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Opinión - España: una democracia atascada. Por Rosa María Artal

Los estadounidenses se aburren del impeachment

Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de los Representantes de EEUU, durante la aprobación del impeachment

Carlos Hernández-Echevarría

Donald Trump ya está “impeached”. La Cámara de Representantes ha aprobado oficialmente las acusaciones por abuso de poder y obstrucción, y será el tercer presidente en ser juzgado en el Senado. ¿Por qué, entonces, los demócratas están tan serios? Pues porque el riesgo que corren es enorme y han tomado un camino que no se sabe muy bien a dónde conduce.

La oposición a Trump vive en una encrucijada perversa: ¿cómo no iban a hacerle un impeachment, si el mismo presidente reconoce que presionó a un gobierno extranjero para que investigara a un rival político? ¿No es esa la definición de ‘abuso de poder’? Y más aún: si ha prohibido a sus asesores testificar y se ha negado a entregar los documentos reclamados, ¿no es eso obstrucción? El problema de los demócratas no está en los hechos del caso, sino en la opinión pública.

El proceso de impeachment, tal cual está diseñado, es una medida excepcional que solo puede destituir al presidente si su partido le da la espalda. Es decir, para que el Senado condene a Trump por mayoría de dos tercios y le quite el cargo, casi uno de cada dos senadores de su partido tiene que abandonarlo y eso solo puede suceder con una presión enorme por parte de los votantes republicanos. Una presión que hoy no existe y que no parece que vaya a llegar.

División, desinterés y poco margen de mejora

El país está dividido sobre el impeachment, pero el peor dato para los demócratas no es que ahora mismo haya un empate entre los estadounidenses que quieren la destitución y los que no, sino en cómo han evolucionado esas cifras. Los demócratas esperaban que, al igual que con Nixon durante el Watergate, la opinión pública escuchara a los testigos y creciera el apoyo al impeachment. Ha pasado justo lo contrario.

Desde que comenzaron los interrogatorios en la Cámara de Representantes, ha subido la popularidad de Trump y ha bajado también algo el porcentaje de votantes que quiere su destitución. Pero el problema mayor para los demócratas es que hay poco margen de mejora: el 85% de los estadounidense tiene ya muy clara su opinión, a favor o en contra de destituir a Trump, y parece poco probable que cambie. Al 15% restante le interesa bastante poco el tema, ya que en ese grupo son poquísimos los que están siguiendo con atención el proceso.

Si volvemos a la cuestión clave, la de si se puede persuadir a los votantes republicanos de que abandonen a Trump y empujen a sus senadores, el panorama es aún más sombrío: en torno a un 90% de ellos aprueba la gestión de Trump y apenas un 10% cree que hay que destituirlo. Desde que comenzaron los interrogatorios del impeachment esa cifra ha bajado, también entre los votantes independientes y particularmente en los estados clave donde se decidirá la elección presidencial del año que viene.

Los votantes no creen que sea tan importante

Sea porque el tema les aburre o porque creen que un juicio político no es tan importante a un año de las elecciones, los votantes tienen otras preocupaciones. A la hora de decidir a quién apoyar el año que viene, le dan el doble de importancia a la economía o la sanidad que al impeachment, que también queda por debajo del cambio climático. 

Para darse cuenta de esto no haría falta ni siquiera recurrir a esas encuestas, el mejor termómetro está en los candidatos de las primarias demócratas. Los políticos que pelean por sustituir a Trump están a favor del juicio político, pero en campaña pasan poquísimo tiempo hablando de ello. En sus mítines y encuentros con votantes es raro que les pregunten por el presidente, la gente está más interesada en sus planes sobre impuestos o en el modelo sanitario por el que apuestan.

A muchos líderes demócratas les parece que hacerle a Trump un impeachment era una inexcusable cuestión de conciencia para dejar constancia histórica de lo sucedido, pero muy pocos creen posible no ya la destitución, sino el simple desgaste del presidente. Los republicanos que controlan el Senado, por su parte, quieren finiquitar pronto el asunto con un juicio corto y sin testigos que acabe en una absolución rápida. Los demócratas que controlan la cámara pueden forzar la situación y no enviar al Senado la acusación formal hasta que no reciban garantías de cómo se celebrara el juicio, pero es muy poco probable que quieran alargar las cosas hasta la campaña. Los votantes ya están dejando claro que el tema no les importa mucho.

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