La rebelión de las recogedoras de aceituna en la meca del turismo masivo

Esther Ballesteros

Mallorca —
3 de agosto de 2022 22:14 h

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1932. En el municipio mallorquín de Calvià, los bajos salarios, la degradada situación económica y la latifundista y desigual estructura de la propiedad hacen mella en los payeses que trabajan en el campo y, sobre todo, en las mujeres, que, ante la insuficiente remuneración obtenida por los hombres para cubrir los gastos básicos familiares, se ven abocadas a la realización de labores sin cualificación, bajo condiciones extremas, a cambio de un sueldo miserable. En pleno invierno y con tan solo una sencilla bata, las 'collidores' (recogedoras) de aceitunas se parten la espalda para hacer acopio, una a una, de las olivas que se desparraman por cada oquedad de la tierra helada. Un fuerte sentimiento de clase, sin embargo, ya ha comenzado a anidar entre todos ellos.

Calvià, en la actualidad principal núcleo turístico de Mallorca (aglutina hasta el 21% de establecimientos hoteleros de la isla) y popularizado en los noventa como el municipio más rico de España, fue un territorio inmerso en la pobreza antes de que el 'boom' del turismo barriera con su irrupción cualquier vestigio del pasado. El territorio, eminentemente agrario, se hallaba en manos de pequeños propietarios que vivían en Palma y delegaban la gestión de sus propiedades a los amos de las 'possessions', grandes fincas dedicadas a la explotación agrícola y ganadera que, desde la Edad Media, definieron la vida rural de Mallorca, ajena a los avances de la industrialización que entonces arreciaban en el resto de Europa.

Una realidad que acabaría finalmente, en las últimas décadas del siglo XX, devorada por los hoteles de lujo, los puertos deportivos, los campos de golf y las academias de tenis fruto de un proceso urbanizador que, a lo largo de toda la costa 'calvianera', daría sus primeros pasos en los años veinte y treinta allá donde no había más que construcciones militares.

Pero antes de que todo ello ocurriera, la población de Calvià, que no llegaba a las 2.700 personas -hoy se eleva a las 51.000 fruto de la explosión demográfica del último medio siglo- subsistía en la miseria fruto de unos ínfimos salarios, hacinada en las 'possessions' y sumida en pésimas condiciones higiénicas y sanitarias. “Sus amos se habían convertido en auténticos caciques. Tenían la potestad de decidir absolutamente todo lo que pasaba allí, a quién contrataban, a quién no y bajo qué condiciones, echando mano de la parte más frágil, las mujeres y los niños, porque son los que tenían unos sueldos más baratos”, explica el investigador Manel Suárez Salvà, uno de los mayores conocedores de la realidad y la historia de Calvià.

Tal como explica a elDiario.es, muchos de estos amos “intervenían en política, todos ellos en partidos de la derecha”. “Y, además, intentaban orientar el sentido del voto de sus trabajadores. El amo era la autoridad absoluta en el territorio que ocupaba el ámbito de su trabajo”, señala.

Los amos fueron auténticos caciques. Echaron mano de la parte más frágil, las mujeres y los niños, porque tenían unos sueldos baratos. Además, intervenían en partidos de la derecha e intentaban orientar el sentido del voto de sus trabajadores

La situación era tal que acabó derivando en importantes olas migratorias hacia Cuba, Uruguay, Argentina y Francia, entre otros países que se convirtieron en destino de quienes buscaban un futuro mejor. Para cuando regresaron, lo hicieron impregnados de una nueva forma de concebir la sociedad y de gestionar el compromiso político que acabaría transformando la configuración social del municipio.

“Habían estado en sociedades más avanzadas y, entre otras cosas, habían descubierto los regímenes republicanos y habían entrado en contacto con partidos políticos de izquierda, impregnándose de sus ideas socialistas”, comenta Suárez, autor de obras como El moviment obrer a Calvià (1923-1936), La vaga de les collidores d'oliva de Calvià el 1932 y La història silenciada. Calvià i es Capdellà, 1936, todas ellas editadas por Lleonard Muntaner.

No en vano, la nueva mentalidad favoreció un importante desarrollo político a partir de 1923 que propició, además, significativas e importantes aportaciones a la historia sindical de Mallorca. El contraste con la realidad actual de Calvià llevó a Suárez a indagar en la historia de su pueblo: “Quise reivindicar un pasado del que nos pudiéramos sentir orgullosos y evitar con ello que cayera en el olvido”, señala el investigador, volcado en las últimas décadas en recuperar testimonios de la represión franquista y miembro de la Asociación Memoria de Mallorca.

