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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Europa: contra los inmigrantes subsaharianos, drones y represión

Marcos Roitman

Las noticias no pueden ser más desalentadoras. Un día sí y otro también, los medios de comunicación proyectan imágenes de inmigrantes subsaharianos rescatados de las aguas del Mediterráneo por patrulleras pertenecientes a la Unión Europea. Mujeres embarazadas, madres con bebés en brazos, jóvenes en estado de hipotermia y shock; todos ellos, desorientados y con la mirada perdida, son atendidos por personal militar y la Cruz Roja. Los militares apuntan sus armas, mientras médicos y personal auxiliar visten monos blancos, guantes y mascarillas; los inmigrantes ilegales son considerados una epidemia contagiosa. Los sobrevivientes que han sorteado la muerte son sometidos a interrogatorios, fichados, fotografiados y trasladados a centros de acogida de extranjeros, que más bien parecen campos de confinamiento, donde lo más probable es que sean repatriados. La petición de asilo o refugio político es una lotería.

Las costas de Italia y España se han trasformado en un caladero de muerte. La tragedia toma una dimensión difícil de entender. No hay palabras. La sinrazón se apodera del drama humano convertido en pesadilla. Las agencias y los informativos prefieren relatar lo morboso, aquello que centre la atención del espectador. Los muertos no son noticia. En Palermo -nos anuncia una presentadora vestida a la moda- han sido detenidos quince inmigrantes musulmanes, rescatados en aguas próximas a Sicilia, por tirar al mar a una docena de inmigrantes cristianos. Meses antes, nos asombraban con otra noticia: en las costas de Almería algunos sobrevivientes de pateras declararon haber tirado por la borda a una docena de subsaharianos para evitar zozobrar y haber dado una paliza a otros hasta matarlos.

En abril de este año en Italia, atravesando el canal de Sicilia, han muerto mil personas en solo dos pateras. Son más de cien mil quienes han perdido la vida en esta travesía imposible. Y qué decir de aquellos que caminan hasta llegar a la frontera marroquí con España, esperando tener mejor suerte que sus compatriotas en las pateras. Les espera una realidad poco halagüeña. En Melilla se levanta una valla de espinos, cuchillos de seis metros de altura, perfectamente custodiada en ambos lados por guardias civiles españoles y miembros del ejército marroquí. A sus alrededores se encuentra un excelente campo de golf, donde sus habituales socios contemplan la verja de la vergüenza, mientras lanzan sus pelotitas y se divierten a costa del sufrimiento humano. Al igual que en Gaza, expresan la ignominia y la falta de humanidad de quienes se arrogan la decisión de señalar quiénes son de los suyos y quiénes unos don nadie, sin derecho a la vida. Muros, verjas y vallas se alzan como un mecanismo disuasorio y de poder contra los inmigrantes. Estéril decisión. Cada semana saltan la valla decenas de personas, aunque pocos logran el éxito. Y quienes lo consiguen son detenidos y expulsados en caliente, negándoles el habeas corpus, acusándoles de agresión a la autoridad y entregándoles a las autoridades marroquíes, donde su policía y fuerzas del orden les reciben de manera ejemplar, es decir, con palizas y torturas que en algunos casos les supone perder la vida.

En la memoria reciente, las imágenes captadas por periodistas y video aficionados de guardias civiles disparando a inmigrantes cuando intentaban llegar a la playa. Muchos de ellos se ahogaron y otros desaparecieron sin recibir ayuda. Los responsables directos y quienes autorizaron abrir fuego han sido transformados en héroes de la patria por el ministro del Interior Jorge Fernández Díaz y su homólogo de Defensa, Pedro Morenés. Ambos los elogian. Y los mandos de la Guardia civil esconden pruebas, ocultan grabaciones y culpan a los inmigrantes de ser los agresores. La versión oficial es un insulto a la inteligencia: la guardia civil se defendía de los agresores que les increpaban y amenazaban. ¿Les estarían haciendo aguadillas, mojando sus uniformes o con las manos fuera del agua, en vez de nadar?

En este contexto, desde hace un tiempo las autoridades europeas han descubierto un argumento para justificar la represión, las extradiciones y las matanzas, señalando que actúan en nombre de la libertad y en defensa de la democracia occidental. Mientras recogen los cadáveres en alta mar, le ponen nombre a las operaciones disuasorias: “Mare Nostrum” o la ultimísima “Tritón de Frontex”, criticada por Nicolás Beger, director de la Oficina de Amnistía Internacional ante las Instituciones Europeas, al subrayar que la Unión Europea “sigue más preocupada por proteger sus fronteras que proteger a las personas”.

Hoy, los sesudos representantes de la Unión Europea nos dicen que en las pateras y barcos piratas se encuentran camuflados miembros del Estado Islámico, cuyo objetivo es realizar atentados terroristas en los países de acogida. Preocupados por el cariz del problema, a jefes de Estado, presidentes de gobierno, ministros de exteriores, defensa e interior, es decir, a la inteligencia en pleno se les ocurre una gran idea para enfrentar el problema de la inmigración: aumentar el presupuesto militar destinado a las tareas de control, inteligencia y patrullaje en las aguas del mediterráneo. En esta febril decisión, el primer ministro de Gran Bretaña, David Cameron, ofrece fragatas para abordar los barcos pateras con la condición de desembarcarlos en cualquier país menos en sus costas, no sea que se contaminen de inmigrantes.  

El enemigo -señalan concienzudamente- es un conglomerado de traficantes de personas, mafias pertenecientes al crimen organizado y miembros del Estado Islámico. Para las autoridades europeas la buena voluntad debe dar paso a la férrea decisión de atacar el problema de la inmigración ilegal como parte de una política de defensa estratégica. En esta perspectiva consideran que las autoridades “nativas” en los países de origen deben ser aleccionadas para que vigilen e informen de los barcos piratas que actúan en sus costas, para su posterior bombardeo y de esa manera disuadir el tráfico de inmigrantes. Aquí no se discrimina. Al fin y al cabo da igual un liberiano que un nigeriano, un etíope que un eritreo; en definitiva, son todos negros, no tienen pasaportes y hablan raro. No se les puede dejar entrar a Europa. Son unos muertos de hambre. Si arriesgan la vida son insensatos, con lo que se les debe aplicar la misma receta que las casas reales de España, Gran Bretaña, Holanda, Bélgica y Dinamarca, junto con la pulcra burguesía francesa o la culta clase dominante alemana, practicaron durante siglos. Explotarlos hasta la muerte, primero como esclavos y hoy como países subordinados y dependientes. Nada mejor que extraer sus riquezas naturales a cambio de celebrar un mundial de futbol y mantenerlos en sus lugares de origen, regalándoles camisetas deportivas de sus equipos y jugadores. Deben entender que sus aspiraciones tienen límites y que, salvo casos excepcionales, no son bien recibidos en la cuna de la democracia occidental. Si no lo entienden por las buenas, lo harán -como siempre- por las malas. Palo, azote, cárcel, tortura y muerte. Eso sí, con un coste mínimo, no sea que el presupuesto se les vaya de las manos.

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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

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