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Masificación en Mallorca: “Ya no puedo ni vivir en mi isla”

Turistas en el cabo de Formentor.

Martí Gelabert

Pollença (Mallorca) —
16 de agosto de 2022 22:10 h

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Mallorca, agosto de 2022. Después de una pandemia que azotó de lleno a la movilidad turística durante dos años, el sector recupera su aliento. Y las Balears lo notan. Las cifras de pasajeros hablan por sí solas: se vuelve –y en algún fin de semana ya se supera– al número de operaciones en los aeropuertos de las islas. Hay que sumarle los cruceros, que en algunas ocasiones llegan a coincidir hasta cuatro en el puerto de Palma, y el resto de tránsito marítimo.

La presión humana sobre la isla ya se nota. Y aunque los últimos datos del índice de presión humana son de mayo, el aumento respecto al año pasado ya es evidente: 1,2 millones de personas en mayo de 2020 en Balears –pico máximo–, por los 1,7 millones del mayo pasado. Teniendo en cuenta que se alcanzan cifras de 2019, no sería de extrañar que se llegue al pico máximo de personas que hubo en Balears ese año: dos millones, el doble de la población residente.

Ahora, de nuevo, los principales enclaves turísticos se llenan de gente. Algunos residentes se quejan: “Ya no puedo ni vivir en mi isla. No se puede hacer nada”. Menos aún, visitar estos parajes. La saturación, la mayoría coincide, es un hecho. Es por este motivo que las administraciones, en algunos casos, han tenido que poner medidas para estabilizar el flujo de personas y turismos. Es el caso del acceso al Far de Formentor. Un año más, y desde el pasado 23 de junio hasta el próximo 15 de septiembre, la circulación hasta el faro está restringida al tráfico de 10 h a 22.30 h. Los vehículos no pueden circular por los 17,6 kilómetros que unen el Puerto de Pollença con el faro. 

Pero las medidas aún no parecen ser del todo efectivas. Los vehículos necesitan una autorización según el tramo que recorren, pero el Consistorio reconoce que “faltan medios”. Según la regidora de Turismo, Administración electrónica, Policía y Medio Ambiente del Ajuntament de Pollença, Maria Buades, desde que se pusieron en marcha un par de años atrás las limitaciones “hay menos afluencia”, aunque no se atreve a hacer valoraciones hasta que no pueda compararlo con datos fiables que, dice, aún no tiene. 

La carretera estrecha que une el Port con el faro sigue con movimiento de coches. La mayoría, turistas que no ven la señal que indica la prohibición de paso. Subiendo la ruta con el bus TIB, el medio alternativo y público para subir –que no va muy lleno–, en una tarde de agosto uno se puede encontrar más de sesenta coches que bajan en un espacio de, solo, 50 minutos. ¿Tienen autorización? El conductor de este autobús lo tiene claro: “Qué va, si son turistas. Suben, aparcan mal, y la Guardia Civil no viene a decir nada. Les compensa más poner las multas. Es increíble”. Y es que hasta el mirador des Colomer, la primera parada, hay bastantes vehículos. Incluso el Ajuntament, en declaraciones a elDiario.es, reconoce que no sabe si todos estos que pasan están autorizados.

Según publicó el diario Última Hora, más de 16.000 conductores han sido multados este verano por no tener autorización. Son multas de hasta 200 euros. Aun así, esquivarlas es más sencillo de lo que cabría esperar: si no se cuenta con autorización, los conductores disponen de hasta tres días para justificar su trayecto. ¿Cómo? Presentando, sencillamente, el ticket de una consumición del chiringuito, por ejemplo, o de haber usado algún servicio de la playa, enclave donde a partir de ese momento una barrera limita ya el tráfico.

De hecho, antes no hay ningún método de control, más que una señal en catalán, castellano e inglés. El Consistorio explica que ellos pusieron encima de la mesa la necesidad de poner un control de acceso desde el primer tramo de la carretera. Pero ahora es a Tráfico y a Carreteras a quien compete hacerlo realidad, si quieren. “Es cierto que muchos turistas desconocen la norma”, señala Buades.

Masificación de coches al atardecer

En Es Colomer hay guiris que quieren ver el mar y la puesta de sol, algún residente en busca de la foto para Instagram, y adolescentes que se preparan para grabar un TikTok. Alguno se salta las normas para tener la mejor foto y traspasa la barrera que limita con el acantilado para subirse encima de unas piedras al borde de éste. Tampoco faltan los drones a la cita.

Por otro lado, con el chiringuito en el inicio del recorrido, coches y más coches, que a medida que se va acercando la hora del atardecer se aglutinan en el lugar. Aparcan donde no está permitido: si justifican su estancia con un ticket del chiringuito y la Guardia Civil no les pilla in situ, se librarán de la multa. La mayoría con matrícula nueva y etiqueta rent a car. Incluso el autobús tiene problemas para maniobrar debido al caos que generan. Sobre la repisa, unos turistas han traído una botella de cava y unas patatas. Brindan por el espectáculo natural que presencian. 

Pasado Es Colomer, en la playa, el parking también está lleno. Quien lo use, pagando, puede acceder con el coche. Así que esta es otra manera de esquivar esa limitación de tránsito ideada por las administraciones. Es el segundo enclave de esta ruta de 17 kilómetros y muchas curvas que más se masifica. En la arena, si no se llega pronto, hay pocos espacios donde dejar la toalla, otra vez al borde del límite.

Pero a partir de las barreras y hasta el acceso al faro, la cosa cambia. Los coches ya sí que no pueden transitar, porque el paso les es impedido sin autorización clara: solo la pueden obtener residentes de las pocas fincas que hay por la zona, así como trabajadores. Allí, el bus puede seguir su recorrido de manera más cómoda, ya solo compartiendo ruta con algunos ciclistas. En el faro, la imagen de saturación es solo intermitente, y lo cierto es que no hay tanta gente. Los turistas se bajan del bus, aprovechan para hacerse una foto en el espacio del mirador, todos a la vez, y después suben a los pies del faro a tomar algo en el bar. Minutos después de este procedimiento, las vistas quedan solitarias, una imagen que impacta en un agosto de Mallorca de –casi– récords turísticos. 

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