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'Del infierno a la eternidad' (Phil Karlson, 1960): víctimas civiles en Saipán durante el Día D del Pacífico

Guillermo Tabernilla

Bilbao —
9 de diciembre de 2023 21:46 h

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La reciente publicación del artículo sobre la película 'Bataan' (Tay Garnett, 1943) en este mismo blog ya nos dio ocasión de comentar como el simbolismo de las cabezas cortadas -tan humillante como cargado de tintes racistas con el que se trató en la Segunda Guerra Mundial (SGM) al soldado nipón que, debido a la brutalidad con la que se desempeñó en el escenario Asia-Pacífico, sería presentado de modo deshumanizado por la propaganda y el cine de Hollywood- se extendió entre los soldados estadounidenses desplegados en aquel inmenso teatro de operaciones, quienes comenzaron a coleccionar los cráneos de sus enemigos, que luego serían enviados a casa como trofeos empleando “los servicios postales de la Marina y el Ejército” (1). Francisco Gracia Alonso señala que esta atroz práctica causaría malestar en el Pentágono, que temía las represalias que los japoneses, al enterarse, podían tomar contra los prisioneros propios, que sobrevivían en sus campos en condiciones ya de por si particularmente difíciles. De hecho, las autoridades de Tokio se sintieron tan sumamente agraviadas que no dudaron en utilizarlo como propaganda para espolear un sentimiento de resistencia a ultranza que llevaría a soldados y civiles a preferir el suicidio a la humillación de ser ultrajados (2).

Tal es así que en 1944, cuando las tornas habían cambiado para los nipones en el Pacífico y los estadounidenses, después de una durísima campaña, llegaron a Saipán se encontraron con un escenario en el que numerosos civiles, víctimas inocentes atrapadas en medio del fuego cruzado y viviendo todo tipo de penalidades, se suicidaban arrojándose desde los acantilados con sus hijos en brazos ante la vista de marines y soldados, calculándose en unos 1.000 quienes así perdieron la vida en una isla en la que existía una importante población japonesa formada por algo más de 20.000 personas, a las que había que sumar unos 4.000 isleños, chamorros y un número indeterminado de trabajadores coreanos. Un horroroso espectáculo que se repetiría de manera amplificada en Okinawa al año siguiente, 1945, donde los soldados nipones llegaron a obligar a su propia gente a ponerse como escudos humanos, amenazando con ejecutar a quienes no cumpliesen sus instrucciones (3). Esta semana en la que nuestro compañero Pedro Oiarzabal ha acudido en representación de la Asociación Sancho de Beurko al Museo de la Paz de la Prefectura de Okinawa para memorializar a seis vascos que fallecieron en la que fue la última gran batalla de la SGM hemos decidido dedicar otras dos entradas de este blog de cine y memoria al Pacífico. En la de hoy hablaremos de la película 'Del infierno a la eternidad' (Phil Karlson, 1960), que trata de la biografía de un marine de origen mexicano llamado Guy Gabaldon que, debido a su dominio del japonés, pudo salvar numerosas vidas de civiles y soldados en Saipán y Tinián

Pero antes nos gustaría hacer referencia a algunos de los hitos de esta batalla relacionados con nuestro proyecto Fighting Basques, ya que Saipán también se vincula con la memoria de nuestra diáspora en un doble sentido, primero hablaremos del real y después del ficticio. El real pasa por los vascos y vascoamericanos que combatieron en el que está considerado el Día D del Pacífico y comenzó poco después que el de Normandía, el 15 de junio de 1944. A ellos dedicamos un artículo en nuestro blog “Ecos de dos guerras” en este mismo periódico. Se trata de un número aún sin concretar del todo en este momento de la investigación, pero que puede estar en torno a los 60 veteranos de las batallas de Saipán, Iwo Jima y Okinawa. La importancia de la isla de Saipán -junto a las de Guam y Tinian, conquistadas a mediados de agosto- para el mando estadounidense estribaba en su interés como base aérea para los bombarderos B-29 “Superfortress” que a partir de su conquista podrían llegar hasta Japón, a 2.100 kilómetros de distancia, en un viaje de ida y vuelta que por fin parecía posible sin tener que sobrevolar la peligrosa cordillera del Himalaya desde China. Las cifras de pérdidas de vidas humanas en tres semanas de lucha son escalofriantes: 3.200 combatientes estadounidenses y 28.000 japoneses a los que hay que sumar 8.000 civiles. Los heridos estadounidenses superaron los 13.000; de los otros no tenemos datos. Entre los fallecidos estaba el marine de la 4ª División Lawrence “Larry” Michael Erburu.

