La historia del primer médico en operar con anestesia general (y de las mujeres que lo hicieron posible)
Después de estudiar medicina en Kioto, Hanaoka Seishū (1760-1835) regresó a su Wakayama natal, cerca de Osaka, con una obsesión: superar los hitos de los médicos orientales y llevar a cabo tratamientos que nadie había logrado completar con éxito. A diferencia de la mayoría de sus coetáneos, no se había formado solo en medicina oriental, sino también en las técnicas occidentales (“holandesas”, como se las conocía). La combinación del conocimiento de las plantas medicinales, que aprendió sobre todo del chino Hua Tuo (c. 140-208), gran referente médico del continente asiático, con las prácticas europeas le permitió convertirse en el primer doctor conocido en operar con anestesia general.
Interesarse por el pasado no es exclusivo de nuestro tiempo, y ya en los años sesenta del siglo XX la escritora Sawako Ariyoshi (Wakayama, 1931–Tokio, 1984) quiso contar la historia de este investigador. Ella era una pionera a su vez: se dio a conocer en 1950, primero como autora de teatro y cuentos, para luego centrarse en la novela. Las desigualdades sociales y los conflictos generacionales en un Japón con un pie anclado en las viejas tradiciones y otro que busca modernizarse son la base de su obra. Tras concluir sus estudios en Tokio, viajó mucho y vivió un año en Nueva York, donde comenzó a escribir de forma profesional con artículos, narraciones y guiones.
Murió en la cumbre de su carrera, con una larga trayectoria que la había convertido en una figura clave de las letras japonesas. Siempre prestó especial atención a las mujeres, a su subordinado rol social, un planteamiento que también aplica en su recreación de la vida del médico Hanaoka, apodado Unpei en la novela, titulada Las dos rivales (Seishū no tsuma, 1966) y publicada por primera vez en castellano por Errata naturae, con traducción de Akihiro Yano y Twiggy Hirota, editorial que ya había apostado por ella en 2022 con Las damas de Kimoto (Kinokawa, 1959), una espléndida saga familiar sobre las transformaciones sociales en el paso del siglo XIX al XX, con el foco puesto en las sucesivas generaciones de mujeres.
Suegra y nuera, amigas y enemigas
En lugar de narrar la vida del médico con el usual orden cronológico que parte de la niñez, apuesta por un punto de vista centrado en Kae, una joven de familia acomodada que se convertirá en su esposa. Por aquel entonces, ejercer como doctor de la provincia, como el padre de Unpei y como se espera del chico, carecía de prestigio. Aceptar el matrimonio implica una “rebaja” para Kae, al tener un origen más distinguido, pero ella tiene motivos para dar el sí: por un lado, siempre sintió curiosidad por las visitas del médico, le traían aire fresco; por el otro, desde niña se fijó en la bella Otsugi, su futura suegra, una dama de modales elegantes que contrasta con la rusticidad del entorno.
Es Otsugi quien convence a la familia, arguyendo que un médico necesita una esposa con el tesón y el carácter de Kae, a la que ha estado observando. Esta profesión, como constata la joven, implica a toda la casa, que funciona a su vez de consulta, de escuela para los aprendices… y de laboratorio, aunque esto lo descubrirá más tarde. Cuando llega, su marido aún sigue en Kioto. Kae convive con su familia política, en la que destacan Otsugi y dos cuñadas, que permanecerán solteras, con las que comparte las tareas. Todo fluye, pese a haberse alejado de los suyos; y Kae está dispuesta a aprender de su admirada suegra, que la recibe como a una hija más.
Todo cambia con el regreso del hijo. Con él, aun sin conocerlo, Kae no tiene problemas; es Otsugi quien de pronto deja de ser la suegra maternal para sacar las uñas como madre del heredero, un heredero que no se conforma con seguir los pasos de su padre y está decidido a hacer historia. Otsugi teme que los deberes conyugales lo distraigan de su objetivo, y se entromete entre la pareja. Tampoco permite, a la muerte del patriarca, que Kae tome el relevo como señora del clan. Comienza así una rivalidad, una relación de poder entre suegra y nuera que se extiende a lo largo de las décadas, con momentos álgidos, fina descripción de caracteres e intercambios de rol.