Las mujeres comienzan a participar en asambleas

Como recuerda, los nuevos tiempos fueron testigos de la creación de varias sociedades de socorros mutuos, que, como antiguos precedentes de la Seguridad Social, se encargaron de la prestación de subsidios y atención sanitaria: La Unión (1869), La Independencia (1870) y La Protección (1869), cuyos estatutos hacen referencia, por primera vez, al papel activo de las mujeres en los movimientos sociales del pueblo. Más adelante llegaron la Unión Obrera de Calvià y la Federación Obrera Calvianense. Aunque lejos de los puestos relevantes y sin presencia en órganos directivos, las mujeres comenzaron a asistir a sus asambleas y a empaparse de las ideas que comenzaban a cuajar entre los trabajadores.

“Nos encontramos ante una sociedad muy organizada a escala sindical y política, con un fuerte sentimiento de clase, donde las mujeres encuentran su papel y lo comienzan a interpretar activamente”, señala Suárez en el reciente trabajo Dones, treball i moviment obrer, coordinado por el investigador David Ginard y editado por Documenta Balear. Tales circunstancias explican, entre otros hechos, la evolución electoral en el municipio: los comicios de 1931 tuvieron que volver a convocarse tras un 'pucherazo' que benefició a los candidatos monárquicos, lo que llevó a una repetición tras la cual todos los concejales elegidos fueron socialistas. La huelga de las 'collidores' de aceitunas en 1932, liderada exclusivamente por mujeres, y la de las ocho horas, en 1936, en la que ellas comenzaron a desplegar un papel decisivo, sobre todo en los aspectos organizativos, marcaron toda esa década.

27,20 pesetas semanales para cubrir los gastos básicos

El incremento de los precios, entre 1914 y 1936, del aceite, la carne, el pan, el pescado fresco, el vino, el combustible o la vivienda, con subidas de hasta el 50%, fueron el caldo de cultivo en el que se fraguaron las protestas de la clase trabajadora contra las opresiones que sufría y que situaron a Calvià en uno de los referentes de la lucha obrera en Mallorca. Los bajos salarios contribuyeron a ello. Y es que, como explica Suárez, en 1930 una familia de cuatro miembros necesitaba 27,20 pesetas para cubrir sus gastos básicos de alimentación combustible y alquiler. De esa cantidad quedaban excluidos los gastos sanitarios y la ropa, entre otros. En la mayoría de los casos, el salario de un hombre (24,48 pesetas en el caso de los obreros sin cualificación) era insuficiente para mantener a su familia.

Por ello, pese a que la principal ocupación de las mujeres consistía en casarse, cuidar de los hijos y hacerse cargo de la economía doméstica, en muchas ocasiones se veían obligadas a aportar ganancias procedentes de trabajos sin cualificación -como recolectoras de almendras, aceitunas o algarrobas- para poder subsistir. En tales ocupaciones, las mujeres cobraban un jornal de 1,75 pesetas y una retribución material en aceite cuantificada en 0,15 pesetas diarias. Los niños no escapaban a esta realidad: también debían trabajar y su dedicación permitía aportar otras tres pesetas.

Los niños, mano de obra abundante y barata

“La aceituna se recogía entre los meses de noviembre y enero, cuando el frío es más intenso. En Mallorca era una tarea que realizaban las mujeres y los niños, considerados como mano de obra abundante y barata, lo que disminuía el coste de producción del aceite y permitía que los productores fuesen competitivos e incrementasen sus beneficios”, explica Suárez.

El trabajo requería un gran esfuerzo físico. Las 'collidores' recogían las aceitunas directamente de la tierra para dejarlas dentro de las pesadas cestas que acarreaba consigo cada jornalera, lo que suponía agacharse decenas de veces a lo largo de una agotadora jornada laboral que se extendía de sol a sol. Tan solo una pequeña pausa para comer las abstraía de las duras condiciones de su trabajo y del inclemente frío en el que debían llevarlo a cabo.