La parte ficticia tiene que ver con el mito del uso del euskera como lengua codificada durante la batalla de Guadalcanal, que deconstruimos hace seis años Pedro Oiarzabal y un servidor en el artículo “El enigma del mito y la historia. Basque code talkers en la Segunda Guerra Mundial” . La realidad es que el Cuerpo de Marines solamente se sirvió de indígenas norteamericanos para esta tarea, especialmente navajos, que se desplegaron por primera vez en operaciones precisamente en Guadalcanal en noviembre de 1942 (4), si bien lo que más conocemos es su desempeño en Saipán debido sobre todo a la película “Windtalkers” (John Woo, 2002), que nos muestra a estos operadores agregados a unidades de reconocimiento de la 4ª División. Y es que el cine de Hollywood tuvo mucho que ver con que se popularizase la gesta de los codificadores navajos, que ya disponían de su propio día (14 de agosto), institucionalizado por el presidente Ronald Reagan en el año 1982.

Sin embargo, bastante menos conocido es el desempeño de cientos de operadores y traductores de origen japonés. Formaban parte de un programa secreto que había comenzado hacia noviembre de 1941, antes incluso del ataque a Pearl Harbor, cuando los primeros 60 comenzaron a ser instruidos en el Presidio de San Francisco (California). La mayoría eran nisei, de segunda generación (nacidos en EEUU), y unos pocos issei, naturales de Japón y emigrados a un país en el que ni unos ni otros habían conseguido ser ciudadanos de pleno derecho. Tras el estallido de la SGM tuvieron que sufrir la humillación de ver como sus familias eran recluidas en campos por el Gobierno federal -en palabras del congresista John Rankin “Once a jap, always a jap” [una vez japonés, siempre japonés] e incluso el teniente general John De Witt, jefe del comando de la costa oeste, consideraba a la raza japonesa como un enemigo- y la escuela de idiomas tuvo que trasladarse a Minnesota, uno de los pocos estados que les toleraba como estudiantes (5). Ninguno de ellos fue admitido en el Cuerpo de Marines y en los últimos años los investigadores estadounidenses apenas han prestado atención a los que sirvieron como traductores con las fuerzas de ocupación a partir de la capitulación del imperio Nipón en agosto de 1945, por lo que aquellos que conminaban a la rendición de los pobres desgraciados aislados sin agua y sin alimentos, heridos y/o enfermos, abocados a un destino fatal en inmundos agujeros y cuevas, solo han tenido a Tomoko Ozawa, profesora de la facultad de Artes de Musashino, como su más importante valedora. La excepción es el autor Jim C. MacNaughton, que ha documentado, entre otras, las historias de Nobuo “Dick” Kishiue, Ben Honda, George Matsui, Tim Ohta, Jack Tanimoto y Hoichi “Bob” Cubo, quienes no solo proporcionaron valiosos servicios en Saipán traduciendo documentos e interrogando prisioneros, sino que también salvaron muchas vidas(6).

