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'El hoyo': ¿Por qué triunfa ahora en todo el mundo esta película vasca sobre el egoísmo y la lucha de clases?

Fotograma de 'El hoyo', de Galder Gaztelu-Urrutia

Francesc Miró

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Ni su director, Galder Gaztelu-Urrutia, ni sus guionistas David Desola y Pedro Rivero, pudieron predecir el éxito, pero El hoyo (The Platform) se ha convertido en la película más vista de Netflix en la mayoría de países en los que opera el gigante del VOD.

Se carece de datos de visionado oficiales, pues la empresa de la gran N roja no los facilita casi nunca. Y además este éxito deriva de un ránking interno que aparece en la pantalla de inicio de la aplicación de la plataforma, e indica lo más visto en cada país sin aportar justificación del orden.

Sin embargo, el éxito aburmador de El Hoyo se refrenda en otros lugares: el nivel de conversación social que ha generado la película de un tiempo a esta parte deja poco espacio a las dudas, y se ha convertido en la película más popular de bases de datos gigantescas como IMDB, por encima de Contagio de Steven Soderbergh, otra película que ha vivido una segunda vida durante la crisis del coronavirus. 

“Estamos en cuarentena y se consume más contenidos en streaming, pero esto no explica que el filme esté en la primera posición, que haya sido la más vista en la mayoría de los países en los que se ve Netflix, más de 190”, contaba Gaztelu-Urrutia en una entrevista realizada por la Academia de cine.

Estar en el lugar y el momento adecuados

“Cuando el año pasado se estrenó en Toronto, los periodistas de allí me decían que era el mejor momento de la historia para estrenar la película, porque se percibía que las diferencias sociales y el reparto de las riquezas eran más injustas que nunca”, recuerda el realizador en la misma entrevista.

“Yo les decía que siempre es el momento histórico para estrenar una producción como El hoyo, porque las diferencias en el reparto de la riqueza siempre van a más. El año pasado era el mejor momento y ahora es la mejor ocasión para que esté en Netflix, porque la percepción colectiva es que la riqueza y los recursos no se reparten de una manera equitativa”.

Sin embargo, en tiempos de pandemia global y confinamiento, la premisa de El hoyo parece trascender la alegoría para convertirse en un amargo retrato de los tiempos que vivimos.

La cinta nos sitúa en un futuro distópico. El hoyo es un lugar al que van a parar criminales, pero también desamparados y parias de toda clase. Tiene varios pisos y cada uno de ellos es ocupado por dos personas, distribuidas en una construcción de la que se ignoran las dimensiones reales.

Allí se vive en base a unas reglas estrictas, claras pero azarosas: una vez al día, una mesa repleta de comida pasa por todas las plantas durante unos minutos. Los que están en los primeros niveles comen a placer, sin ningún tipo de mesura ni de límite. Pero los que están en niveles inferiores comen sobras, el día que tienen suerte. Además, los huéspedes cambian aleatoriamente de planta cada cierto tiempo.

Un día, un joven llamado Goreng —interpretado por un entregado Ivan Massagué— se despierta en un nivel intermedio, alimentándose de sobras y migas de pan. Entonces empieza a plantearse qué será de él si, al poco, amanece en uno inferior. ¿Cómo sobrevivir a un sistema tan caprichoso y sin poder salir de allí?

Nadie es profeta en su tierra

El hoyo triunfó en el festival de Toronto (Premio del público Midnight Madness) y la última edición del Festival de Sitges (Mejor película, Dirección Novel y Premio del Público). Sin embargo, en la taquilla española no tuvo el éxito que ha vivido fuera de nuestras fronteras.

El fin de semana de su estreno, clave para poder vislumbrar la viabilidad económica de muchos proyectos, la ópera prima de Gaztelu-Urrutia congregó en las salas a 11.694 espectadores consiguiendo una recaudación total de 75.820€. No son malos datos per se, pero tampoco buenos: aquello le daba una discretísima media por copia de 830€. Fue la sexta película española más vista de aquel finde y la decimosexta si tenemos en cuenta estrenos internacionales. 

Es más: cabría añadir que en el acumulado histórico del ICAA de 2019, teniendo en cuenta que se estrenó en noviembre, consiguió 210.051 euros y sumó 36.577 espectadores. Lo que la sitúa, frente a otros estrenos españoles en las mismas fechas, muy por debajo de los 11 millones de euros de la comedia Si yo fuera rico,  o los casi dos millones del thriller Adiós.

Son datos más bien modestos para lo que ha resultado ser un éxito total en el terreno internacional. Puede que las razones se puedan rastrear en la condescendencia que aún pesa sobre el cine de género —ya sea ciencia ficción, terror o fantástico—, que incluso cuando consigue críticas positivas, como es el caso, se valora como decía Foster Wallace como “el tipo de ficción que gustará a las personas a las que les guste este tipo de ficción”. 

O puede que, simplemente, nadie sea profeta en su tierra. Bien lo saben otros realizadores como Oriol Paulo que con su filme Durante la tormenta, consiguió ser la tercera película más vista en China el fin de semana de su estreno, recaudando más en tres días allí que todo el tiempo que estuvo en salas españolas. Aunque claro, también era una película de género.

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