La fantasía para adornar al cine romántico
Carta de una desconocida es una película de 1948 cuya historia está ambientada en 1900. La dirige Max Ophüls, un director alemán adoptado por el Hollywood clásico que tiene unas cuantas obras maestras: ésta de la que hablamos es una de ellas. Un famoso pianista, un seductor, un vividor y un canalla tienen que escapar de la ciudad porque este último ha sido retado a un duelo. En su casa se encuentra la carta de una mujer con la que hace mucho tiempo mantuvo una relación que ya no recuerda, se llama Lisa y para él es una desconocida. Sin embargo, ella nunca ha dejado de estar enamorada de él desde que en su adolescencia se encontraran por primera vez. Carta de una desconocida es un drama romántico muy puro, muy intenso y muy apasionado. La definición de lo que debe ser una película romántica sobre amantes que se encuentran, que se olvidan y que vuelven a encontrarse.
Las películas románticas nos emocionan porque todos hemos amado alguna vez a la par que nos han roto el corazón de la misma manera. La adolescencia suele ser una época torrencial dónde los sentimientos afloran con más violencia y temeridad. Donde no se piensa nada, ya que “el amor de los jóvenes no está en el corazón, sino en los ojos”, como escribía Shakespeare en Romeo y Julieta. Pocas veces en el cine se ha retratado un (primer) amor con tanta vehemencia como en La vida de Adéle. En el filme de Abdellatif Kechiche hay fuego en el sexo, erotismo en un plato de espaguetis, suplicio en cada lágrima que derrama la sensual Adéle Exarchopoulos.
Pero amantes los hay apasionados a todas las edades y en todas las épocas. Desde Juana La Loca, prendada de los encantos Felipe el Hermoso, hasta ese veterano fotógrafo del National Geographic llamado Robert Kincaid que visita el condado de Madison para fotografiar sus puentes y de paso enamorarse perdidamente de esa ama de casa cuya existencia encarna Meryl Streep en Los puentes de Madison. El lirismo que existe en el amor lo forman sus obstáculos, la pasión, las mentiras, el olor, la piel, la saliva, la lealtad, las risas y las batallas ganadas y perdidas entre los amantes. No hace falta nada más, excepto si se le quiere dar a la obra otro potencial más allá del romanticismo, otra lectura que engrandezca la historia aunque haya riesgo de entorpecerla... Por ejemplo un atrezzo fantástico o de ciencia ficción.
Este es el caso de El secreto de Adaline, un drama romántico sobre una mujer que a los 29 años y por accidente adquiere la eterna juventud y que ocho décadas después se enamora hasta los huesos del único hombre que consigue que su misterioso secreto se tambalee. La película, dirigida por Lee Toland Krieger y protagonizada por Blake Lively, Michiel Huisman (Juego de Tronos) y Harrison Ford, pretende embellecer la historia de amor con detalles fantásticos como ya lo han hecho otras películas a lo largo de los años. En ocasiones este truco narrativo hace mejor a la película, otras solo intenta disimular la falta de pasión e interés de la historia de amor.
Amar a través del tiempo
David Fincher puso todo su empeño y talento en narrar con imágenes una historia imposible para el lenguaje cinematográfico, El curioso caso de Benjamin Button. El improbable romance entre una mujer común y un hombre extraordinario llamado Benjamin que nace con ochenta años y rejuvenece con el paso del tiempo. En esta (técnicamente) maravillosa adaptación de la historia de Fitzgerald lo importante es precisamente la fantasía en la que se sostiene el romance. Porque el relato habla de la importancia del tiempo, de cómo lo malgastamos, de las oportunidades que son únicas y de la implacable mortalidad. Y al final todas estas líneas son más importantes que el amor, o como mínimo lo desarrollan como milagro vital.
En El secreto de Adaline es muy distinto, la historia fantástica de la perfecta e inmortal Blake Lively es un aliciente, un conflicto más para evitar lo inevitable, que como siempre es el amor. El personaje de Lively se enfrenta a románticos y devastadores fracasos que por culpa de su secreto tuvieron que ahogarse o romperse irremediablemente. Ella es una estrella fugaz, un astro único en el cosmos como el asteroide que Harrison Ford bautiza con su nombre. Lee Toland Krieger reflexiona sobre las edades del hombre y lo importante de envejecer, aunque añoremos una eternidad que sin duda nunca nos satisfaría.
Porque el amor también se acaba... o no
Técnicamente, el hombre que ama a Adaline ama a una mujer de 110 años. Aunque aparente 29, tiene una mente extremadamente madura que a lo único que no se ha enfrentado a estas alturas es a la muerte. Y la muerte debería ser el final, aunque no lo fuera para Patrick Swayze en Ghost, ese enamorado al que arrancan la felicidad de cuajo cuando le asesinan. El galán se tendrá que quedar en la tierra en forma de fantasma para proteger a su amada, una Demi Moore que no paraba de llorar en toda la película. Este título de Jerry Zucker (Aterriza como puedas o ¡Top Secret!) fue una inyección de amor empalagoso pero irremediablemente entretenido y emocionante que usaba lo sobrenatural para ir más allá, como bien anuncia la coletilla de la traducción en castellano del título. Una película que ejemplifica a través de su villano eso de: “¡Oh amor poderoso!, que a veces hace de una bestia un hombre, y otras de un hombre una bestia”, también de Shakespeare.
En El secreto de Adaline hay una voz en off que simplifica el extraño suceso que provoca la inmortalidad de la protagonista. Un extraño caso propio de filmes de ciencia ficción: lo que le ocurre a Adaline es un hecho científico y biológico probable que será descubierto años después. Mientras, solo es un suceso sobrenatural con el que lidiar. ¿Qué pasará con las historias de amor cuando la humanidad sea consciente de la existencia de una posibilidad de saborear la inmortalidad?
La ciencia ficción y el drama romántico también hacen una bonita y compleja pareja. El romance de Rachael y Deckard en Blade Runner es una elegante reflexión sobre la importancia del tiempo en el amor y su frágil consistencia. La nostalgia inunda este relato y esas lágrimas que se pierden como lágrimas en la lluvia también amargan la historia de otra pareja insólita, la de Theodore y su sistema operativo llamado Samantha. En Her, ambos intentan salvar la distancia entre la carne y lo etéreo, entre la limitada conciencia humana y la insalvable e infinita capacidad de un ser interactivo.