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La 'Garbo de los cielos': el misterio de la pionera del aire enterrada en una fosa común

Jean Batten, en el aeropuerto de Rongotai (Nueva Zelanda)

Esther Ballesteros

Mallorca —
24 de agosto de 2023 22:17 h

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Surcó los cielos en busca de nuevas metas, se convirtió en los años treinta del pasado siglo en la primera persona en volar entre Inglaterra y Nueva Zelanda y acabaría enterrada, junto a sus proezas en el aire, en una fosa común del cementerio de Palma. La historia de Jean Batten es la de una mujer que se enfrentó innumerables escollos -entre ellos, la negativa de su padre a que se dedicara a la aviación- para hacerse un hueco en la aeronáutica y pulverizar un récord tras otro. Era la 'Greta Garbo de los cielos', como se la llegó a conocer. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial frenó en seco su carrera y, tras viajar por el mundo, se aisló en Mallorca y fue injustamente olvidada por la historia.

La visión de un hidroavión cuando apenas era una niña la marcó para siempre. “El pequeño hidroavión surcaría el agua arrojando una cortina de espuma y se elevaría como un ave marina hacia el cielo azul. En los momentos en que miraba embelesada, el avión giró para volar de regreso y rodeó la bahía con la luz del sol brillando en sus alas plateadas. Experimenté tal oleada de júbilo que sentí un fuerte anhelo de estar ahí arriba”, contaría mucho después en sus memorias.

Su madre, Ellen, era una actriz con profundas convicciones feministas. Con su firme apoyo, y tras trasladarse junto a su familia a Auckland (Nueva Zelanda), Batten comenzó a asistir a numerosas exhibiciones aéreas e incluso participaría en un vuelo junto al pionero australiano Charles Kingsford Smith, una experiencia que, definitivamente, la conduciría a querer convertirse en aviadora, inspirada además por la travesía en solitario y sin escalas que había protagonizado Charles Lindbergh a través del Océano Atlántico.

A pesar de la oposición paterna, Batten se marcharía finalmente con su madre a Inglaterra para unirse al Club de Aviación de Londres. Allí llevó a cabo en 1930 su primer vuelo en solitario y, tras completar las cien horas de vuelo necesarias con el apoyo de otro piloto neozelandés, Fred Truman, obtuvo la licencia para pilotar vuelos privados y comerciales. Su primera avioneta fue un biplaza Havilland DH.60 Moth.

Pero Batten quiso ir más allá. Era la época de las grandes gestas y los primeros vuelos de larga distancia en solitario y la joven no lo dudó cuando en 1932 la también australiana Amy Johnson recorrió 17.600 kilómetros desde Inglaterra hasta Australia a bordo de un De Havilland. Jean, introvertida pero decidida, quiso superar la proeza y se lanzó a los cielos. Los contratiempos que sufrió en sus primeros intentos -en abril de 1933 una tormenta de arena la obligó a aterrizar de emergencia en Karachi (Pakistán) y, al año siguiente, se quedó sin combustible en las proximidades de Roma- no la amedrentaron y en mayo de 1934 cumplía su objetivo: con una travesía de 14 días y 22 horas, logró batir la plusmarca de Johnson con cuatro días de diferencia. En septiembre regresaría a Inglaterra en la misma avioneta, alzándose así en la primera mujer que realizó ida y vuelta en semejantes condiciones.

A pesar de la oposición paterna, Batten se marcharía con su madre a Inglaterra para unirse al Club de Aviación de Londres. Allí voló por primera vez en solitario y obtuvo la licencia para pilotar vuelos privados y comerciales

Acompañada de su gato, Buddy

Jean se embarcó a partir de entonces en extensas giras por Australia y Nueva Zelanda en las que siempre viajó acompañada por su gato, Buddy, que le habían regalado para que le diera suerte.

