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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Construyendo el postnacionalismo

José Luis Salgado

Parece que la llegada del verano no ha enfriado los movimientos políticos que promueven el derecho a decidir tanto en Cataluña como en Euskadi. Más bien todo lo contrario, se marcan plazos y se hacen llamamientos para que se plasme en las urnas esas ansias independentistas.

Lo que parece que muy poca gente se plantea es si esa solución, la de multiplicar los Estados-nación dentro de Europa, es realmente lo que necesitamos para solucionar los problemas presentes y los que se nos plantean a corto y medio plazo.

Y es que esos problemas no son precisamente leves. Hablamos de temas complejos como la crisis energética, del cambio climático o de la previsible explosión de la burbuja de la economía especulativa a nivel global. Son problemas muy serios y que trascienden el ámbito estatal a la hora de plantear soluciones efectivas. Por mucho que los nacionalismos planteen que, una vez decidida la secesión en las urnas, las cosas se harán de otra manera, no hay forma de solucionar problemas como el cambio climático o el descenso de la producción de combustibles fósiles y su consiguiente afección en nuestro modo de vida simplemente con un cambio de bandera o de documento de identidad. Son problemas que trascienden esas líneas artificiales con las que nos gusta delimitar territorios y que tan bonitas quedan en los mapas.

Sé que resulta difícil asimilar para muchos que los Estados-nación tengan que desaparecer. Parece que son estructuras intocables y que no existe una alternativa viable como forma de organización de colectivos humanos. Pero la Historia nos demuestra que no es así, que los Estados-nación responden a unas necesidades concretas en un momento determinado: surgen como resultado del asentamiento de la burguesía en lo más alto del estatus social en el momento en el que los combustibles fósiles impulsan la Revolución Industrial que marcará parte del siglo XIX y la totalidad del siglo XX. Incluso cumplieron su función en países que no se situaban dentro de la lógica capitalista, como es el caso del bloque soviético durante la Guerra Fría.

Pero hoy en día, esas estructuras políticas han quedado obsoletas. Las élites económicas de todo el mundo ya operan muy por encima de las restricciones que marcan los estados-nación.

Solamente tenemos que ver lo que está sucediendo estos días en Grecia, donde el Estado griego es incapaz de salvaguardar los intereses y el bienestar mínimo que debe a la ciudadanía que representa. Y todo queda en manos de organismos ajenos a su estructura territorial e incluso ajenos a la estructura superior en la que se haya integrada, la Unión Europea. Lo que está sucediendo en Grecia es la plasmación del fracaso de una Europa basada en Estados-nación, una Europa incapaz de superar los provincianismos que hemos arrastrado durante siglos. En definitiva, supone la plasmación del fracaso de la Europa de las naciones.

Y es que en 2015 es imposible encontrar un Estado-nación de libro: no hay territorios en los que solamente vivan personas con la misma lengua o religión. Y sobre el concepto de raza prefiero ni hablar. Nuestras sociedades son mucho más diversas que lo que pueda englobar un Estado-nación. Hoy en día no podemos hablar de monocultivos ni en materia lingüística ni religiosa, ni étnica. Ni de una conciencia nacional que englobe al 100% de la ciudadanía de un territorio. Por eso patinan las iniciativas independentistas: son incapaces de englobar a una mayoría social plenamente significativa. Lo hemos visto en Quebec, en Escocia y lo percibimos en Cataluña o en Euskadi. ¿No será otra la vía para responder a las necesidades de la sociedad?

Construir una Europa donde los asuntos locales se decidan a nivel local y los grandes temas a nivel europeo no es una quimera. Una Europa donde la prioridad sean las personas, donde los derechos individuales estén por encima de los derechos colectivos, donde no se haga entrar con calzador a quien no lo desea en un estado nacional por nacer o ya existente. Parece que los grandes retos a los que nos enfrentamos requieren nuevas estructuras. Estructuras y modos de gestionar lo público que superen de una vez por todas los obsoletos Estados-nación, que hoy en día plantean más inconvenientes que soluciones y que encorsetan el verdadero derecho a decidir, el que va más allá del sí o el no a un nuevo país dentro de un club de Estados que son incapaces de solucionar los problemas reales de la ciudadanía.

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