las fases anteriores no estuvo garantizado el éxito de la operación. Se acabó imponiendo el principio de legitimidad democrática, pero pudo no imponerse. Antes de la batalla de Stalingrado no era seguro que la democracia parlamentaria se impondría al nacionalsocialismo. En estos próximos años vamos a comprobar si la Unión Europea es capaz de resistir el desafío existencial que le ha lanzado Estados Unidos o no. 

En esas estamos. Nadie debe llamarse a engaño. En la guerra de los aranceles es la propia supervivencia de la Unión Europea lo que está en juego.

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