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Los enemigos de las renovables en Euskadi
Política y energía van de la mano. Por una sencilla razón: porque se trata de un sector muy estratégico y esencial para la vida, tremendamente regulado, que mueve miles de millones de euros a nivel planetario y que se ha convertido en una pieza clave de la geopolítica global.
La entrada de las energías renovables en un tablero de juego aún dominado por los combustibles fósiles afronta numerosas resistencias, tanto políticas como económicas (por motivos más que evidentes).
No es extraño, por lo tanto, que existan plataformas en Euskadi que estén usando todo tipo de “desinformación” para justificar el rechazo a proyectos renovables en el País Vasco. Se trata de plataformas y grupos organizados que no quieren en su territorio parques solares ni eólicos por razones ajenas a la lucha contra el cambio climático, al abaratamiento de precios y a la obtención de soberanía energética.
Así, proliferan bulos como que los paneles solares fotovoltaicos son muy contaminantes (algo totalmente falso, ya que están hechos de silicio, vidrio, cobre, aluminio, plástico y un pequeño porcentaje de plata), que agreden a la biodiversidad (cuando, para su instalación, deben superar severas autorizaciones medioambientales de diferentes administraciones públicas) o que no son reciclables (cuando la construcción de un parque solar conlleva legalmente, precisamente, su reciclaje, al término de su vida útil).
Otro bulo que han puesto en circulación en Euskadi que la energía solar fotovoltaica “inundará” nuestros campos de “mares de placas”. Pues bien, vayamos a los datos científicos: la capacidad solar fotovoltaica instalada en el mundo superó los 1.100 GW en 2022. Pero para 2050, si queremos cumplir con los objetivos de descarbonización, esta capacidad se tendrá que multiplicar, al menos, por diez. Pero, a pesar de esta enorme cantidad de paneles (más de 20.000 millones de paneles) se ocupará una superficie mínima de tierra: menos del 0,3 % de toda la superficie terrestre (sin contar los océanos), compatible, además, con usos agrícolas (es lo que se conoce como la “agrovoltaica”). El uso de suelo en Euskadi será mínimo también.
Las plantas solares fotovoltaicas necesitan, inevitablemente, suelo. Y aunque son silenciosas y no consumen agua, ni emiten gases de ningún tipo, no son invisibles. Sólo por eso algunas organizaciones de la sociedad civil y algunas formaciones políticas, quieren trasladar una visión apocalíptica sobre estas infraestructuras, cuando en realidad, no existe una forma de producir electricidad que sea más inocua, y más sostenible. Todas las formas de producir energía tienen costes de oportunidad, pero los de la energía solar son mínimos en comparación con los beneficios que aportan.
No debemos olvidar que no existe ninguna planta de generación de energía con nulas externalidades. Todas ellas tienen costes de oportunidad y, de entre todas, la solar fotovoltaica es la que menos. Hay que elegir.
Sin lugar a duda, los costes de oportunidad de los parques de energías renovables son muy pequeños en comparación con los beneficios que traen consigo. Beneficios que, lo comprobamos todos los días, se transforman en oportunidades sociales y económicas para aquellas áreas en las que se ubican. La otra opción es continuar comprando los caros y contaminantes gas y petróleo (y seguir dependiendo de ellos).
En cualquier caso, es obvio que los promotores de parques solares fotovoltaicos deben tener en cuenta que solo serán aceptables aquellas plantas determinadas por la sostenibilidad. Ninguna instalación renovable se construye en los territorios forales sin haber superado estrictas y muy exigentes autorizaciones de carácter medioambiental.
Además, también es necesario establecer un diálogo fluido con las comunidades donde se asientan las plantas solares. Porque existe la obligación de obtener las llamadas “licencias sociales”, es decir, construir legitimidad social en el ámbito de las energías limpias. Por una sencilla razón: porque la generación de beneficios tendrá que ser tanto para la sociedad que las acoge como para las empresas que arriesgan su capital desarrollando energías renovables.
La fotovoltaica puede ser un motor de desarrollo rural, ayudando a establecer población en zonas afectadas por el reto demográfico, mediante la creación de empleos locales (directos e indirectos) en las diferentes etapas del ciclo de vida de cada proyecto (desarrollo, construcción, operación y mantenimiento).
A la vez, porque genera riqueza en los municipios cercanos a las plantas (tanto a través del pago de impuestos derivados de su actividad como a través de la reactivación de economías cercanas). Y, finalmente, porque puede proporcionar electricidad muy barata, tanto a las empresas, como a los entornos poblacionales de la zona (mediante la creación de comunidades energéticas, por ejemplo).
Además, la generación de energía solar fotovoltaica encaja perfectamente con la economía circular, basada en un modelo económico que pivota en reducir al mínimo los residuos y promover entornos que sean lo más autosuficientes posible (a través del autoconsumo eléctrico).
Por otra parte, la implementación de este tipo de instalaciones es compatible con otras actividades vinculadas a la economía local preexistente. Es lo que se conoce como “agrovoltaica”, que permite integrar los parques solares con el desarrollo de actividades agrícolas paralelas, ya que la superficie vegetal del emplazamiento no solo no se ve alterada, sino que, incluso, queda más protegida de las inclemencias meteorológicas, como están demostrando proyectos desarrollados por el Instituto Fraunhofer en Alemania o la empresa Powerful Tree, una startup vasca especializada en implantar energía agrovoltaica.
Del mismo modo, las instalaciones fotovoltaicas vascas pueden ser herramientas muy poderosas para preservar los cultivos locales (que, en algunos casos, están seriamente amenazados por la degradación del medio ambiente debido al uso intensivo de fertilizantes y pesticidas), para proveer de “áreas de refugio” orientadas a regenerar la biodiversidad autóctona y salvaguardar las especies polinizadoras, como las abejas (esenciales para la sostenibilidad de la actividad agrícola), alojar cultivos protegidos o desplegar acciones de conservación de la tierra, la fauna y la flora.
Las ventajas son enormes. Pero la realidad es aún poco halagüeña: en 2023 Euskadi sólo tenía instalados 130 MWp de energía solar fotovoltaica. Y la tasa de autoabastecimiento energético seguía estando por debajo del 9 %.
Luchemos, por lo tanto, contra los interesados enemigos de las energías renovables en Euskadi, si realmente queremos construir un País Vasco soberano y energéticamente independiente, comprometido con la lucha contra el cambio climático y con el suministro de electricidad competitiva a familias y a empresas.
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