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La alargada sombra de Óscar Puente

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La ya célebre intervención de Óscar Puente, en el Congreso de los Diputados, el pasado 26 de septiembre, tuvo un par de méritos evidentes: el primero, sacarnos del aburrimiento impuesto por el discurso reiterativo y previsible del supuesto candidato popular a la Presidencia del Gobierno; y el segundo, poner de relieve la necesidad de una buena retórica para defender con eficacia las propias posiciones políticas. Más en concreto, las posiciones políticas de la izquierda gobernante en el contexto de una legislatura que se prevé tempestuosa. Y que se inició con una sesión de investidura irreal, la de Núñez Feijóo, que fue una mezcla de moción de censura al presidente Sánchez y de mitin político, desmantelado finalmente por la réplica del parlamentario socialista, que resultó especialmente contundente y esclarecedora.

Tanto, que quienes más apreciaron sus efectos demoledores fueron precisamente los parlamentarios de la derecha, que se alborotaron notablemente en sus escaños; tal vez porque se vieron retratados en sus propias contradicciones y no les gustó lo que vieron. Y, por eso, después de llamar con toda moderación “cobarde” a gritos al presidente del Gobierno, demonizaron la intervención del parlamentario socialista como propia de un señor faltón y macarra, sin molestarse en criticar ninguno de sus contenidos.

Algunas teclas adecuadas acertó a tocar Óscar Puente para provocar semejante alboroto. Y su mejor acierto estuvo en la precisión de su lenguaje, bastante insólita en un Parlamento aquejado en los últimos tiempos por una crisis literaria cada vez más acentuada. Porque fue el que empleó un discurso muy bien elaborado, con una sintaxis irreprochable, con los adecuados golpes de efecto y con las dosis necesarias de ironía y humor para que el interés del oyente no decayera en ningún momento. Un lenguaje combativo, que, al mismo tiempo, evitó caer en la zafiedad; que molestó sobremanera a quienes contemplaron su radiografía en blanco y negro; y animó en la misma medida a quienes hacía ya tiempo necesitaban oír argumentos con una adecuada musculatura verbal.

No es de extrañar, por tanto, que la intervención del parlamentario socialista dejara entre los suyos un regusto de satisfacción por lo que deja huella y exige una continuidad. La que se necesita para combatir la campaña permanente de agitación y propaganda de una derecha enrabietada por perder el poder y que no encuentra mejor manera de recuperarlo que deslegitimar de raíz la misma existencia del actual Gobierno; y recurrir a un populismo cada vez más faltón y más “tabernario”, como se diría en tiempos. Un populismo que está azuzando la “toma de la calle” por una ciudadanía supuestamente harta de los atropellos de Sánchez. Lo viene haciendo con regularidad desde hace ya mucho tiempo, con el visto bueno de su aparato mediático. Porque hay que fijar la idea de que “la calle rechaza a Sánchez”, como afirmaba recientemente el titular de un periódico “serio”, fijado en los siguientes términos: “Pedro Sánchez se blinda cada vez con más escoltas por el rechazo de la calle”.

Cuando uno escucha -mañana, tarde y noche y ya hasta en sueños- que el actual presidente es un “okupa” al que se le puede faltar al respeto en cualquier momento; o un filoetarra empeñado en destruir España sólo por mantenerse en el poder; que, con él al mando “pronto no habrá españoles” (Ayuso); que nos lleva a un “cambio de régimen”; que conceder una amnistía (que aún no se ha concretado) no sería perdonar a los implicados en el “procés” catalán, “sino pedirles perdón” (¿Cómo se pidió perdón a ETA con la amnistía de 1977?)… Cuando se utilizan los atentados de Hamas y los bombardeos israelíes de Gaza o la propia seguridad del país que de estos hechos se derivan para seguir descalificando al Gobierno sin contención alguna. Cuando el PP no duda en privatizar el Senado, para organizar sus actos de partido y seguir con su campaña de acoso y derribo al Gobierno. Cuando es el propio Tribunal Constitucional el que empieza a ser objeto de sospechas y descalificaciones… Cuando sucede todo esto, se me ocurre pensar que a esta derecha montaraz no se le puede dejar con la última palabra. Que es lo que pretende con ahínco. Y ése es el motivo por lo que se encrespa cuando en determinados momentos -como en el debate de investidura- le sale la criada respondona.

Cuando eso ocurre, cabe concluir que la izquierda está acertando, reproduciendo el famoso dicho: “Ladran, luego cabalgamos”.

La ya célebre intervención de Óscar Puente, en el Congreso de los Diputados, el pasado 26 de septiembre, tuvo un par de méritos evidentes: el primero, sacarnos del aburrimiento impuesto por el discurso reiterativo y previsible del supuesto candidato popular a la Presidencia del Gobierno; y el segundo, poner de relieve la necesidad de una buena retórica para defender con eficacia las propias posiciones políticas. Más en concreto, las posiciones políticas de la izquierda gobernante en el contexto de una legislatura que se prevé tempestuosa. Y que se inició con una sesión de investidura irreal, la de Núñez Feijóo, que fue una mezcla de moción de censura al presidente Sánchez y de mitin político, desmantelado finalmente por la réplica del parlamentario socialista, que resultó especialmente contundente y esclarecedora.

Tanto, que quienes más apreciaron sus efectos demoledores fueron precisamente los parlamentarios de la derecha, que se alborotaron notablemente en sus escaños; tal vez porque se vieron retratados en sus propias contradicciones y no les gustó lo que vieron. Y, por eso, después de llamar con toda moderación “cobarde” a gritos al presidente del Gobierno, demonizaron la intervención del parlamentario socialista como propia de un señor faltón y macarra, sin molestarse en criticar ninguno de sus contenidos.