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¿Deben los artistas rusos sufrir represalias por la invasión de su presidente?

La soprano Anna Netrebko en foto de archivo. EFE/EPA/YURI KOCHETKOV

Mónica Zas Marcos

3 de marzo de 2022 22:32 h

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“La cultura es el lubricante necesario para introducir a la gente en una nueva guerra”, escribe la poeta británica especializada en Rusia, Sasha Dugdale. En la guerra, la cultura es un campo de batalla como la economía o las telecomunicaciones, y nadie está dispuesto a dejarla de lado. En los últimos días la producción rusa se ha descolgado de Europa. Los festivales han vetado películas y espectáculos y las instituciones han forzado a los artistas, directores de orquesta y cantantes rusos a posicionarse en contra de Putin para seguir trabajando.

El director de cine ruso Vitaly Mansky vive en el exilio y es opositor a su gobierno, pero entiende que Europa extienda las sanciones al conjunto de Rusia. “Creo que las actuales no son suficientes. Y no afectan solo a los artistas, sino que el pueblo ruso lo está perdiendo todo”, reconoció en una entrevista con este diario. Aunque la mayor parte de las medidas están dirigidas a los oligarcas, los actores internacionales han aislado a Rusia y con ello a su población. “Pero debemos sufrirlas y sufrirlas todavía más porque somos responsables”, continuaba el cineasta.

Hay opiniones de todo tipo, desde los que creen que es injusto castigar a los artistas por los actos de su presidente, hasta los propios rusos aceptando las sanciones y cancelando sus proyectos en Rusia. “Este tipo de medidas son de escaso impacto sobre los que las sufren, pero entre los grupos que las promueven son muy efectivas a la hora de sentir que están haciendo algo contra la guerra”, expresa Heriberto Cairo, investigador de geopolítica y relaciones internacionales, y profesor de la Universidad Complutense de Madrid.

Son medidas de escaso impacto, pero muy efectivas para 'sentir' que están haciendo algo contra la guerra

Heriberto Cairo Investigador en geopolítica

“Expulsar de un festival o de una conferencia a alguien por ser ruso es una medida de homogeneización etnicista que dista de responder a los ideales individualistas del liberalismo, que suelen proclamar los que lo asumen”, opina también el autor del ensayo Política y cultura: la tensión de dos lenguajes. Pero así están procediendo muchos países, como Reino Unido o España.

Un ejemplo es el Festival de Mérida, cuya inauguración iba a correr a cargo del Ballet de San Petersburgo hasta que su representante recibió la temida noticia: su compañía ya no participaría en el evento. Tatiana Solovieva desveló al elDiario.es que toda la gira europea que tenía prevista este año ha sido cancelada: “El arte está por encima de cualquier política y todo el que tenga un mínimo de sensibilidad lo sabe”.

La productora afincada en España critica que el director de Mérida además no haya tenido en cuenta que sus bailarines tienen pasaportes “de todo el planeta, no solo el ruso”. Solovieva tiene una visión profundamente prorrusa del conflicto, pero no quiere posicionarse en público. “Que se posicionen los políticos, nosotros trabajamos para el arte y para el bien”, se lamenta.

“Vamos a ver cómo acaba esto, porque se está anulando todo. Los artistas no pueden hacer mucho, entre el COVID, las prohibiciones de viajar y las cancelaciones porque somos rusos. Todo esto nos afecta, pero esperemos que acabe pronto. Tiene que haber una salida diplomática. La guerra nunca soluciona los problemas”, defiende. Y asevera: “Estamos en contra de las guerras y de la pérdida de vidas humanas”.

La moscovita es representante de varias compañías de ballet privadas. “No recibimos ayudas ni del Gobierno de Rusia ni el de España, nos arriesgamos con la taquilla y agradecemos muchísimo que el público venga cada vez más porque saben que lo que hacemos es auténtico”, expresa. Las que dependen del dinero público ruso, como el Ballet Bolshoi, están en una situación aún más delicada.

A la compañía estatal más importante y prestigiosa de Rusia se le están acumulando las cancelaciones en grandes instituciones europeas. El Royal Opera House de Londres anuló hace días una residencia prevista del 26 de julio al 14 de agosto. Reino Unido, Irlanda y Grecia incluso han prohibido que se proyecten los espectáculos grabados de El lago de los cisnes. Mientras sucede esta cascada de cancelaciones, el Teatro Real mantiene sus seis funciones del Ballet Bolshoi para mayo. Aunque la anulación está encima de la mesa.