Guy “Gabby” Gabaldon no solo no tenía nada que ver con todos estos traductores, ya que no era ningún nisei, sino que su desempeño en Saipán como marine se caracterizaría por su audacia, determinación y desparpajo, cuando no mera inconsciencia, como había aprendido durante su vida en las calles. Nacido en 1926 en Los Ángeles (California) en el seno de una familia mexicana, creció durante la Gran Depresión y comenzó a trabajar limpiando zapatos a los 10 años. Poco después —por motivos que tienen que ver con la marginalidad y el abandono- se trasladó a vivir con los Nakano (llamados Une en la película), donde fue uno más entre los miembros de aquella familia japonesa cuyos hijos ya habían nacido en Estados Unidos. Con ellos aprendió a defenderse con el idioma y se familiarizó con las costumbres y la cultura nipona, pero cuando estalló la SGM fueron recluidos en un campo en Wyoming y el muchacho se quedó de nuevo en las calles a los 15 años. Lyle y Lane Nakano se incorporaron al 442º de Infantería, más conocido por “Regimiento Nisei”, y él intentó alistarse sin éxito debido a su corta edad, por lo que tuvo que esperar hasta 1943 para ser admitido en el Cuerpo de Marines, completando el entrenamiento básico en Camp Pendleton. Fue enviado a Hawái como reemplazo, incorporándose a la sección de inteligencia del 2º Regimiento de la 2ª División poco antes de que su unidad partiese hacia Saipán. Allí se desempeñó como observador/explorador, comenzando a desplazarse en solitario en peligrosas incursiones nocturnas, como le contó a Maggie Rivas-Rodríguez al ser entrevistado para el Voces Oral History Center de la Universidad de Texas Durante una de ellas tuvo la ocurrencia de pedir a dos prisioneros que regresaran hasta unas cuevas situadas más abajo, donde se encontró rodeado de cientos de soldados y civiles japoneses a los que convenció de que se rindieran en la que sería su mayor hazaña, que le valdría la Estrella de Plata, cuando su oficial al mando, el capitán John Schwabe, había pedido para él la Medalla de Honor. Poco después sería herido y trasladado a un hospital de Hawái. Fue apodado “el flautista de Saipán”.

A veces me preguntaba ¿Quien era en realidad el prisionero? —dijo Gabaldon al ser entrevistado para el Proyecto- yo estaba entre cientos de japoneses [que] eran mis prisioneros [y] me habrían convertido en carne de chicano. Habría matado a dos o tres y ese habría sido el final.(7).

La historia de Gabaldon fue conocida por el gran público a raiz de su aparición en 1957 en el programa de televisión “This is your life”. El relato del hombre que consiguió la rendición de más de 1.000 japoneses era tan impresionante que el productor Irving H. Levin y el guionista Bill Doud comenzaron a trabajar en su adaptación para el cine. Tras la muerte de Doud, Ted Shederman se haría cargo del guion, pero aún pasarían dos largos años hasta llegar a un acuerdo con Allied Artists, una productora de bajo presupuesto que se había llamado hasta entonces Monogram y tenía en Phil Karlson a su director fetiche. Karlson, de tendencia izquierdista y marcadamente antirracista, había destacado en pleno Macartismo con películas de cine negro y retrataba de modo realista tanto a héroes -que se oponían al “vigilantismo” que dice Bill Krohn (8)- como a villanos, en la creencia de que “el mal rara vez se eliminaba, solo se detenía temporalmente” (9). Debido a su dominio del medio y al manejo de las escenas de violencia (repentinas y muy explícitas para la época) parecía el candidato perfecto. Vio la película como una representación en tres actos: 1, el internamiento de los japoneses, 2, orgía en Honolulu y 3, suicidio en masa de japoneses,