Tal como relata en su autobiografía, con el dinero obtenido adquirió en 1935 un monoplaza Percival Gull Six y, de nuevo, se lanzó a conquistar nuevos objetivos. Con la nueva aeronave, protagonizó el primer viaje de Inglaterra a Brasil a través del Atlántico Sur. Tal fue el recibimiento en el país sudamericano que, a su llegada, Jean obtuvo la Orden de la Cruz del Sur y se convertía, también, en la primera persona que recibía tal distinción sin pertenecer a una Casa Real. Una nueva gesta a la que, sin embargo, continuaría una más, la que la catapultaría a la cima de la aviación.

La gran gesta

En octubre de 1936, provista tan sólo de una brújula, unos arrugados mapas y un reloj, con las inclemencias del tiempo en contra y sin apenas haber dormido durante la travesía, Batten completaría su primer viaje en solitario desde Inglaterra hasta Nueva Zelanda en once días y 44 minutos. Una multitud de 6.000 personas aguardaban su llegada.

“Todo estaba lleno de gente y cientos de coches se encontraban estacionados en largas filas. Aflojé el acelerador y me deslicé hasta un rellano y las ruedas del Gull se posaron sobre la superficie. Sentí un gran resplandor de placer y orgullo”, contó la propia Jean en sus memorias. En ellas recuerda cómo en “el tiempo más rápido de la historia” pudo recorrer las 14.000 millas que la separaban de Inglaterra, “el corazón del Imperio”, con la ciudad de Auckland. “Con este vuelo cumplí mi última ambición”, declaraba. Los habitantes maoríes de Rotorua le otorgaron el título de Hine-o-te-Rangi ('Hija de los cielos').

Tras el trayecto, Jean pasó gran parte de noviembre descansando en el glaciar Franz Josef. En 1937 completó su último vuelo de larga distancia, de Australia a Inglaterra, y, poco después, el estallido de la Segunda Guerra Mundial truncó sus deseos de seguir volando. A partir de ese momento, Batten se dedicó a viajar por el mundo junto a su madre hasta la muerte de esta última en Tenerife en 1966, y ya nunca regresaría a la aviación.

Provista tan sólo de una brújula, unos arrugados mapas y un reloj, y sin apenas haber dormido durante la travesía, Batten completaría su primer viaje en solitario desde Inglaterra hasta Nueva Zelanda en once días y 44 minutos

Cada vez más celosa de su vida privada, la aviadora desapareció del ámbito público y en 1982 se estableció en Mallorca, donde quería vivir el resto de su vida. En una carta fechada el 8 de noviembre de ese año, Jean informó a su editor de su nueva dirección y esa fue la última vez que se supo de ella más allá de las pocas personas que en la isla tenían contacto con ella. La siguiente ocasión en que trascendió su nombre fue en septiembre de 1987, cuando se supo que había fallecido el 22 de noviembre de 1982: había sido mordida por un perro y, tras negarse a recibir tratamiento, murió como consecuencia de un absceso pulmonar. Debido a que nadie la reclamó, el 22 de enero de 1983 fue enterrada en la fosa común del cementerio de Palma, donde una placa recuerda su nombre.

A diferencia de la aviadora estadounidense Amelia Earhart, cuya desaparición a varias millas de la isla Howland, en el Pacífico Sur, dio pie a innumerables rastreos e investigaciones, la ausencia de Jean Batten de las páginas de la aviación no generó el interés suficiente hasta finales de los años ochenta, cuando se rodó una película documental sobre su vida y el documentalista Ian Mackersey publicó la primera biografía de la aviadora.

El pasado 22 de noviembre el Sindicato Español de Pilotos de Líneas Aéreas (Sepla) rindió homenaje a Batten por el 40 aniversario de su muerte. Sobre su lápida conmemorativa depositaron 40 rosas. Y también hubo palabras de recuerdo, como las que pronunció el escritor y administrador gerente de la Fundación Infante de Orleans, Darío Pozo: “Jean Batten fue una de las aviadoras más importantes de su generación. Un puñado de mujeres que, en los años 20 y 30 del siglo XX, se lanzaron a la aventura, compitiendo entre ellas y con sus compañeros varones para demostrar lo que los aviones podían conseguir y alcanzar tanto fama como riqueza por el camino. De todas ellas, Jean fue probablemente la mejor”.

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