La trastienda del médico
Ariyoshi se adentra en las vicisitudes del doctor desde la mirada de las mujeres que lo conocieron de cerca. Una recreación imaginaria, que consigue lo que se espera de una novela, que no es solo verosimilitud, sino expresar, mediante la ficción, una verdad más honda que la que emanan los simples hechos, una verdad que no habla solo del siglo XIX en ese contexto, sino de pulsiones y afectos atemporales, universales. El punto de vista, además –tercera persona omnisciente centrada en Kae–, aporta la perspectiva de quien se instala en un hogar ajeno y observa al médico –sus ambiciones, sus vergüenzas, sus dudas– desde fuera, dándole matices que no tendría como narrador protagonista.
Unpei persigue una meta: anestesiar del todo al paciente para intervenir en dolencias que en aquel momento no tenían cura. Experimenta con hierbas, campo en el que el venerado Hua Tuo abrió el camino. La influencia de Occidente, esa mayor apertura de miras, resultará clave al integrar conclusiones de ambas ramas; incluso trabajando en solitario, la colaboración de diferentes disciplinas, diferentes investigadores, es crucial. Y habrá otro tema de interés: el cáncer de mama, que a su gravedad sumaba el estigma sobre las enfermas, que por pudor lo ocultaban hasta que ya era intratable. La autora no eligió a Hanaoka por azar como inspiración: con él potenciaba la conciencia feminista.
Héroe para la ciencia, hombre de confianza para los pacientes, patriarca de una familia que se enriquece gracias a su trabajo, buen hermano, maestro inspirador... Unpei es todo eso, pero también lo que no se ve: hacer un descubrimiento científico no es tarea fácil ni rápida, y desde luego acarrea costes. No solo deja en segundo plano lo personal para centrarse en el trabajo y el estudio –algo que la familia asumía con normalidad–, sino que se dedica a experimentar con animales en secreto, y no en las condiciones de hoy. Más de un animalista se llevaría las manos a la cabeza ante determinadas descripciones, pero es innegable que el conocimiento científico se ha nutrido y se nutre de ello.
Los gatos son el primer ensayo; luego vendrán los seres humanos, su prueba de fuego. Y ahí es donde Ariyoshi eleva la tensión, al enfrentar a suegra y nuera por convertirse en la más servicial para Unpei en una investigación que, como tal, es por naturaleza arriesgada. Los manuales de historia recopilan los hallazgos de los inventores, pero no dicen nada de los sacrificios que hubo detrás, ni de la ayuda inestimable de quienes se ofrecieron a colaborar con ellos. Mucho esfuerzo femenino invisible; el de aquí, ficticio y llevado al límite, aunque su aliento resulta real y emocionante, se siente en las entrañas. Las dos rivales se considera la obra maestra de Ariyoshi, y con razón.
Retrato de interiores (femenino)
Más allá de redescubrir la figura de Hanaoka, la novela sobresale como radiografía de la sociedad japonesa del periodo Edo (1603-1868). En concreto, el ámbito doméstico y el espacio, ambiguo y menos estanco de lo que se puede pensar, de las mujeres; un retrato de costumbres brillante con un elenco excepcional. Las protagonistas son astutas y valientes, cada una a su manera: Otsugi, puño de hierro en guante de seda, inteligente y rauda, dominante y orgullosa, a la postre víctima de su propia exigencia; Kae, la recién llegada que se abre paso, callada y observadora, sin la picardía de la edad, pero fuerte y perseverante a su vez. Su evolución, sus conflictos, no defraudan las expectativas.
Como ocurre en muchas novelas, aun siendo las mujeres las oprimidas, en el núcleo de la familia son las que manejan los hilos. No es que al hijo / marido le falte autoridad; es que solo se ocupa de lo importante, esto es, su carrera. Él también es tozudo y avispado, educado, sin ser un déspota para los suyos; Ariyoshi no cae en el cliché del tirano ni en el del pusilánime. En realidad, todos responden con elegancia al papel que se espera de ellos como miembros de un clan reputado, de ahí el mérito aún mayor de penetrar en lo que no dicen, en los silencios, en las pugnas y las complicidades sin estridencias.