Que se posicionen los políticos, nosotros trabajamos para el arte y para el bien

Tatiana Solovieva Representante de compañías de ballet ruso

Otros han decidido poner la línea en aquellas producciones que hayan recibido dinero público del Gobierno ruso, como el festival de cine de Glasgow. “Diferente es la cuestión si se pide un posicionamiento respecto a un hecho (la guerra), pero aún así debe de hacerse con precaución para no generar una política binaria de amigos-enemigos que poco aporta a la resolución del conflicto”, opina Heriberto Cairo.

Ese es el matiz que ha incluido el festival de Cannes: “Siempre estaremos al servicio de los artistas y profesionales de la industria que alzan la voz para denunciar la violencia, la represión y las injusticias”, escribieron en la nota de prensa que anunciaba el fin de su colaboración con las delegaciones rusas y los creadores afines a Putin.

La Academia de Cine Europeo ha tomado una decisión más drástica: ha expulsado a todas las películas rusas de los premios de este año, sea cual sea la ideología de sus creadores. “¿Por qué reprimir voces que logran crear, incluso bajo una dictadura? Silenciar a los artistas significa silenciar voces que por naturaleza cuestionan su entorno”, criticaba en Twitter la cineasta iraní Beri Shalmashi.

El punto no menos controvertido de esto es que les obliga a posicionarse políticamente. En estos momentos es la única manera de hilar más fino, aunque algunos no lo ven claro: “No se debe dividir el mundo en buenos (los anti-Putin, pro-occidentales) y malos (todos los demás), porque la realidad no está en blanco y negro, sino en diferentes tonos de grises”, defiende el profesor de la Complutense. Cairo está en contra de cualquier boicot independientemente de la crudeza del conflicto, porque significa que “lo que ha fracasado son las estrategias de paz”.

Silenciar a los artistas significa silenciar voces que por naturaleza cuestionan su entorno

Beri Shalmashi Directora de cine iraní

Pronunciarse y sus riesgos

Detrás de un silencio puede haber varias razones: connivencia o miedo. En el caso de los cineastas Nikita Mikhalkov y Andrey Konchalovsky, ambos profusamente premiados en Europa, se ha interpretado como lo primero. Siempre se han mostrado cercanos a Vladimir Putin y nadie esperaba que se pronunciasen en su contra ahora. Tampoco Valery Gergiev, uno de los directores de orquesta de la Scala de Milán y titular de la Filarmónica de Múnich que ha sido despedido esta semana. La dirección de la Ópera italiana reclamó a Gergiev, “un distanciamiento de la guerra” que nunca se produjo.

El primer artista cancelado en España fue el pianista ruso Denis Matsuev en el Palau de la Música de Barcelona, donde tenía previsto actuar el 5 de marzo. No hay informaciones de que se le exigiese una postura, pero Matsuev fue condecorado por el presidente Putin en 2018 y en 2014 firmó un documento público de apoyo a la invasión de Crimea por parte del ejército ruso.

El caso contrario es el de Anna Netrebko, a quien la afinidad que ha mostrado a lo largo de su carrera con Putin no ha impedido que se manifieste en contra de la guerra. La misma soprano ha cancelado sus espectáculos previstos porque “no es el momento de actuar”. Aún así la Ópera Metropolitan de Nueva York la ha vetado “temporalmente” y sustituido por una cantante ucraniana.

“Que no nos obliguen a decir lo que no queremos decir”, decía la exbailarina de ballet Tatiana Solovieva. En ocasiones el silencio es un escudo a futuras represalias en Rusia, pero a muchos artistas no les ha importado. Un millar de personalidades rusas han firmado una carta condenando la invasión. Otros han ido a mayores y han cerrado museos, dimitido y cancelado sus proyectos en suelo ruso.

Para Vitaly Mansky es una obligación: “Estoy profundamente convencido de que todos los ciudadanos rusos somos cómplices de los crímenes de Putin porque dejamos que sucedan frente a nuestras narices. Y me incluyo más que a nadie”. En opinión del cineasta opositor, “si en Moscú saliesen un millón de personas a la calle, sería el fin de Putin. Pero solo salen unos cuantos”.

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