La madre de Suárez, Catalina Salvà, fue una de las recolectoras de oliva que sufrieron la severidad de las extremas condiciones en las que faenaban: “Durante el invierno, debíamos coger [las olivas] entre los trozos helados y, para calentarnos las manos, llenas de sabañones, debíamos hacer un fuego en la tierra y tirábamos piedras dentro. Cuando estaban bien calientes las cogíamos con las manos para poder tenerlas cálidas”, contaba a su hijo.

Tales condiciones llevaron a las trabajadoras a decir 'basta' mientras, en paralelo, algunas de las publicaciones de la época lanzaban arengas a favor del papel de las mujeres: “Si queréis que no vuelvan a gobernar los caciques y las sotanas, no os dejéis engañar por el confesionario (...). Es necesario que os quitéis esta venda de los ojos, compañeras, que demostréis a estos señores que no teméis que os quiten el pan, tenéis que demostrar que sois mujeres y no muñecas que se dejan engañar por medio de un sermón del padre cura”, como proclamaban Gabriel y Antoni Amengual en 'Foch i Fum' bajo el título 'Va por las señoritas'.

Es necesario que os quitéis esta venda de los ojos, compañeras, que demostréis a estos señores que no teméis que os quiten el pan, tenéis que demostrar que sois mujeres y no muñecas que se dejan engañar por medio de un sermón del padre cura

La demanda de las 'collidores', que incluía también a los niños, era clara: querían que su salario se equiparase al de los hombres, es decir, que se incrementara en 50 céntimos -pasando de las 1,75 pesetas diarias a las 2,25- y se mantuviera la cantidad de aceite que recibían. Para los niños, que cobraban 5 reales por cada día de trabajo, solicitaban que el jornal aumentase a un vellón. Con tales pretensiones y sin bajar la cabeza, las recolectoras se encomendaron a la Federación Obrera Calvianense y a varios intentos de mediación finalmente frustrados ante la negativa de los amos de las posesiones a reconocer los derechos de las trabajadoras.

Las recogedoras, conscientes de las graves consecuencias que podía acarrear declarar una huelga, no estaban dispuestas a continuar enriqueciendo con su propia vida a los amos de las 'possessions'. Por ello, tras varias infructuosas negociaciones, el 17 de octubre, a primera hora, daba comienzo un paro de seis días al que se sumaron setenta mujeres y diez hombres. Ningún trabajador se negó a seguir la huelga. Nadie la abandonó para volver a su puesto de trabajo. Las posesiones afectadas fueron las de Son Roig, Mofarès, Torà, Ses Barraques, Son Boronat, Son Sastre y Benàtiga Nou.

El manifiesto elaborado por la Federación Obrera rezaba lo siguiente: “[La asociación] ha hecho gestiones para que las operaciones de recolección de aceitunas se realizaran en unas condiciones más humanitarias que hasta ahora, cuyos jornales han venido siendo un motivo de hambre para los trabajadores y de sonrojo para los avarientos Amos de Posesión”. El documento concluía que los patronos no querían ofrecer más que 1,75 pesetas de jornal “y amenazan con que antes dejarán que el fruto de los olivos se pudra”, perdiendo con ello todo el aceite de la temporada, antes que aumentar “un solo céntimo” el salario de siete reales obtenido por las mujeres.

La huelga de las 'collidores' se convirtió en el primer gran conflicto laboral desatado en Calvià, protagonizado por mujeres meses antes incluso de que, por primera vez en la historia de España, pudieran votar en igualdad de condiciones que los hombres. Las represalias, sin embargo, no tardaron en llegar: apenas un día después de iniciarse la huelga, el 'garriguer' (guarda) de Torà, Antoni Gayà, amenazó con una escopeta a varios participantes en la protesta. Ese mismo día, el 'amo' de la posesión se topaba, mientras circulaba en su carro, con un grupo de mujeres que hacían huelga sentadas en medio del camino. Tras negarse a apartarse, el hombre lanzó a su caballo contra ellas.

“Dos pesetas no bastan ni para almorzar, y tenemos que comer y cenar”

Durante las jornadas de paro, los amos de las 'possesions' dificultaron las negociaciones, negándose a acoger las distintas propuestas lanzadas por las trabajadoras. El día 18, los patronos comunicaban que aceptaban el salario, pero sin el aceite, lo que fue rechazado de plano por las 'collidores'. Tal era la situación de tensión generada entre unos y otros, con el pueblo volcándose a favor de las reclamaciones de las trabajadoras, que el gobernador civil, Joan Manent, entonces primera autoridad de Balears, se vio abocado a intervenir para hallar una solución definitiva. El 23 de octubre fue convocada una reunión en el Ajuntament. La expectación, con una plaza frente al edificio abarrotada, era máxima.