Su pasión por los avances tecnológicos le hizo volcarse en un rodaje en el que la fotografía correría a cargo de un veterano del talento de Burnett Guffey, que ya había trabajado con John Ford y otros grandes directores y tenía aún reciente su Oscar con “De aquí a la eternidad” (Fred Zinneman, 1953), cuyo parecido con esta, incluso en el título, no deja de sorprendernos. Guffey se puso a cargo de un equipo de múltiples cámaras para filmar una recreación de la batalla de Saipán que se rodaría en parajes naturales de Okinawa, convertida para entonces en una enorme base militar bajo administración estadounidense, por lo que todo eran facilidades. Gracias a George J. Mitchell, mayor del ejército destinado en aquella isla (10), conocemos toda la parte técnica y los problemas que hubo para contrarrestar la intensidad de la luz okinawense. Para las escenas de acción se eligió una cámara de mano como la “Arriflex” de 35 mm que permitió seguir a los actores durante sus movimientos de un modo tan cercano que impidió la posibilidad de doblarlos, por lo que el rodaje fue bastante brusco. Un equipo de camarógrafos japoneses formado por Jumji Nishimura, Toru Ayashi, Iwao Niki y Koji Oshima se incorporó al set y la población local estuvo representada por los 800 extras que fueron contratados al efecto, de los que al menos 25 habían servido como oficiales y suboficiales del ejército imperial. A pesar de todo este esfuerzo, algunas escenas de combate no son hoy lo bastante creíbles, aunque el filme es digno hijo de su tiempo, pues justo es decir que desde “Salvar al soldado Ryan” (Steven Spiellberg, 1998) hay un antes y un después en el cine bélico.

Pero lo que resulta verdaderamente sorprendente es que, teniendo actores de origen hispano en Hollywood, se eligiese para el papel de Gabaldon a un chico blanco, alto, de gran presencia física y bien parecido como Jeffrey Hunter, que a sus 33 años ni siquiera podía pasar por un adolescente. De este modo, la identidad de Gabaldon quedaba diluida racialmente de un modo que no acabamos de comprender. Es muy posible que se buscase el modo de conectar más fácilmente con el estadounidense medio, que podía sentirse más identificado con la historia que se les proponía al ver a uno de los suyos formando parte de una familia nipona (11), ya que tampoco es hispano el actor que le interpretaba de niño (Richard Eyer). Pero, aunque sabemos que Karlson no era racista en absoluto, no deja de ser una flagrante discriminación, aunque es muy posible que se dejase convencer por la versatilidad de Hunter, que ya había interpretado a un mestizo indio en “Centauros del desierto” (John Ford, 1956) y a un nativo californiano en “Siete ciudades de oro” (Robert D. Webb, 1955). En cualquier caso, se trataba de un buen profesional que se dedicaba esforzadamente a componer sus personajes y sufrió más de un revolcón durante el rodaje, si bien encontró dificultades para comprender las motivaciones de Gabaldon para sus actos heroicos.

El californiano se pasó por el rodaje y conoció a los actores, quedando fascinado con Hunter, y es muy posible que se sintiese tan agasajado que pasase por encima todas las libertades que se tomaron los guionistas con unos hechos que marcaron su vida, algunas de las cuales son tan flagrantes y absurdas, de puramente estereotipadas, como la del suicidio del general Iwane Matsui (interpretado por Sessue Hayakawa), que no solo no cometería seppuku o harakiri, sino que sería colgado por crímenes de guerra en 1946 (12). Pero lo peor para Gabaldon vendría después del estreno. A pesar de que la Armada le cambiaría su Estrella de Plata por nada menos que una Navy Cross reconociendo sus méritos, algunos de sus compañeros llegaron a decir que buscaba la gloria y que solamente había rescatado a la mitad de los prisioneros que afirmaba. Sin embargo, él mantendría esta versión en su libro de 1990 “Saipan, suicide island”, donde insistió en que siempre iba solo, generalmente protegido por la oscuridad de la noche, y que cuando comenzó a capturar prisioneros se convirtió en una adicción. Su oficial al mando, el capitán John Schwabe (interpretado por John Larch), zanjaría definitivamente la cuestión respaldando sus afirmaciones de que había capturado a 1.500 japoneses. Opinaba que no se le había concedido la Medalla de Honor por racismo o dudas persistentes sobre cuántas o cuán peligrosas eran las personas.que había capturado (13).