Y no solo se trata del trío protagonista: las hermanas solteras del médico son personajes secundarios con entidad, bien desarrollados y con tramas propias que se engarzan con la principal. Enriquecen la radiografía social de la jerarquía femenina más allá de la mujer llamada a ser esposa-madre-patrona, añaden capas por sus delicados vínculos con las dos protagonistas y, quizá lo más relevante, tienen su carisma, no son meras figurantes. Como ya hizo en Las damas de Kimoto, Ariyoshi demuestra ser una narradora soberbia de las dinámicas domésticas y los caracteres femeninos, a lo que incorpora, en Las dos rivales, una fascinante exploración histórica de los albores de la medicina moderna.
Voces de mujer en la narrativa japonesa contemporánea
La primera mitad del siglo XX, en Japón, dio lugar a muchos novelistas excepcionales, entre ellos el premio Nobel de 1968, Yasunari Kawabata, que junto con autores como Junichiro Tanizaki, Natsume Sōseki, Ōgai Mori, Osamu Dazai, Ryūnosuke Akutagawa, Kōbō Abe, Yukio Mishima o el especialista en novela negra Seicho Matsumoto, despertaron el interés de Occidente. Su otro Nobel, Kenzaburō Ōe, en 1994, ya pertenece a la generación de Ariyoshi. De ellas, las mujeres escritoras, se sabe menos; pero las hubo y poco a poco están siendo traducidas al castellano: junto con Ariyoshi, cabe destacar a Fumiko Enchi, Fumiko Hayashi, Yuriko Miyamoto y Jakuchō Setouchi.
Antes de ellas, a finales del siglo XIX, estuvo Ichiyo Higuchi (1872-1896), considerada la primera autora japonesa moderna. Aunque murió muy joven, dejó varias narraciones notables, como las recogidas en Cerezos en la oscuridad (Satori, 2017, trad. Hiroko Hamada y Virginia Meza) y Un día de nieve (Satori, 2019, trad. Rumi Sato). Sus temas giran alrededor de la familia y las mujeres, con realismo y sin renunciar al simbolismo inherente a su cultura. A propósito, si bien cada vez son más las editoriales que apuestan por la recuperación de escritoras como ellas, merece una mención Satori, que desde su fundación, en 2007 se ha consolidado como la referencia de la literatura japonesa en España, con traducciones del original y ediciones que cuidan tanto los aspectos formales como, cuando conviene, el contexto de la obra y las particularidades lingüísticas.
En la actualidad, sobresalen tres nombres: Hiromi Kawakami, Yoko Ogawa y Banana Yoshimoto, que cuentan con el reconocimiento internacional y numerosas traducciones. Entre las que han llegado más tarde (al menos a las librerías españolas), merece la pena tener en cuenta a Yūko Tsushima, Minae Mizumura, Yoko Tawada, Mitsuyo Kakuta, Yukiko Motoya, Sayaka Murata, Kaori Ekuni, Tomoka Shibasaki, Mieko Kawakami o Hiroko Oyamada, entre otras. También hay autoras que han adoptado otra lengua literaria, pero conservan su “alma” japonesa: Aki Shimazaki y Ryoko Sekiguchi, afincadas en Canadá y Francia respectivamente, lo hacen en francés; mientras que Milena Michiko Flasar, nacida en Austria, en alemán.
Así pues, Haruki Murakami no está solo, como no estuvieron solos sus predecesores varones. Títulos como Las dos rivales nos acercan a una realidad menos retratada en la ficción japonesa, con un retrato social más próximo al realismo y la novela psicológica que la evocación lírica y sensual a la que nos tiene acostumbrados la narrativa nipona. Ariyoshi traza un modelo de feminidad que, por su elevada exigencia, se enfrenta a la (auto)destrucción; un asunto con el que las mujeres, pese a los obstáculos superados, siguen lidiando. Y lo hace a través de una historia conmovedora, de valor y de afectos sinuosos, de apegos y de renuncias, de amor y de ambición. Espléndida.
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