Quienes se encontraban en el exterior propusieron que una joven, Margalida Amengual, ejerciera de portavoz ante el gobernador. Abriéndose paso entre los allí presentes, subió al primer piso del Consistorio y entró en el salón de plenos. La imagen que tenía delante no la atemorizó: en el centro se hallaba sentado el gobernador y, a su alrededor, los amos de las posesiones, entre ellos el de Son Roig, donde ella era 'collidora'. En ese instante, Manent preguntó a la joven cuánto ganaba por ser aceitunera, a lo que respondió rápidamente: “En tiempos de almendras, seis reales y mantenida. Y en tiempo de algarrobas y oliva, dos pesetas y sin mantener”.

Tras escucharla, el amo de Son Roig entró en cólera, inquiriendo a la trabajadora si le parecía poco. La joven tampoco se amedrentó: “Dos pesetas no bastan ni para almorzar, y tenemos que comer y cenar, y lo tenemos que hacer todo”. Algunos de los presentes en la sala no pudieron contener su enojo, mostrando públicamente su indignación. El gobernador, sin embargo, los mandó callar y defendió las reclamaciones de las trabajadoras: “Tiene razón, dos pesetas no bastan”.

“Debía de ser una joven muy valiente”, comenta Suárez sobre Margalida Amengual. No en vano, tras su intervención en el Ajuntament, los patronos acabaron aceptando las demandas de las jornaleras: las 2,50 pesetas por jornal y el aceite correspondiente así como el salario propuesto para los niños. El acuerdo tendría una duración de dos años. En las posesiones de Son Roig y Torà se negaron, sin embargo, a cumplir las condiciones suscritas y acabaron despidiendo a varias de las trabajadoras. Un hecho que llevó al Consistorio a denunciarlos ante el Gobierno civil, pese a lo cual el amo de Son Roig, Damià Cabrer, se resistió a plegarse a lo pactado.

Por su parte, el encargado de Torà, Guillem Gayà, procedió de modo similar, lo que acabó derivando en una nueva denuncia de la Federación Obrera y en una multitudinaria manifestación de apoyo a las trabajadoras que recorrió la calle Major -entonces calle Pablo Iglesias- y finalizó frente a la finca.

La huelga de las ocho horas

La de las 'collidores' no sería la única huelga que se celebraría en Calvià antes de que el golpe de estado de 1936 echase por tierra todos los derechos conquistados. Durante el bienio negro de 1933 y 1934, los amos de las posesiones recuperaron sus prácticas abusivas, lo que provocó que, tras el triunfo del Frente Popular en 1936, hombres y mujeres se echasen de nuevo a las calles. Exigían un incremento significativo de sus salarios, que habían vuelto a las cifras previas a las protestas de 1932, y pasar a ganar entre las 3,50 y las 4,50 pesetas diarias, además de que se respetase la jornada de ocho horas -aprobada por ley años antes y nunca respetada por los encargados de las posesiones- y que los patrones asegurasen a sus trabajadores.

La experiencia de las 'collidores', su compromiso ideológico y los resultados que habían logrado con sus protestas les dieron, explica Suárez, el liderazgo necesario para protagonizar esta nueva convocatoria. Sin embargo, el contexto político y social de Calvià comenzaba a tambalearse y hojas clandestinas en nombre de la Falange empezaban a difundirse mientras la derecha local más reaccionaria buscaba la desestabilización con intimidaciones directas contra las mujeres, a las que amenazaban con quemar en la plaza a los hijos de las socialistas, quienes continuaron siendo objetivo directo de sus patronos.

La proximidad del 19 de julio de 1936, con la sublevación militar contra la República, y el inicio de la larga represión franquista sumen en la oscuridad la segunda huelga impulsada por los trabajadores 'calvianers' por la mejora de sus derechos laborales, aniquilados por la Guerra Civil y la Dictadura, que engulleron todo vestigio documental sobre esas últimas protestas. Mientras tanto, los descendientes de las recogedoras de aceituna se han encargado en los últimos años de rescatarlas del olvido y una placa las recuerda en la antigua Plaça Nova de Calvià, hoy 'Plaça de les Collidores d'oliva (1932)'.