Sin embargo, todo esto queda diluido por la auténtica contribución de la película, que no es otra que limpiar una afrenta al humanizar a los emigrantes japoneses que se habían establecido en EEUU y sus familias, reconociendo no solo la injusticia de haberles internado en campos alejados de la Costa Oeste -siendo la primera vez que se refleja esta realidad de modo explícito en el cine de Hollywwod-, sino su contribución a la llamada generación del sacrificio con la participación de dos de los hijos de la familia Une en el 442º Regimiento de Infantería, formado por nisei, que se convertiría en la unidad más condecorada de la historia militar estadounidense (14). En esta visión es fundamental el papel de la madre adoptiva (interpretada por Tsuru Aoki), que se nos muestra como el alma de una familia trabajadora que mantiene a sus hijos unidos, convirtiéndose en una verdadera inspiración para el joven Guy, quien se manifiesta rotundamente contra tantas vejaciones, como cuando no les admiten en el ejército: “¡Si no os quieren a vosotros a mi tampoco!”. O cuando les internan y él se rebela: “¡Sois americanos!”. A lo que ella responde: “Los americanos no piensan lo mismo!”. El desamparo que muestra el muchacho al verse solo y tener que regresar a las calles es demoledor: “Os veré pronto, ha sido maravilloso vivir con vosotros”. Y ni siquiera la separación, como consecuencia del internamiento, puede evitar la enorme influencia que ella, sin abandonar su estoicismo, ejerce en sus decisiones, como cuando le convence de alistarse: “Un hombre debe creer, debe marcar diferencia”, y le da su bendición para que vaya a la guerra contra los japoneses. Phil Karlson siempre tuvo claro que sus objetivos pasaban por memorializar a la población nisei, como dijo al ser entrevistado en 1973:

Es una de las películas más importantes que jamás haya hecho porque era la verdadera historia de los Nisei, lo que sucedió en este país. Pero Allied Artists, incluso en ese momento, la veía como una gran historia de guerra que se podía hacer por un precio. No tenían (ni) idea de lo que estaba haciendo (15).

La película se estrenó en Nueva Orleans, Los Ángeles y Jacksonville el 28 de julio de 1960 y fue un éxito de taquilla. Karlson sabía perfectamente de lo que hablaba porque la crítica se centró más en lo bélico y no vio lo que se le proponía. Tampoco la comunidad japonesa-estadounidense, quizás llevada de ese estoicismo, se dio por aludida especialmente y hubo incluso medios como Pacific Citizen que ni siquiera publicaron una reseña (16). En este sentido, una de las críticas más significativas que hemos leído hacía referencia a la aparente inconexión entre sus diferentes partes, que no fueron bien comprendidas: “las escenas de batalla... tienen una sensación de inmediatez que es bastante rara en una película de guerra. La actuación de Hunter es bastante creíble... pero han arrastrado una escena ridícula con un general japonés... y una secuencia de sexo con tres tías en Hawái que es de mal gusto a la vez que larga. Son estas escenas las que restan valor a la película” (17). Para nosotros, en cambio, los tres actos en que Karlson divide a la película tienen en su protagonista a su hilo conductor y describen no solo la madurez del personaje, que pasa de niño a hombre forzado por las circunstancias, sino el verdadero drama de los japoneses, que pasan de víctimas (la familia Une), a victimarios (los soldados que matan al sargento Bill Hazen [David Janssen], dando paso a otro hombre, el del guerrero solitario Gabaldon que busca venganza y no hace prisioneros), para finalizar convertidos de nuevo en víctimas a los que salvar de una muerte cierta y redimirse.

