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El paso por la política es, casi siempre, agridulce

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La vida es agridulce; la política también. Ser designado para ocupar un cargo político es una experiencia que se vive con mucha carga emocional. Sorpresa, nervios, notoriedad, protocolos, confidencialidad, poder. Todo va muy rápido. Son momentos de alegría contenida, que se manifiestan tras una llamada no esperada. El nombramiento, el boato del cargo, las condiciones materiales, los medios de comunicación. Todos parecen ser tus aliados en esos momentos.

¡Cuidado! ¿Sabemos reaccionar bien ante estas situaciones? No siempre. No del todo. El ego sube y las circunstancias lo alimentan. Gestionar adecuadamente estos momentos es difícil, pero es muy necesario e importante.

Y un día -un día inesperado- también llega tu cese. En ocasiones, de sopetón, incluso más rápido que el nombramiento. No se gestionan bien los ceses. Ni personal ni políticamente. No por esperable deja de ser una sorpresa. Casi siempre supone una suerte de golpe bajo para uno mismo, por mucho que se pudiera prever. En no pocas ocasiones, eres casi el último en toparte con la noticia. Los medios la pueden anticipar, porque no hay secreto bien guardado que no se termine conociendo si ya lo saben más de dos personas.

Las filtraciones rompen bruscamente el circuito de información que se pretende salvaguardar. Esto ha pasado con el cambio de candidato a lehendakari a propuesta del PNV. No han podido seguir la hoja de ruta prevista. Y cuando esto sucede, muy a menudo, los acontecimientos se precipitan. Y lo hacen abruptamente, sin control, generando tormentas no deseadas.

He sido consejero en el Gobierno vasco por designación de Iñigo Urkullu. Una llamada inesperada y dos reuniones. El cese fue más abrupto. Una conversación. De pie. Dos minutos pocas horas antes de hacerse pública la composición del nuevo Gobierno. La prensa lo había insinuado días antes. Yo no sabía nada. ¿Esperable? Seguramente. ¿Quién lo propuso? ¿El PNV o el lehendakari? No lo sé. ¿Por qué? Tampoco lo sé. Era independiente, se conformaba un Gobierno de coalición, no lo hice bien, no gozaba de algunas simpatías imprescindibles. Alguna de ellas -o la conjunción de muchas- fueron la causa.

También el lehendakari, Iñigo Urkullu, ha pasado estos días por una situación similar. O mucho más grave si tomamos en consideración su recorrido político y la importancia del cargo. La política es también así. Agridulce. Se pueden mejorar considerablemente estos procesos. Se deben mejorar. Pero el campo resulta estar siempre embarrado, lleno de intereses, intrigas, estrategias que pueden resultar perversas.

Tengo en excelente estima al lehendakari. Trabajador, prudente, serio. Con nuestras limitaciones, aquéllas de las que no nos libramos nadie ante el juicio de los demás. Y más si se es persona pública. Conozco también al nuevo candidato, Imanol Pradales. Alumno mío en la Universidad y en la facultad de la que fui decano. Yo le llamaba Mauri, porque, dada mi afición al ciclismo, le encontraba parecido a Melcior Mauri, entonces afamado ciclista.

Termino con una frase que Arnaldo Otegi ha utilizado al anunciar que no será candidato a lehendakari por EH Bildu: “Rejuvenecer no es regenerar”. Me quedo con la frase. Lo contrario sería edadismo. Ni Urkullu ni Otegi son “demasiado mayores” para ocupar esos puestos.

La vida es agridulce; la política también. Ser designado para ocupar un cargo político es una experiencia que se vive con mucha carga emocional. Sorpresa, nervios, notoriedad, protocolos, confidencialidad, poder. Todo va muy rápido. Son momentos de alegría contenida, que se manifiestan tras una llamada no esperada. El nombramiento, el boato del cargo, las condiciones materiales, los medios de comunicación. Todos parecen ser tus aliados en esos momentos.

¡Cuidado! ¿Sabemos reaccionar bien ante estas situaciones? No siempre. No del todo. El ego sube y las circunstancias lo alimentan. Gestionar adecuadamente estos momentos es difícil, pero es muy necesario e importante.