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Eastleigh, la barriada de Nairobi donde terminan los refugiados del cuerno de África

La economía informal es el principal sustento económico del barrio de Eastleigh.

Pablo L. Orosa

Eastleigh (Kenia) —

Zahra lleva tanto tiempo aquí, entre las calles abigarradas, sucias, que ya no sabría decir cuál es su verdadero Mogadiscio. Si el que dejó atrás, en Somalia, siendo un niña o este sucedáneo levantado al este de Nairobi en el que han crecido sus tres hijos.

Aquí, en el 'Little Mogadisho' [pequeño Mogadiscio] al que desde los años 90 no han parado de llegar las víctimas de la violencia en Somalia, se habla alto, casi gritando, se come carne de cabra y estofado de camello en el Kilimajaro Food Court y se masca khat con la misma ansiedad que en cualquier puesto del mercado de Bakaara.

Aquí tampoco falta hambre –“lo que nos da Acnur apenas llega para comprar tomates, arroz y maíz”–, pero se muere menos: “Somalia me da miedo”, continúa Zahra. “No podemos volver, mi tía lo intentó hace unos meses y la mataron”.

Eastleigh es hoy el hogar de 200.000 personas de origen somalí. Algunos tienen la nacionalidad keniana, otros son refugiados, otros muchos son migrantes en situación irregular, pero todos han encontrado en la barriada un negocio con el que salir adelante. Zahra tiene un puesto ambulante de venta de mandazi, un pan frito muy habitual en los desayunos. “Con eso y lo que nos da Acnur vamos tirando los cuatro”, asegura.

Los negocios del barrio, según su asociación de comerciantes, la Eastleigh Business Community (EBC), generan un volumen anual de 2,9 billones de chelines (alrededor de 24,5 millones de euros), casi un tercio de todo lo que se factura en Nairobi. Aerolíneas que conectan el Cuerno de África, como East Africa, African Express o Juba Airways, tiene su sede y sus dueños aquí. Compañías de autobuses, como Maslah, Ocean Bus Services o Gataway, ofrecen rutas por toda Kenia y enlaces con los principales campos de refugiados plagados de compatriotas somalíes: Dadaab y Kakuma.

Pero este dinero no se queda aquí. Como otras muchas barriadas, Eastleigh es, sobre todo, un epicentro de la economía informal. De la somalí y de la de una parte de Nairobi. De los hawala, que transfieren el dinero de un país a otro al margen del sistema tradicional de bancos, a los constructores que levantan viviendas informales a ambos lados de Juja Road, la carretera principal que conecta el barrio con el resto de la ciudad. Negocios multimillonarios en los que los habitantes del barrio ejercen mayoritariamente de clientes, pero cuyos beneficios acaban en manos de la diáspora, cada vez más poderosa e influyente en la región.

Esta “juega un papel muy importante, tanto por el envío de remesas como por las inversiones que realizan por toda Somalia”, explica el catedrático en antropología africana de la Universidad de Bristol y autor del libro Diáspora, comercio y confianza: Eastleigh, el “Pequeño Mogadiscio” de Nairobi, Neil Carrier.

Detenciones arbitrarias y redadas

El estrecho vínculo del barrio con un país que se desangra tras veinticinco años de conflicto armado ha puesto en el punto de mira a sus vecinos. Desde que en 2011 las tropas kenianas se desplegaran en Somalia para combatir al grupo terrorista Al Shabab y especialmente desde que el movimiento afiliado a Al Qaeda contestara con un ataque terrorista en Nairobi que dejó 67 muertos, las redadas, las detenciones arbitrarias y ejecuciones extrajudiciales son cada vez más frecuentes.

“Los abusos policiales han ido más allá en las operaciones antiterroristas: los medios locales han estado informado regularmente sobre homicidios y desapariciones de jóvenes en barrios de bajos ingresos sin que se haya rendido cuenta por estos excesos”, señala el investigador de Human Rights Watch, Otsieno Namwaya.

“Muy poca gente en Eastleigh tiene algo que ver con los piratas o con los terroristas”, sostiene Carrier, pero el estereotipo ya ha calado en la sociedad, singularmente tras el estreno en 2015 de Eye in the Sky, un thriller bélico en el que los radicales de Al Shabab se refugian en la barriada.

Desde entonces, la vida de Sadia y Hamamud, seis niños a su cargo cada una –aunque los de esta última son de su hermana, fallecida en Somalia–, es si cabe más complicada. Allí huían de los radicales. Aquí de los excesos de la Policía. Y de los hombres, a veces sus propios maridos, que pagan con ellas su frustración: como el resto de barrios empobrecidos de la capital, Eastleigh es uno de los epicentros de la violencia sexual en Kenia.

Los oromo etíopes, los penúltimos en llegar

Aunque los terrenos pertenecen a una congregación cristiana, la mayoría de las personas aquí son musulmanas. Todas mujeres –y niños–. La ONG Hesed, socia local de la española Farmamundi, ha organizado una jornada de vacunación y asistencia sanitaria primaria. El sarampión, la polio y las enfermedades respiratorias son demasiado frecuentes. Pero el verdadero enemigo es la malaria. Y la desnutrición.

“Mi hija no puede más. Necesita ayuda”, repite Habiba, cuatro hijos a su cargo y dos más que se llevó la guerra en Somalia. Aysha, sentada al fondo del banco, debajo de la ventana, con el velo protegiéndole la garganta, tiene un problema de neurofibromatosis que le impide respirar. Un informe médico del hospital lo avala, “es un caso de emergencia”, pero no hay recursos para tratarla.

El barrio está desbordado. Desde marzo y hasta el nombramiento de Abiy Ahmed como nuevo presidente en Etiopía, alrededor de 10.000 refugiados oromo, etnia a la que pertenece un tercio de los habitantes del país que acarrea a nivel histórico la marginación de la vida política y social, han atravesado la frontera. “Allí han quedado dos de mis hijos. No he vuelto a saber de ellos”, asegura Halimba, demasiado joven para tener siquiera un solo vástago.

A su lado, otra joven de su mismo pueblo muestra las heridas que le dejó la huida de Etiopía. Y el dolor desconsolado de no poder alimentar a sus dos hijos. “Solo tenemos para comer ugali –un plato tradicional a base de harina de almidón– una vez al día”. El pequeño, de seis años, tiene desnutrición. La pequeña, de cuatro, por ahora no.

Los oromo son los penúltimos en llegar. La última oleada procede de Yemen. “Más que 'Little Mogadisho', podrían llamarlo ya 'Little Oromía' o 'Little Saná”, bromea uno de los líderes civiles del barrio. Históricamente, Eastleigh ha sido testimonio arquitectónico de las migraciones en el cuerno de África. De los indios de Goa, que se asentaron junto a la iglesia de Santa Teresa, a la llegada de los kikuyos, la etnia mayoritaria en Kenia, de Kiambu.

“Los sobrenombres con los que se conocía a Eastleigh reflejan la historia de la migración en África Oriental y en Kenia. También los nombres de las calles: en la época colonial era nombres muy británicos que luego se volvieron indios con el tiempo y tras la independencia fueron africanizados”, resume Carrier.

A partir de los 90, llegaron los somalíes. Primero desde Garissa. Después desde Mogadiscio y todo el valle del Shabelle. “¿Volver a Somalia?”, se pregunta Sadia, “yo lo que quiero es ir a América”. Mientras, lo único que les queda es Eastleigh.

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