La escena del striptease con sus frases vulgares y de mal gusto -que fue seriamente cuestionada por el órgano censor de la industria o PCA [Production Code Administration]- se nos presenta como una suerte de rito iniciático de carácter sexual para un jovencito de 17-18 años, la edad que tenía Gabaldon entonces, aunque no resulte del todo creíble al estar interpretado por un hombretón como Hunter. Por lo demás, la situación se ajustaba a la realidad totalmente. La combinación de Bebida y prostitutas en Honolulu nos lleva a un escenario que el gran público ya conocía bien desde el estreno de “De aquí a la eternidad” en 1953. Sin embargo, aquellas chicas a las que cortejaban Robert E. Lee Prewitt (Montogomery Clifft) y Angelo Maggio (Frank Sinatra) no se insinuaban tan claramente ni se desnudaban ante los soldados. Cosas del cine, ya que la novela de James Jones dejaba muy claro a que se dedicaban. A Hollywood le daba lo mismo hacer un roto a un best seller que a alguien como Gabaldon. El que pone los dineros manda.

La reciente publicación del artículo sobre la película 'Bataan' (Tay Garnett, 1943) en este mismo blog ya nos dio ocasión de comentar como el simbolismo de las cabezas cortadas -tan humillante como cargado de tintes racistas con el que se trató en la Segunda Guerra Mundial (SGM) al soldado nipón que, debido a la brutalidad con la que se desempeñó en el escenario Asia-Pacífico, sería presentado de modo deshumanizado por la propaganda y el cine de Hollywood- se extendió entre los soldados estadounidenses desplegados en aquel inmenso teatro de operaciones, quienes comenzaron a coleccionar los cráneos de sus enemigos, que luego serían enviados a casa como trofeos empleando “los servicios postales de la Marina y el Ejército” (1). Francisco Gracia Alonso señala que esta atroz práctica causaría malestar en el Pentágono, que temía las represalias que los japoneses, al enterarse, podían tomar contra los prisioneros propios, que sobrevivían en sus campos en condiciones ya de por si particularmente difíciles. De hecho, las autoridades de Tokio se sintieron tan sumamente agraviadas que no dudaron en utilizarlo como propaganda para espolear un sentimiento de resistencia a ultranza que llevaría a soldados y civiles a preferir el suicidio a la humillación de ser ultrajados (2).

Tal es así que en 1944, cuando las tornas habían cambiado para los nipones en el Pacífico y los estadounidenses, después de una durísima campaña, llegaron a Saipán se encontraron con un escenario en el que numerosos civiles, víctimas inocentes atrapadas en medio del fuego cruzado y viviendo todo tipo de penalidades, se suicidaban arrojándose desde los acantilados con sus hijos en brazos ante la vista de marines y soldados, calculándose en unos 1.000 quienes así perdieron la vida en una isla en la que existía una importante población japonesa formada por algo más de 20.000 personas, a las que había que sumar unos 4.000 isleños, chamorros y un número indeterminado de trabajadores coreanos. Un horroroso espectáculo que se repetiría de manera amplificada en Okinawa al año siguiente, 1945, donde los soldados nipones llegaron a obligar a su propia gente a ponerse como escudos humanos, amenazando con ejecutar a quienes no cumpliesen sus instrucciones (3). Esta semana en la que nuestro compañero Pedro Oiarzabal ha acudido en representación de la Asociación Sancho de Beurko al Museo de la Paz de la Prefectura de Okinawa para memorializar a seis vascos que fallecieron en la que fue la última gran batalla de la SGM hemos decidido dedicar otras dos entradas de este blog de cine y memoria al Pacífico. En la de hoy hablaremos de la película 'Del infierno a la eternidad' (Phil Karlson, 1960), que trata de la biografía de un marine de origen mexicano llamado Guy Gabaldon que, debido a su dominio del japonés, pudo salvar numerosas vidas de civiles y soldados en Saipán y Tinián